No puedo evitar golpetear la lapicera contra la hoja llena de garabatos. Estoy nerviosa y no veo la hora de obtener una respuesta, por eso casi no presto atención a lo que el profesor está explicado. Tampoco es como si importara; dentro de poco ya nada de eso importará. Además, son tolerantes y permisivos conmigo. Algo bueno debe tener el estar muriendo, ¿no?
Estoy muriendo lentamente. Los segundos de vida se me escurren entre los dedos y sólo puedo verlos partir, como si fueran la arena de la costa siendo arrastrada por el mar. Sin embargo, ya no duele la idea de morir. Simplemente lo he aceptado y me he acostumbrado a la idea de un día no despertar nunca más. Es natural, es algo cotidiano y que ocurriría en algún momento, ¿por qué odiarlo? La resignación es un buen comienzo para luego aceptar que no hay nada que hacer. Ahora, según mi madre, estoy en la etapa final de ésta montaña rusa: el disfrutar. He llegado a la etapa donde tratas de disfrutar todo lo que siempre quisiste o lo que soñaste alguna vez, por más ridículo que parezca.
Mi teléfono vibra en mis pantalones, lo que me hace pegar un pequeño brinco en el asiento y sacarlo con rapidez. La desilución es mucha cuando veo que es un mensaje de la compañía de teléfonos ofreciéndome paquetes de llamadas y no lo que yo esperaba, así que lo vuelvo a guardar suspirando exasperada. Nunca fui alguien de paciencia, así que el estar muriendo me ha puesto peor que anciana en la cola del supermercado. Qué bueno que mi abuela no puede oírme o me golpearía con su bolsa de la compra. Ella es la única que no me mira con lástima y sigue motivándome a hacer todo lo que hacía normalmente.
Ya es suficiente, no lo aguanto más. Me levanto de mi sitio, recojo mis cosas y me salgo de la clase en silencio, arrastrando muchas miradas de mis compañeros. Estoy impaciente, demasiado. No ha pasado más de diez horas desde que mandé mi solicitud a Mi Deseo, pero necesito una respuesta cuanto antes. Las cuarenta y tres veces que actualicé la entrada de la app lo confirman. ¡Pero es que estoy muriendo y no tengo demasiado tiempo! Debo encontrar algo para distraerme cuanto antes o voy a explotar.
La mesera de mi cafetería habitual me sonríe cuando paso por su lado, esquivando las mesas que hay en la acera. Me ofrece un café gratis para calmar mi impaciencia, pero se lo rechazo con amabilidad. No estoy de humor y me sabrá mal, por lo que no quiero desquitarme con ella o el local; no tienen la culpa. No es como si alguien fuera a tener la culpa por mi cuenta regresiva, pero es frustrante no poder desquitarte con alguien o algo. Quiero decir, puedes hacer una rabieta, sentirte mal, ahogarte en tu pena o gritar bajo muchas circunstancias. Pero, si hablamos de alguna enfermedad terminal, ¿qué hacemos? Aunque descarguemos nuestra frustración, seguimos muriendo. No es como tomar una terapia de relajación para el estrés o píldoras para la depresión. Es diferente. No digo que sea más fácil o menos llevadero, sólo diferente.
Suspiro aliviada en cuanto llego frente a mi departamento. Las escaleras me son un desafío más grande con cada día que pasa, pero las seguiré subiendo hasta que ya no pueda moverme. Incluso mi mano tiembla y me cuesta colocar la llave en la cerradura, pero me niego a romper mi rutina. Seguiré adelante y trataré de disfrutar mi "normalidad" hasta que me sea imposible siquiera respirar por mi cuenta. Ésta vez no me dejaré caer en tratamientos que me matan para intentar alcanzar ése 18% de probabilidades de mejorar. Es mejor rendirse al 82% que me motivan a hacer todo lo que deseo.
Al entrar, lo primero que noto es la falta de alguien en el lugar. Me duele ver el espacio vacío donde antes estaba la cama de Floppy, pero tuve que dárselo a alguien más. Extraño su compañía y sus maullidos por el departamento, pero es lo mejor. Se acostumbrará a su nueva familia y me olvidará. Y ahí vienen las lágrimas de nuevo, acumuladas en mis párpados y luchando por no escapar. El coraje las trae hasta mi puerta, acompañadas de la autocompasión, pero también les impide entrar. Están ahí, observando desde debajo del umbral. La frustración es quien toma partido en el asunto de forma espontánea, lanza mi bolso hacia los sofás y les cierra la puerta en la cara para luego patearme el trasero.
Escucho a mi teléfono sonando desde uno de los bolsillos de mi mochila, así que corro a buscarlo. Papeles, basura y lápices salen directos al suelo en mi camino hasta que lo encuentro. Hay una notificación brillando en la pantalla, seguida de un par de recordatorios y mensajes no leídos. Mis dedos recorren la lista hasta que veo lo que detiene a mi corazón y hace que la ilusión nazca en mi pecho. Así comienza el inicio de mi final:
Su solicitud ha sido aprobada. En breve, un soñador se pondrá en contacto con usted para hacer realidad sus sueños.