Las clases de Defensa se impartían en una suerte de mazmorra abovedada en la parte más baja de la Academia donde también se podían encontrar, entre otras, la clase de pociones, hechicería y conjuros.
Todas ellas bien alejadas del resto de aulas de la escuela seguramente por lo que pudiera pasar. No era raro que, en más de una ocasión, algún alumno despistado causara una explosión con algún conjuro mal formulado, una avalancha de lava babosa con una poción mal medida o, incluso, causara un incendio en la clase de defensas. A pesar de lo que pudiera parecer, la seguridad estaba muy bien medida en FireWell y ningún alumno debía sentirse inseguro.
Ninguno excepto Mira, ella se sentía como a quien envían directa a la boca del lobo, al precipicio o a cazar dragones como se decía por allí. Mira no había podido evitar compartir sus temores con Mafalda para la que, lejos de preocuparle el asunto, poder cursar asignaturas de preferentes era todo un lujo al que no se podía renunciar. Mafalda había crecido rodeada de magia y, gracias a su personalidad autodidacta, poseía conocimientos muy avanzados para alguien de su edad. Sin embargo, Mira Luna era una auténtica novata que jamás había practicado la magia más allá de los conjuros inofensivos que podían encontrarse en los libros mundanos. Hechizos que, por otro lado, casi nunca resultaban ser efectivos. De hecho la mayoría ni si quiera existían. Habían nacido en las entrañas de alguna redacción de mala muerte dedicada a la publicación de ejemplares relacionados con las santerías y las artes oscuras. O, al menos, con lo que creían saber sobre ellas. Si Mira había aprendido algo en los meses que llevaba en FireWell era que nada, absolutamente nada, de lo que pensaba sobre la magia era cierto. Sin embargo, todo lo que descubría sobre ella era fascinante y nuevo a la vez.
Mira deambulaba, nerviosa, de un lado a otro de la sala común que, en ese momento, se encontraba totalmente desierta. El fuego de la chimenea creaba una cálida brisa que invitaba a acurrucarte en las butacas más próximas. Hacía meses que habían dejado la navidad atrás y, sin embargo, el frio había vuelto a hacer acto de presencia. El tiempo se había turbado de la misma manera que Mira percibía sus días. Grises, fríos y desalentadores. Impredecibles podría haberse dicho.
El professor Dagger era hombre frio y rudo con cara de muy pocos amigos. Entró en la clase sin ni si quiera dirigir una mirada a sus alumnos y, aun de espaldas, ordenó que abrieran los libros por la página cincuenta y cuatro. Parecía malhumorado aunque Mira no habría podido adivinar si era algo común en el profesor Dagger o se debía algún motivo especial. Pero casi como si el hombre hubiera leído sus pensamientos, de hecho podría haber sido así, se volvía y ofreció a la clase la explicación que todos estaban esperando.
Toda la clase miró instintivamente a Mira Luna quien se encogió en su asiento muerta de la vergüenza. Había optado por uno de los últimos pupitres, que se había quedado libre, para intentar pasar desapercibida pero lejos de conseguirlo se convirtió en la protagonista de todas las miradas curiosas.
No hacía falta escuchar ni una sola palabra más de boca del profesor para saber que ella era la causante de su malhumor. Mira se sintió mucho más pequeña y fuera de lugar. Habría deseado levantarse y salir corriendo de aquella clase pero ni si quiera tenía valor para ello. Así que optó por seguir inmóvil para ver si así acaban por olvidar su presencia. Su compañera de pupitre, una chica de color y ojos verdes, tremendamente atractiva además, abrió el libro de Mira por la página cincuenta y cuatro mientras le dedicaba una mirada cargada de compasión y empatía. Pero Mira estaba demasiado aturdida para mostrar agradecimiento así que ni si quiera se inmutó.