Cuando el barco zarpó de puerto, sus 7 tripulantes sabían que la faena sería dura. La fuerza de los vientos alisios volvía innavegable las aguas del Golfo, tendrían que adentrarse al mar, para lanzar las jaulas de pesca. El barco pesquero fue zarandeado por las olas, sus tripulantes más jóvenes estaban bañados en vómitos, solo el piloto, el maquinista y el Capitán salieron indemnes de la furia marina. Finalmente, este último decidió dirigirse a Los Monjes, pedir permiso al puesto naval y atracar en su pequeño muelle, hasta que los vientos fuesen favorables. Allí llegaron, a esas pequeñas rocas dónde no hay ni una matica para hacer sombra. Una semana esperaron, hasta que tuvieron que arriesgarse al mar nuevamente, aún con viento desfavorable, porque la necesidad de llevar algo a casa era más fuerte que el riesgo de naufragar en alta mar