Marcelo abrió sus cansados ojos y recordó varios sucesos recientemente vividos: los largos días buscando un empleo, la despedida que hizo a su hija y mujer cuando estas lloraban, la promesa hecha a ellas que pronto las sacaría de la pobreza, la salida de madrugada junto a miles de hermanos hondureños que partieron en caravanas, el duro enfrentamiento con la policía del régimen Orlandista al borde de la frontera, la estadía bajo una noche muy fría en la casa del migrante guatemalteca, las largas caminatas en los calurosos desiertos mexicanos, evocó con tristeza como ahí perecieron de hambre, sed y cansancio.
Marcelo también recordó que varios compatriotas prefirieron regresar a su saqueada Honduras, otros siguieron avanzando hacia Usa sobre un peligroso tren mutilador, y algunos decidieron evitar ser capturados cruzando impetuosos ríos llenos de cocodrilos; pero el recuerdo que más le afectaba, fue cuando él se escondió junto a otros migrantes de otros países adentro de un camión furgón, allí el oxígeno fue escaso, por lo cual muchos se desmayaron y otros murieron.
Marcelo dejó de recordar, se levantó de la cama, estaba cabizbajo y con la mirada perpleja, no podía reaccionar hasta que… oyó los fuertes golpes que el oficial estadounidense hacía en los barrotes de la celda donde estaba, era la señal de que el “sueño americano” nada le duró.