CAPÍTULO 3: El Intento de Ayuda.
A pesar de la reacción de sus padres, seguí apoyando a Samuel en el colegio y tratando de crear un ambiente seguro y protector para él. Durante las clases, intenté mantenerlo cerca de mí, brindándole palabras de aliento y asegurándole que estaba allí para él. Aunque Samuel ya no compartía los detalles de su vida cotidiana, podía ver en sus ojos el dolor y la tristeza que llevaba consigo.
Un día, cuando ya había perdido la esperanza de que la situación se resolviera, Samuel se acercó a mí con una sonrisa en su rostro. Era la misma sonrisa radiante que solía iluminar su rostro antes de que todo cambiara. Me entregó un celular y susurró: "Es el 02.04.69, mi tía siempre me lo presta para jugar, y un día vi la clave".
Mis manos temblaron mientras sostenía el teléfono. Sabía que tenía que desbloquearlo y ver qué había en él, pero también sentía miedo de lo que podría encontrar. Sin embargo, la responsabilidad de proteger a Samuel era más fuerte que mi temor. Desbloqueé el celular y quedé atónita por lo que vi.
Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras miraba las grabaciones en el teléfono. Eran pruebas inconfundibles de los actos inapropiados que Samuel había mencionado. Sentí una mezcla de indignación y dolor ante la terrible verdad que se revelaba.
En ese momento, varios alumnos notaron mi angustia y se acercaron a consolarme, sin saber la causa de mi desesperación. Traté de recomponerme y guardar el teléfono, consciente de que tenía que actuar con prudencia y seguir los procedimientos adecuados para proteger a Samuel.
Mientras intentaba procesar lo que había descubierto, Samuel regresó rápidamente al salón de clases. Levanté la vista para seguirlo con la mirada, pero antes de que pudiera dar un solo paso, vi cómo subía por la ventana y se posicionaba en el alféizar. La incredulidad se apoderó de mí mientras el corazón se me aceleraba.
Sin pensarlo, me levanté de un salto y me acerqué rápidamente a la ventana. Intenté llamar a Samuel, pero ya era demasiado tarde. Con un movimiento repentino, el pequeño Samuel se lanzó al vacío, extendiendo sus brazos como si pudiera volar.
Grité desesperadamente y corrí hacia la ventana, pero todo sucedió demasiado rápido. El cuerpo de Samuel se alejó rápidamente mientras yo quedaba paralizada por la tragedia que acababa de presenciar.
El sonido de la alarma de emergencia resonó en el colegio, y mis alumnos y colegas acudieron en masa a la escena. Todos estaban confundidos y angustiados por lo que habían presenciado. Las lágrimas seguían fluyendo por mis mejillas mientras me enfrentaba a la triste realidad de que no había podido salvar a Samuel.
La policía y los servicios de emergencia llegaron rápidamente al lugar. Fueron momentos de caos y tristeza mientras todos intentábamos comprender lo ocurrido. La noticia se extendió rápidamente, sumiendo al colegio y a la comunidad en una profunda conmoción. Los días siguientes estuvieron marcados por el duelo y la búsqueda de respuestas. Se llevaron a cabo investigaciones exhaustivas y se tomaron medidas para garantizar la seguridad de los demás estudiantes.