CAPÍTULO 5: La Verdad Desgarradora.
Ambos estábamos destrozados después de escuchar los resultados de la autopsia. Cada palabra del forense era como un golpe directo al corazón, revelando la brutalidad con la que le habían arrebatado la vida a nuestra preciosa hija. Sin embargo, la captura de Robert nos brindó una pequeña chispa de esperanza, una oportunidad de enfrentarlo cara a cara.
Mi corazón palpitaba aceleradamente y mi sangre hervía de ira al contemplar la sonrisa en el rostro de Robert mientras confesaba su macabra verdad. Era un monstruo que se regocijaba en el sufrimiento ajeno. Sus palabras eran como un cuchillo que atravesaba mi alma destrozada.
"Julieta fue mi preferida. Desde el primer momento en que la vi, su distintivo aroma dulce a vainilla me sedujo", afirmó con una malvada satisfacción. "Ese día la vi de camino a casa con su capa para la lluvia rosada y su sombrilla. Fue una oportunidad que no pude dejar pasar. Aunque se mostró reacia a subir al auto, no permití que escapara de mi alcance. La forcé y la llevé a mi casa, donde cometí actos indescriptibles".
Sus palabras resonaban en mi mente, cada una de ellas era un eco ensordecedor del horror que mi dulce Julieta había experimentado. La rabia y la impotencia se mezclaban dentro de mí, amenazando con consumirme por completo. Anhelaba desgarrar a ese monstruo en pedazos con mis propias manos, pero sabía que debía contenerme.
El día del juicio llegó y nuestras esperanzas de justicia fueron aplastadas al escuchar la ridícula condena que se le impuso al asesino de nuestra hija y las otras dos víctimas. La furia se apoderó de mí y sentí que el mundo se desvanecía a mi alrededor. La injusticia se burlaba de nosotros, desgarrando nuestras almas destrozadas una vez más.
En ese momento, en medio del caos y la desesperación, algo cambió en mí. Miré a Robert con una determinación feroz en mis ojos, la misma determinación que había guiado cada uno de mis pasos desde el día en que encontré el cuerpo de Julieta en aquel oscuro río.
Mi mano temblaba al sostener el arma, pero mi mente estaba clara. Ya no tenía nada más que perder, ni siquiera mi propia vida. Sabía que debía tomar medidas, actuar en nombre de todas las familias destrozadas por ese monstruo.
Me acerqué lentamente a las rejas de madera que nos separaban, mis pasos resonaban en la sala del tribunal en un eco ensordecedor que captó su atención. Su sonrisa se ensanchó al encontrarse con mi mirada llena de dolor y rabia. No había palabras para expresar la tormenta que se desataba dentro de mí.
Sin pronunciar una sola palabra, sin darle la satisfacción de escuchar mi voz, apreté el gatillo dos veces. Los disparos resonaron en la sala, silenciando el caos y llenando el aire con un eco ominoso. Robert cayó sin vida, su rostro deformado por el impacto.
El silencio sepulcral inundó la sala mientras todos quedaron atónitos ante lo que acababan de presenciar. Era consciente de que había cruzado una línea, de que me había convertido en aquello que más odiaba. No obstante, en ese momento, el peso de la justicia y el amor de un padre desesperado se habían fusionado en una única y explosiva acción.
Rápidamente fui rodeado por el personal de seguridad del tribunal, cuyas voces y preguntas se mezclaban en un torbellino confuso. Mi esposa, Anna, observaba la escena con lágrimas en los ojos, mostrando una mezcla de horror y comprensión. Ella sabía cuánto había sufrido y cuánto amaba a nuestra hija.
Mientras era escoltado fuera de la sala, escuché los murmullos de la multitud, la condena y el asombro. Era consciente de que mi vida nunca volvería a ser la misma, de que enfrentaría las consecuencias de mis acciones. No obstante, también sabía que, en lo más profundo de mi ser, había hecho lo que mi corazón me exigía desesperadamente.
Ahora, mientras me encuentro en esta celda solitaria, la tristeza y el remordimiento me invaden. No puedo escapar del peso de lo que he hecho, ni de las vidas destrozadas por el dolor y la violencia. Sin embargo, también sé que mi acto, aunque cuestionable y desgarrador, envió un mensaje claro: los culpables no pueden escapar impunes, y un padre al borde del quiebre es capaz de cualquier cosa para proteger a su hija.
La justicia puede demorar y, en ocasiones, puede fracasar estrepitosamente, pero eso no significa que debamos quedarnos de brazos cruzados. Mi historia es un testimonio de la lucha desesperada de un padre, pero también es un recordatorio de que el amor puede ser una fuerza poderosa incluso en los momentos más oscuros.
Quizás algún día encuentre paz y redención, pero hasta entonces, cargaré con el peso de mis acciones y el recuerdo de mi dulce Julieta. Aunque esté separado de ella por los barrotes y el abismo de la muerte, mi amor por ella sigue ardiendo intensamente.
Y así, en mi soledad y en medio de las sombras de mi propia conciencia, buscaré una forma de sanar, de encontrar un propósito que trascienda el dolor y la violencia. Porque aunque haya cruzado una línea, siempre seré el padre que amó y luchó por su hija hasta el final.