Mi vecino infernal

20.

Capítulo 20: La defensa

POV Sienna

No dormí.
O dormí a medias, que es casi peor.

Pasé la madrugada repasando párrafos, respiraciones, argumentos. Y también repasando mi vida entera, como si cada error pesara lo mismo que un punto en fuente Times New Roman.

A las seis en punto me levanté. Sin música, sin ruido, sin mensajes.
Solo café y una convicción: esta vez iba a defender lo mío.
Sola, como siempre.

El camino a la universidad me pareció más largo que de costumbre. El aire tenía ese sabor agrio de los días en que todo se decide.
Entré al edificio y sentí las miradas. Mis compañeros de sociología, los de verano, algunos curiosos, otros con esa mezcla de lástima y juicio que no necesita palabras.

Los rumores flotaban como humo:

> “La chica que mintió.”
“La que robó un ensayo.”
“La loca.”
“La que se enamoró sola y miente en venganza.”

Caminé con la cabeza en alto.
No porque no doliera, sino porque ya no me quedaban fuerzas para agachar la mirada.

El consejo me esperaba en el aula 204. Cuatro profesores. Silencio tenso. Documentos sobre la mesa.

—Sienna, puedes empezar —dijo la profesora, la única que alguna vez creyó un poco en mí.

Abrí la carpeta. Mis manos temblaban, pero mi voz no.
Hablé de Habermas, de comunicación, de ética.
Pero, sobre todo, hablé de mí: de lo que queda cuando todo lo demás te lo quitan.
De cómo la verdad, a veces, no necesita testigos. Solo coraje.

Cuando terminé, la sala quedó en silencio.
Uno de los profesores pidió el ensayo de Andrés para comparar. Ella asintió.

—Necesitamos unos minutos para deliberar —anunció.

Salí al pasillo con el corazón en la garganta. Respiré.
O intenté hacerlo.

Y ahí estaba él.
Apoyado en la pared, con esa sonrisa cínica que antes confundí con encanto.
Andrés.

—Vaya, si no es la mártir académica —dijo, alzando una ceja.

Seguí caminando, pero él se adelantó y bloqueó mi paso.

—Sienna, te voy a dar un consejo. Retráctate ahora y te ahorrarás pasar vergüenza.

—No puedes dejarme en ridículo —dije sin levantar la voz.

Su sonrisa se torció.
Sacó el móvil del bolsillo, lo desbloqueó y me mostró la pantalla.

Una foto.
Yo, con el pelo más corto, la cara redonda, las manos temblando sobre una bandeja de helado.
Una versión de mí que ya no recordaba haber guardado.

—Esto eras tú, ¿no? —murmuró—. Ochenta… noventa kilos, tal vez. Da igual. —Levanta la vista—. Cambiaste por fuera, pero sigues siendo igual de asquerosa.

El golpe no fue físico, pero dolió igual.
Una parte de mí quiso correr. Otra, quedarse y gritarle todo.
Pero no le di ese placer.

Solo lo miré. Y sonreí.

—Gracias por recordarme quién era.

—¿Perdón? —frunció el ceño.

—Porque si sigo en pie después de ti, no hay nada que puedas hacer que me derrumbe.

Pasé a su lado sin mirarlo otra vez.
Las piernas me temblaban, pero seguí caminando.
Y juro que, por un segundo, escuché cómo su seguridad se resquebrajaba, como un espejo que ya no sabe reflejar nada.

---

POV Mick

Desperté con un ruido.
No de alarma, sino de conciencia.
El tipo de ruido que solo hace el cerebro cuando se da cuenta de que acaba de arruinarlo todo.

Miré el reloj. 9:12.
—Joder —murmuré, levantándome de golpe.

La ducha duró lo que dura un pensamiento.
El agua ni siquiera alcanzó a calentarse.
Me puse lo primero y salí corriendo.

—¿A dónde vas, Rayo McQueen? —preguntó Marlon desde la mesa, masticando cereal como si el mundo fuera un lugar tranquilo.

—A la universidad.

—¿Para qué, si ni siquiera te has inscrito?

Lo ignoré, buscando mis llaves como un loco.

—Estás fatal, viejo. —Sonrió, apoyando los codos en la mesa—. ¿Cómo pasaste del vecino infernal que usaba a la vecina rarita al académico improvisado, atento y terriblemente tonto? ¿Acaso te has enamorado?

—Cállate. —Pero sonreí también.

Salí del edificio con el corazón latiendo tan fuerte que parecía marcar el paso.

El coche estaba ahí, brillante, rápido… inútil.
El tráfico sería un suicidio. Necesitaba otra ruta. Pero antes, necesitaba un destino.
Y ahí vino el problema: no sabía dónde estudiaba Sienna.
Porque no habíamos tenido una conversación real y honesta...
La necesitábamos. Al menos yo la necesitaba.
Quería saber más de ella. Conocerla, aunque eso significara que me gustara más.

Me apoyé en el capó, abriendo TikTok. Su perfil seguía ahí, congelado en su época de Bitters y Burbuja Power.
Le di play a uno de sus viejos videos.

Ahí estaba ella: moño torcido, camiseta universitaria deslavada, un Pomerania roncando en su regazo.

—History time: cómo reprobé mi examen final de Sociología en mi carrera de Ciencias Políticas… por culpa de mi maldito vecino —decía, con esa mezcla de sarcasmo y ternura que solo ella tiene.

Me quedé mirándola.
No la influencer, no la que se volvió viral por tirarme bolsas por el balcón.
La otra.
La chica que se reía para no llorar.
La que usaba el humor como escudo y el conocimiento como refugio.

Salgo de ese video, me voy a otro más atrás, más antiguo.
La pantalla se ilumina y ahí está: Sienna, con el moño mal hecho, pero no es el video del balcón.
Este es distinto: la veo recitar, apenas sonriendo, una frase de un libro —una cita que le brillaba en la voz— y, de fondo, estanterías altas, mesas silenciosas, el olor a papel viejo que casi puedo oler a través del teléfono.
En la esquina, el pequeño rótulo del usuario: @sienna.blake — University of London Library.

Pongo el pulgar sobre la pantalla hasta que el video se congela.
Mi cabeza hace click con piezas que antes no encajaban.
Biblioteca. University of London. Eso es.

—Genial —digo en voz baja, y la ironía me golpea—. Marlon tenía razón: estoy perdido.
¿Estoy stalkeándola? ¿Me voy a aparecer en su universidad sin permiso? ¿Voy a usar el metro? Joder...




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