—¿Qué me estás contando, tía? —medio chilla Andy, incrédula.
Aún no sé porque la he hecho correr hasta mi casa tras estar todo el día ignorándola y ocultándole lo que sucedió —¿o debería decir más bien “lo que no sucedió”?— entre Nate y yo. Supongo que necesitaba el apoyo moral de mi mejor amiga, pero mi mejor amiga es una fangirl cotilla que solo escucha lo que le interesa.
—Lo que has oído. Mi agencia dice que tienen varias audiciones en las que tengo muchas posibilidades… —intento desviar el tema, pero Andy capta mis intenciones rápidamente.
—No, eso no, tonta. ¿Dormiste con Nate? ¿En la misma cama? —Yo asiento, tragando grueso—. ¿En el sentido estricto de la palabra dormir?
—¡Andy! —la reprendo yo, nerviosa. Puedo sentir como mis mejillas se tiñen de rojo.
—Sabes que soy tu mejor amiga, Scar —dice, dándome un golpecito juguetón en el hombro—. No te juzgo. Puedes contarmelo.
—Es que no hicimos nada —digo, y mi tono suena a queja.
¿Por qué? Yo no quería que pasara nada.
No. Quería. Que. Pasara. Nada.
¿No quería que pasara nada?
—¿Nada? ¿Ni siquiera un toqueteo inocente por encima de la ropa interior? —bate las pestañas exageradamente, intentando sonsacarme información. Andy es especialmente buena en eso.
—Nope. Solo dormimos —le aseguro. Andy frunce el ceño.
—Dios, que aburridos. Si yo fuera Nate y te tuviera en mi cama, dormir sería lo último que querría hacer —dice, juguetona—. Y al revés igual. ¿Cómo pudiste pensar en dormir teniendo semejante pibón a tu lado? —se queja ella, frustrada—. ¿Llevaba pijama? No, espera, no me lo cuentes —pide, levantando un dedo, reprimiéndose a sí misma porque sabe que es información que no le incumbe—. A la mierda. Cuéntamelo.
Consigue que se me escape una risa. Es lo mejor de hablar con Andy: siempre hace o dice algo que consigue que me relaje y me sienta mejor.
—Llevaba los boxers.
—Osea, semidesnudo. ¿Y tú que llevabas?
—Una camiseta que me prestó. De la banda.
—¡¿Te ofreció su camiseta?! —vuelve a chillar, sus ojos casi saliéndose de sus órbitas.
—No tenía pijama —justifico.
—Me da igual. ¿Te la ofreció él? —Asiento—. Esto no hace más que mejorar —celebra, batiendo sus manos en el aire—. ¿No pensaste en besarlo? Aunque fuera solo por el calentón.
Sí, lo pensé.
Varias veces.
Puede que incluso toda la noche.
Puede que incluso en mis sueños pensaba en besarlo.
Pero me resulta incluso vergonzoso admitirlo.
—Oh, Scarlett Byres Hernández —llama Andy—, mírame a los ojos y dime que circula por esa mente perversa tuya.
—Solo… me sentí diferente con él —admito, sin mirarla.
Supongo que es la manera suave de decir lo que sentía. O lo que creo que sentía.
—¿Diferente en qué sentido? —indaga, intrigada.
—Quería… tenerlo cerca —Muy cerca añado, para mi interior—. Y me gustaba la manera en que me tocaba.
—¿Te dejaba sin respiración? ¿Te cortaba el aire? —cuestiona, y yo asiento, sin ser capaz de decir una sola palabra—. ¿Y entonces por qué no hiciste nada?
—No entra en nuestro plan. Tenemos una regla de cero sexo y besos apasionados.
Y juraría que estuvimos a punto de romperla anoche. Pero no lo hicimos.
—¿Qué plan? Y, ¿qué estúpidas reglas? —repite ella, exasperada—. Hace rato que ya no estáis siguiendo las reglas del plan.
—Eso no es verdad —me quejo, sabiendo que tengo todas las que perder en este argumento.
—¿Segura? Porque el plan no incluía ir a buscarte cuando creía que estabas llorando en el baño. Ni invitarte a su casa. Ni invitarte a quedarte a dormir en su casa. Ni acostarse —gesticula especialmente esa palabra— contigo en la misma cama —Enumera cada una de las cosas que no entraban dentro del plan, y me mira con una cara que indica, ¿Ves lo que yo veo?
—Somos amigos —intento excusar.
—Yo también soy tu amiga y no pienso en comerte la boca —argumenta ella, mirándome muy seria—. Scar, no te quiero presionar, pero necesitas ser sincera aunque sea contigo misma acerca de lo que sucedió con Nate. Puede no ser nada o puede ser el comienzo de algo.
—¿Algo cómo qué? —Me hago la tonta, aunque sé perfectamente a lo que se refiere.
—Como estar enamorado, Scar.
—Oh, no. Eso sí que no.