No había visto a Laura en todo el día pero sabía que estaba en casa porque sus llaves estaban tiradas en el recibidor de la entrada con su flamante pompón rosa. Yo le había regalado ese llavero hacía muchísimos años. Tendríamos unos veinte o veintidós y yo había vuelto de mi primer viaje en pareja. Ese pompón había sido un detalle de una de esas tiendas de souvenirs abarrotadas de turistas donde te cobran el gusto y la gana por un imán de nevera o un dedal mal pegado. Ver aquel pompón rosa me sacó una sonrisa de esas tontas que te pegan el subidón.
Laura y yo llevábamos unos días muy raros. Demasiados. Días en los que todo había importado más que nosotras mismas y hoy, en concreto, gracias a un detalle tonto, me había dado cuenta de que quería apartar todas las bobadas que teníamos encima y tomarme un buen copazo de vino con mi mejor amiga. Pasar una de esas noches de risas en las que nada importa más que nosotras. Hablando de comernos el mundo, aunque llegábamos ya un poco tarde , y creyéndonos las putas amas de todo el universo.
Solté el bolso en la barra de la cocina y me deslíe el fular que llevaba al cuello. Ponerme zapatos de tacón había sido muy mala idea. Mis pies se habían habituado al zapato plano y a las chanclas , sobre todo a las chanclas, y ponerme el tacón era lo más parecido a una tortura china para ellos.
Escuché sus talones golpeando contra el parqué. Venía corriendo y descalza. Le había dicho cincuenta mil veces que no andara descalza. En realidad su madre llevaba el doble de años que yo intentando quitarle esa manía y no había forma humana de conseguirlo. Cuando le vi la cara supe que estaba eufórica. Quizás ya sabía lo que tenía que decirle.
Laura no dejaba de dar saltos mientras emitía algo parecido a unos chillidos agudos. Como los de un ratón, una comadreja o algún animal por el estilo. Era estridente.
Me dirigí a la nevera en busca del vino blanco. De repente se me apetecía más algo frio y dulzón. Una botella de espumoso frizzante o quizás dos. Me di la vuelta intentando averiguar por qué mi amiga se había quedado tan silenciosa de repente.
Serví las copas más grandes que encontré en la estantería y le pasé una a mi amiga que la recibió en silencio con la mirada perdida. Estaba rara. Bastante más de lo habitual. Pero por mucho que la conocía no era capaz de deducir qué le estaba pasando por la cabeza.
Me puse a vitorear y a jalear por toda la cocina creyendo que mi amiga me seguiría el rollo. Pero cuando me di cuenta de que no, me sentí traicionada. Era una norma no escrita impuesta entre nosotras. Si una celebraba algo jaleando la otra se le unía sin más. No era necesaria explicación alguna. Y Laura no era de las que necesitaban mucho achuchón para celebrar algo. Todo hay que decirlo.
Hondee el cheque varías veces frente a mi amiga. A lo mejor no se había dado cuenta de lo que sostenía sobre mi mano. Quizás le estaba costando asimilar que su cuenta bancaria acababa de engordar en varios ceros. Suele pasar. Hay personas más lentas que no digieren bien las noticias fuertes. Y hay otras, como yo, que no paran de buscar excusas que justifiquen lo injustificable.
Laura estaba más blanca que una bombilla. Pálida como solo alguien que está atravesando un estado de conmoción agudo podría estarlo. Me sentí conmocionada. Su actitud era lo último que me habría esperado de ella. Una emprendedora que se había tirado todo el año respirando casi exclusivamente para este momento. El día en que aquel maldito cheque llegara a nuestras manos. A sus manos. Porque al fin y al cabo yo era una mera colaboradora casi recién llegada. Por eso, y por otros muchos motivos , no entendía nada de lo que estaba sucediendo frente a mis ojos. Excepto una cosa, no reconocía a mi amiga.
La vi dando buena cuenta al vino que contenía su copa casi sin pestañear y supe al momento que se avecinaba tormenta. Laura no era de beber. A penas probaba el alcohol. Por eso cuando lo hacía solía sentarle como un tiro. En cuanto su copa estuvo vacía se acercó a servirse más.
No contestó. Me ignoró completamente. Para ella era como si yo no estuviera allí. Pero casi sin esperarlo la escuché hablar.
¿A si que de eso iba todo? ¿Laura se sentía sola y estaba sufriendo una crisis? Me acerqué hacía ella intentando traspasarle calor humano. Necesitaba llegar hasta ella pero la notaba poco receptiva.