La sala de los espejos, como la conocían en FireWell, era una habitación abovedada de techos altos y frías paredes de piedra que se recubrían, su mayoría, de grandes espejos haciendo honor a su nombre. A pesar de encontrarse completamente vacía, Mira Luna no pudo evitar sentirse arropada nada más a travesar sus puertas. Era un lugar acogedor sin existir una explicación lógica para ello.
Esto le había ocurrido más veces a lo largo de su vida. Había ciertos lugares que, sin ser especiales, la hacían sentir bien. En paz. A salvo. Nunca supo explicar por qué. Uno de esos lugares era la colina a la que subía cada noche para preparar su locura de rituales o, simplemente, para contemplar las estrellas con tranquilidad. Otro de esos lugares, era el laboratorio de su antigua escuela, donde siempre había tenido la sensación de controlar la situación. En pocos lugares más se había sentido a gusto Mira Luna. Ahora entendía por qué. La mujer de la panadería a la que solía ir a comprar el pan, la que le regalaba bollos suizos, solía decir que pertenecemos a donde nos sentimos en casa. Mira nunca se sintió en casa. El primer día que llegó a FireWell entendió que esto era cierto. Y supo que con el tiempo haría de FireWell su verdadero hogar. Ahora, liberada de toda presión y una vez que había aceptado la realidad, comenzaba a sentir una paz interior que nunca antes había experimentado. Eso debía de significar algo.
Cuando Mira se asomó a uno de los espejos de la sala no pudo evitar sonreír. Complacida por la imagen que le devolvía este. El reflejo que contemplaba era muy distinto al que recordaba. Una chica fuerte, bien erguida y con la cabeza alta. Nada de esa muchacha encorvada y despeinada que era cuando llegó. Ahora era una maga nada menos. No había hecho magia pero estaba trabajando en ello… Algún día sería, al fin, todo lo que siempre había soñado.
Bemus Spinter contemplaba a Mira con curiosidad. Le seguía fascinando el entusiasmo con el que la chica lo vivía todo. En muchas ocasiones llegaba a despertarle cierta ternura. Una ternura fraternal como la que hubiera podido sentir por Bryana o Alyson. Aunque sus hermanas eran unas brujas bastante formadas pero Mira Luna necesitaba algo más de protección. La contempló mientras se miraba en cada uno de los espejos. Como si su imagen pudiera llegar a ser distinta en alguno de ellos. No dejaba de sonreír y de dar vueltas. Cambiando de un espejo a otro cada vez.
Bemus soltó una pequeña carcajada ante la ocurrencia de Mira. Sus manos en los bolsillos, mientras seguía a su compañera con la mirada sin perder detalle de cada uno de sus movimientos.
Mira le dedico una sonrisa cómplice. Era la primera vez que se sentía cómoda hablando con él. Sin los nervios que siempre solía provocarle. Sin duda, aquella habitación era, de algún modo, poderosa.
La reseña a Harry Potter, el mejor libro de fantasía de todos los tiempos, hizo que a Mira se le acelerase el pulso. Que Bemus hubiera sido un aficionado como ella podría haber hecho surgir algunos lazos de amistad entre ambos. Absorta estaba en sus pensamientos cuando reparó en que el muchacho la miraba arqueando una ceja. Estudiaba a mira con detenimiento y, sin embargo, esta no se sentía juzgada. Era la primera vez. Ahora no podía ser el bicho raro, la loca de la hechicería y los conjuros. Ahora estaba entre iguales.
Bemus pronunció las palabras mágicas, varita en mano, con un pequeño juego de muñeca. Acto seguido la estancia se transformó en un campo de tiro con arco. Mira contemplaba absorta el cambio que había sufrido la Sala de los Espejos donde el único espejo que quedaba era en el nombre. Bemus repitió la misma operación por última vez y las dianas de papel y los bultos de heno fueron sustituidos por gigantescos muñecos de lucha semejantes a los que se podrían utilizar en una clase de artes marciales.
Bemus sonrió de lado ante el comentario de Mira.
Mira se había provisto de una falsa modestia que la ayudaba a creer que podría con todo. Había pensado mucho sobre el tema. Las palabras de Antía Woods le habían martilleado la cabeza sin parar. Ella podía con todo. Al fin y al cabo era la hija de alguien poderoso y, eso, la diferenciaba de todos los demás. Solo cuestión de intentarlo. De tener un buen mentor. No necesitaba más. Por eso Mira Luna contemplaba los muñecos divertida mientras se imaginaba haciéndolos trizas. No era eso lo que esperaba. Ella quería acción. Quería luchar contra un mago de verdad. Empezaba a cansarse de que la trataran como a una cría inútil.
Bemus le tendió una barita que sacó de su túnica.
Mira contemplo la varita mágica en su mano como fascinación. El brillo en su mirada delata la ilusión que sentía la joven. Era, con total probabilidad, la primera varita real con la que se topaba y con ello Mira Luna cumplía un sueño. En realidad, no había dejado de sentir que se encontraba en uno desde que había llegado a FireWell. Lejos quedaban los días en los que sentía que no encajaba en ninguna parte. Palpó cada centímetro de madera con sumo cuidado como si pudiera romperla. Una sensación eléctrica recorrió todo su cuerpo de punta a punta como si una conexión invisible con la varita se hubiera activado.