Capítulo 18. La profecía
En una hora terminé la limpieza que había empezado ayer en mi habitación. Todo brillaba de limpio, el sol entraba por la ventana reluciente (claro, de ese lado estaba limpia, pero por fuera no tanto), la cama estaba perfectamente tendida, la ropa en el armario ordenada en pilas parejas: todo estaba como a mí me gusta.
En el castillo decidí empezar por los pasillos. Primero limpiaría el del segundo piso, donde solemos pasar más, y luego bajaría a esas enormes escaleras que se alzan en el salón frente a la puerta principal. Había tantos peldaños, un trabajo interminable. Karrasha me observaba con interés y aprobación; no dijo nada cuando le pedí un trapeador, escobillas adicionales y trapos. Incluso me dio un producto mágico para limpiar y fregar las superficies. Yo lavaba en el pasillo, fregaba, tallaba, hasta que me dolieron las manos. Y apenas había terminado la parte del pasillo donde estaban nuestras habitaciones, a la derecha de las escaleras. Deniza estaba en su cuarto y ni salió, pero con Anika tuve una conversación interesante. Justo se dirigía a la biblioteca, al parecer; salió de su habitación, me vio frotando las paredes (había paneles de madera hasta media altura con extraños diseños tallados; lavar esos balaustres era durísimo, quien lo haya probado lo sabe), y me preguntó con curiosidad:
—¿Para qué haces eso, Wanda? De todas formas, dentro de un mes nos iremos todas de aquí.
—No puedo —le respondí— vivir en tanta suciedad. Me da asco pisar el suelo cuando está pegajoso y lleno de mugre.
—En vano lo haces —dijo entonces Anika—. De todas formas pronto morirá el bogl. Y este castillo, seguramente, pasará al rey. Él lo restaurará a su manera y pondrá todo en orden.
—¿Qué? —me quedé paralizada con el cepillo en la mano—. ¿Cómo que morirá? Si parece sano. Y fortísimo. Mira cómo nos lanzó al carro cuando nos atrapó afuera.
—Pero si está dicho en la profecía: «…Los bogl se marcharán de la tierra caudalosa, porque no hallarán reposo de la oscura amenaza, y el último bogl se hallará en la encrucijada, y la muerte se le acercará en medio del rojo verano al final del quinto ciclo solar, y buscará reposo, mas no lo encontrará, pues lo atrapará la viajera en sus redes y hasta el fin con él estará».
—¿En una profecía? ¿Y qué profecía es esa? Nunca había oído de ella —pregunté.
—Soy hija del ayudante del consejero mayor del rey Kretiy. Mi padre a menudo habla en casa de los asuntos reales, cuenta novedades de lo que sucede en palacio. Pues él decía del bogl que pronto morirá. Está escrito en el Libro de profecías quiméricas, donde se reúnen las predicciones del profeta Dar. ¿Has oído de él?
—Sí —asentí—, lo estudiamos en la escuela. ¿Es el mismo que predijo el tsunami en el oriente de Cauda?
Anika asintió satisfecha.
—Ayer volví a leerlo en la biblioteca. Todo concuerda. El bogl de ahora es el último de su dinastía. Y este año concluye el quinto ciclo solar, y a la mitad del verano falta apenas un mes. Todo coincide. Y Dar casi nunca erraba en sus profecías.
—¡Vaya! ¿Entonces al bogl le queda solo un mes de vida? —pregunté, y me entró una gran lástima por él—. Pero no, las profecías son poco fiables, yo no confiaría demasiado en eso.
—Como quieras —se encogió de hombros Anika y se fue hacia la biblioteca.
Ni siquiera se ofreció a ayudarme con la limpieza. Bueno, allá ella. Yo seguí fregando el pasillo, aunque pensando en Sailen. ¡Quién lo diría! Morirá, entonces. Oh, quizá eso era lo que le decía ayer a Norman, cuando entraba en la habitación, que le quedaba solo un mes de vida, «solo uno», repetía. Me entró tristeza e inquietud. Terminé de limpiar nuestro pasillo (una belleza, todo brillando) y me encaminé yo también a la biblioteca. Tenía que ver por mí misma esa profecía.
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Editado: 11.10.2025