Besos y órdenes.
Todo me temblaba, los pies, brazos, labios, hasta el alma. No había cruzado palabras con mi padre en estos meses más que lo necesario.
Y los constantes ruidos de las sirenas de policía no aligeraban la presión en mi pecho.
Me debatía sobre si tocar o no a la puerta de su estudio, no sabía que me esperaba dentro, tal vez quería arreglar las cosas, o tal vez me esperaba con sogas reforzadas para amarrarme y torturarme por algo que se enteró, porque quien sabe de que sería capaz.
─¿Alice?
Mierda, Aro.
─¿Qué haces?
Iba a responder cuando el pomo de la puerta giró, y entonces no me quedó duda alguna de que tenía un corazón de lo desbocado que latía.
─Entra ─ordenó y obedecí, mis nervios no me permitieron reclamar su acción─, y tú─, señaló a mi hermano─, hablare más tarde contigo.
Y no sé por qué, pero lo que hablaría conmigo no sería bueno.
Entró y me ordenó que me sentara frente a él, y por mucho que quisiera refutar el hecho de que me estaba ordenando que hacer, mi cuerpo no obedecía mis propias ordenes.
─Explícate.
Sin duda, algo debía saber, lo que no entendía el por qué me pedía explicaciones, esto no era bueno.
─No entiendo ─mentí.
Sabía muchas cosas, pero no que era lo que él quería que yo explicara, no podía correr riesgos.
─He decidido escucharte, escuchar tus razones para hacer lo que has hecho, y entender tus motivos.
Quedé perpleja ante sus palabras, nunca imaginé que sería mi padre quién diera el primer paso para arreglar nuestra relación, no era algo propio de él. Pero, de alguna manera eso me hacía sentir feliz, porque, a pesar de su carácter, su imponencia y sus defectos era mi padre, y no podía evitar quererlo por como es.
─¿Por qué hasta ahora lo quieres saber?.
Suspiró.
─Porque eres mi hija, Alice ─tragó su orgullo─. Y ya estoy harto de las peleas, la desconfianza y las mentiras.
Vale. Admito que con cada palabra que salía de su boca quedaba aún más perpleja y confundida. ¿Quién era este hombre? Y ¿Qué había hecho con mi padre?, el testarudo, gruñón, amargado y orgulloso de mí padre.
Suspiré, intentaba reunir todo el valor que creía tener, para poder encararlo, para hacerle entender mis porque, y mis acciones.
─No estoy feliz de ser lo que soy ─comencé, era un completo manojo de nervios, ridícula─. Y tampoco estoy feliz de ver como mi raza, acaba con todo a su paso.
Él me miraba fijamente, sus ojos marrón no dejaban entrever tan siquiera la luz que entraba por las ventanas, nada, solo se veía oscuridad y nada más que eso. Era increíble lo insensible que podría llegar a ser mi padre, me había pedido que me abriera a él, lo hice y... nada.
─No eres feliz con la vida que te he dado, con la que tu madre y yo te hemos dado Alice.
Me detuve a pensar en sus palabras un momento antes de responder.
¿Era feliz con ellos, con la vida que me habían dado?
Claro que si lo era, no podía quejarme, pero una vida estricta y alejada del resto del mundo no es exactamente mi idea de una vida perfecta, feliz.
─No me refería a eso....
─Y entonces ¿a qué te referías?, si eras feliz ¿por qué te fuiste?, huiste mejor dicho ─esto parecía más un interrogatorio policial a una charla de "reconciliación" padre e hija.
Seguía mirándome fijamente a los ojos, buscando sacarme la verdad a todo lo que ocultaba, comenzaba a odiar que me mirara tan... así. Pero no le dejaría ganarme esta vez.
─Soy feliz con ustedes, si ─desvíe mi atención a la ventana por un momento, hacía un día raro, pero lindo─, pero no era feliz ocultándome y huyendo, yo quería tener amigos, quería muchas cosas que ustedes nunca me hubieran permitido por miedo.
─Y la solución fue huir, desaparecer por cien años ─notaba la ironía en su tono de voz─, cuando pudiste haber expresado tus inquietudes.
Me mordí la lengua antes de soltar una palabrota, no lograría cabrearme.
─¿Me hubieras escuchado? ─cuando noté que no respondería a esa pregunta no pude evitar enarcar una ceja y soltar un pequeño bufido. Claro que no me hubiera escuchado, de ser así nunca me hubiera marchado─. No, no lo hubieras hecho y sabes ¿por qué?, porque lo que yo pensara te daba igual, siempre ha sido así, eso es algo que lamentablemente nunca cambiará. Solo piensas en ti.
Me sobresalté cuando repicó su mano contra la mesa, estaba cabreado, totalmente cabreado.
Genial Alice, lograste cabrearlo antes que él a ti.
─Vete ─ordenó.
Fruncí el ceño confundida, ¿no iba a gritarme o a pegarme?
─¿No me has oído?
Me levanté y antes de abrir la puerta para salir de allí dije lo último que me quedaba por dentro para desahogarme.
─Tal vez yo era feliz viviendo a tu manera, eso era lo que quería creer, pero sé que mamá y Aro no eran, ni son felices bajo tu dictadura en esta casa.
Bajé las escaleras rápidamente con dirección a la puerta, necesitaba salir de esa casa o me ahogaría. Pero algo captó toda mi atención haciendo olvidar incluso lo sucedido hace unos momentos.
Aro. En el sofá. Con Clara. Besándose.
Algo en mí se apretujó, no sabía si eran celos de hermana pero no me gustaba para nada esa escena frente a mis ojos. Algo no iba bien.
Corrí silenciosamente hacia el pasillo y me recosté en la pared cuando comencé a sentir los típicos mareos antes de tener una visión, mis ojos ya no enfocaban ese cuadro tan feo y gótico que colgaba en la pared frente a mí, estaba en algún lugar, pero no lograba ver nada debido a la oscuridad, ni siquiera con mi visión vampírica.
Una pequeña luz se hizo presente, cerré mis ojos al instante, era un diminuto fragmento de luz, pero muy brillante, tarde un poco en volver a abrirlos y poder enfocar mí alrededor.
Estaba en una habitación, sin ventanas o puertas, no había forma de entrar o salir y yo ya perdía fe en la credibilidad de mis visiones que eran cada vez más ridículas y sin sentido.