Vuelvo a despertar sobresaltada, ya que algo acaba de patearme las costillas desde mi costado derecho. Por unos segundos, la cabeza me pesa demasiado y siento los párpados pegados, además de un intenso calor envolviendo mi cuerpo. Llevo mi mano derecha a mi rostro, quito el cabello pegado a mi mejilla y restriego mis ojos tratando de quitarme la sensación de pereza del cuerpo. Lo próximo que hago es estirarme cual gato, gimiendo ante la exquisita sensación que recorre todo mi cuerpo.
Hay movimiento a mi derecha, lo que ocasiona que retraiga mis brazos estirados y enfoque la vista hacia la otra cama. Zachary duerme panza abajo, con la boca abierta babeando la almohada y su trasero enfundado en unos pantalones ajustados sobresaliendo de entre las sábanas. Ahora recuerdo que, en cuanto volvimos a nuestro cuarto, juntamos las camas en caso de que volviera a irse la luz. El problema es que él se mueve demasiado mientras duerme, lo que ocasionó que estuviera a punto de caerme de mi cama más de una vez; sus piernas y brazos me robaban espacio.
Quito las sábanas de encima de mí, me coloco las zapatillas y camino como zombi hasta mi valija. Lo primero que hago es peinar la maraña que traigo en la cabeza, tomando mi tiempo para quitar cada pequeño nudo. Me entran ganas de ir al baño, por lo que doy pequeños saltitos mientras busco mi cepillo de dientes. Una vez que termino mis cosas y me posiciono frente al espejo del lugar, me tomo el trabajo de lavar mi rostro y controlar los posibles cambios. Traigo algunos vasos sanguíneos marcados y una ligera capa de ojeras que decoran mis ojos, pero son porque no descansé lo suficiente durante la noche.
Al salir del baño, reviso la hora y decido que debo despertar a mi acompañante. Es temprano, apenas las siete treinta de la mañana, pero debemos seguir viajando. Además, por lo que puedo ver desde el tragaluz del baño, parece que hay un radiante sol.
- Oye, Zachary -lo sacudo desde el hombro, logrando que se queje entre sueños-. Zach, debes levantarte porque hay que continuar con el viaje.
- ¿Qué hora es? -murmura con la voz ronca mientras se frota el rostro.
- Son las siete treinta, pero debemos seguir viajando y tu teléfono muestra en el itinerario que debemos partir dentro de poco -tengo el impulso de acariciar su cabello, pero él se remueve antes de que pueda siquiera rozarlo.
Me levanto de mi lugar y procedo a empacar lo poco que sacamos de nuestras maletas. Cuando escucho la puerta el baño cerrarse, me permito sentarme a pensar. Zachary es un chico relativamente atractivo, con su cabello lacio, negro y ligeramente corto. He notado que tiene pecas esparcidas por el rostro, pero el tono caramelo de su piel las esconde a primera vista. Su sonrisa también es cautivadora, más aún porque no pasa mucho tiempo sin que la saque a relucir. Definitivamente es alguien que se llevaría tu mirada al andar por la calle. ¿Estará soltero? ¿Alguna clienta anterior se habrá enamorado de él? ¿Y si le gustan los chicos? No le veo nada de malo, sólo que estaría perdiendo mi oportunidad de, tal vez, conseguir algo a futuro. ¿Siquiera tengo una oportunidad?
- Bien, todo en orden y listo para partir -dice mientras sale del baño, sacudiendo su cabello mojado; ¿acaso tomó una ducha?
- Sí, ya empaqué todo -no puedo disimular mi ceño fruncido, así que se lo pregunto directamente-. ¿Tomaste una ducha?
- No, sólo mojé mi cabello para que no se pusiera tan rebelde -lo veo guardar llaves y otras cosas en sus bolsillos mientras parece revisar una lista mental-. Es algo que siempre hago, una rutina mañanera.
No digo más, porque no tengo nada que comentar al respecto. Yo suelo mirarme al espejo unos minutos, comprobando si me ha salido otro lunar, qué tan irritados traigo los ojos, las manchas en la piel y esas pequeñas cosas. No es importante, pero es una rutina. ¿Tendrá otra rutina aparentemente normal, pero que al resto les parezca extraño? Yo suelo dibujar figuras con el puré de papas, formando una montaña prolijamente detallada con cada porción que tomo del plato.
Nuestra partida es más armoniosa que la llegada. En cuanto cerramos nuestra anterior habitación, el pequeño que nos asustó aparece detrás de nosotros con una caja en manos. A un par de metros lo observa su madre de brazos cruzados, quien nos saluda con una mano antes de seguir observando las acciones de su hijo. Nicolás suspira incómodo y luego nos extiende el paquete.
- Mi mamá se enteró de que anoche los asusté apropósito, así que me dijo que debía disculparme y entregarles esto como ofrenda de paz -yo tomo la caja entre mis manos sin saber qué decir, pero le sonrío igual.
- Está bien, tus bromas fueron muy buenas -él sonríe y suelta una pequeña carcajada al recordar mi graciosa exclamación, producto del susto.
- Si tan solo hubieran visto sus caras -y vuelve a reír, pero se detiene abruptamente cuando su madre carraspea a unos metros detrás-. De verdad, lamento haberlos asustado tanto, aunque haya sido divertido.
- Tranquilo, amigo, sólo hiciste más entretenida nuestra estadía -Zachary desordena el cabello del pequeño Nicolás antes de que se marche a su propio cuarto y nosotros sigamos nuestro camino.
En cuanto llegamos al estacionamiento, me tomo unos segundos para mí misma. Zachary me comenta que irá a dejar la llave, a lo que asiento quedamente. Los cálidos rayos del sol acarician mi rostro mientras una brisa refrescante se levanta de aquí para allá, arrastrando las hojas que el fuerte viento arrancó de los árboles durante la noche. El aire huele ligeramente dulce, casi cítrico y acaramelado. Entonces, cierro los ojos, extiendo los brazos y disfruto. Dejo que el ambiente me transporte a un mundo brillantemente cálido, donde se respira calma y libertad. Me quedo ahí, sumergida en mi propio cerebro, flotando en el mar blanco de mis pensamientos pausados.
Cuando siento que me pican los párpados de tanto tiempo bajo la intensidad del sol, enderezo la cabeza y cierro los brazos. Al abrir los ojos, me cuesta un poco enfocar la vista, pero pronto delimito la figura de Zachary frente a mí.