Las palabras de mi abuelo se quedaron dando vueltas en mi cabeza, pero era muy pronto para entenderlas a plenitud.
En algo tenía razón el viejo, yo tenía el camino un poco adelantado y no había tenido que esforzarme mucho con el tema noviazgos. Eso me dio cierta seguridad y fama de conquistador.
No todas las relaciones terminaron bien la verdad, muchas veces me dijeron que no tenía sentimientos, que era un insensible, un superficial y cosas parecidas.
Nunca fue mi intención lastimar o jugar con nadie, sencillamente solo lograba conectar a nivel físico. Más allá existía un muro infranqueable sin puertas de acceso ni escaleras.
Siempre repetía el mismo algoritmo: me fijaba en una muchacha, me acercaba,
compartíamos y terminábamos en el colchón. Casi siempre tres o cuatro veces, nunca más de cinco.
Yo sencillamente, perdía el interés.
En una ocasión me dijeron que me alejaba cuando la cosa se ponía buena, yo creo más bien que me alejaba antes de que nada se pusiera serio.
A mi hermana le quedaba un año para graduarse y ya era la doctora de la familia. Siempre fue inteligente, aplicada y perfeccionista. Nunca se conformaba con un 4, en quinto año de medicina era la mejor de su clase.
El pelú había pasado a la historia poco tiempo después de la excursión a Playa Baracoa y llegó a nuestras vidas Armando, Mandy, mi cuñado, el hermano varón que la vida me
regaló.
Al principio fue difícil convivir con él, todo serio, responsable, siempre callado. Poco a poco se fue colando en nuestra familia hasta que se volvió uno más de nosotros. Era imposible no querer a Armando, ese hombre veía por los ojos de mi hermana, la adoraba y la
consentía como si fuera una niña.
Yo le tenía un poco de envidia de la buena, nunca había tenido esa necesidad por nadie y contrario al mal criterio que yo tenía de la gente enamorada, Mandy desbordaba felicidad por cada poro.
Era informático y fue él quien me enseñó a cacharrear una computadora. Gracias a eso pude llenar la boleta del Pre con un poco más de seguridad. Pedí la UCI como primera opción y me la dieron.
Veía aquello como el primer paso para seguir las huellas de Mandy. Solo me faltaba enamorarme y esa parte andaba difícil.
En todos esos años mantuvimos una buena comunicación con el puro, él nunca sedesentendió de nosotros la verdad. Hacía un año que se había hecho ciudadano americano y nos había puesto la reclamación.
Yo soñaba con el día de irme para allá con él, vivir la vida que yo quisiera, ganar dinero y sacar a mis abuelos.
Tal vez por esa razón vivía tan ligeramente, pensaba que toda aquella existencia era temporal y que yo estaba de paso.
Al terminar el Pre conocí a una muchacha que ya estaba en la Universidad. Carolina vivía en Alamar y siempre andaba corriendo, de aquí para allá, de una guagua para otra. Nos
conocimos en el Vedado, ella andaba con unas amigas y yo venía con mi abuelo en el carro. Habíamos salido a hacer unas carreras y ganar un dinerito extra que nunca estaba de más.
Cuando paramos en Coppelia ahí estaba ella en el medio de aquel mar de gente tratando de montarse en cualquier cosa. Me bajé y le hice señas de que se acercara.
-¿Para dónde vas?
Le pregunté.
-Voy hasta G.
Se montó en el carro y me di cuenta que andaba con un zapato roto.
-¿Un accidente?
Le dije señalando su pie descalzo.
-Sii, créeme que si no, caminaba hasta G y no gastaba el dinero por gusto.
-Tranquila, que no te vamos a cobrar.
Mi abuelo me miró atravesado pero eso no me importó. La muchacha iba entre él y yo así que la pude observar perfectamente.
Era bonita, bastante bonita la verdad.
-Y ¿Vives cerca de G?
Continúe con mi interrogatorio.
-No que va. Yo voy para Alamar ahora.
-¡Alamar! Solavaya.
Soltó mi abuelo sin poderse contener.
Un frenazo del carro me indicó que ya habíamos llegado. Me bajé y le di la mano para que bajara.
-Bueno espero que llegues pronto a tu casa.
Le dije y ella me miró con intensidad.
-Gracias por la botella.
-Fue un gusto.
Le dije y la ví cruzar la calle en dirección a su parada.
Cuando íbamos a dar el último viaje de vuelta y casi llegando a la calle G, le pedí a Pipo que bajara la velocidad. Cuál fue mi sorpresa cuando ví a la alamareña todavía en la parada.
-Pipo, vamos a llevar a la muchacha dale.
-¿Hasta Alamar? Na tú te volviste loco Marcos.
-Dale viejo, todavía está botada ahí en la parada.
-Y me da tremenda pena con ella de verdad, pero más pena me da lo cara que está la gasolina y lo lejos que está eso.
-Coño viejo y ¿Si fuera mi hermana? ¿Te gustaría que la dejaran ahí botada? Mira, yo te pago la gasolina.
-¿Tú? ¿Con qué? Si siempre estás arrancado.
-Un dinerito ahí que tenía guardado para las vacaciones. Dale recógela viejo.
Me miró con cara de pocos amigos pero subió por G y frenó delante de ella.
Ella miró en dirección al carro sin entender muy bien lo que pasaba.
Me bajé e improvisé lo mejor que pude.
-Mira tenemos que dar un viaje a Alamar a recoger un mandado así que si quieres te vas con nosotros y te ahorras la espera.
-¿En serio?
Me preguntó sin terminar de creérselo.
-¿Te vas a quedar a esperar la guagua o vas a aceptar otra botella?
-Oye gracias de verdad, no todo el mundo hace eso.
Caminamos hacia el carro y me senté en la parte de atrás con ella.
-Mira este es mi abuelo, Luis.
-Mucho gusto señor, yo me llamo Carolina.
Mi abuelo la saludó con la cabeza y arrancó.
-A él no le gusta que le digan señor, dice que eso es cosa de viejo.
Le dije por lo bajo.
-Oh ya, ok no se me va a olvidar.
Estuvimos todo el viaje hablando, de verdad que vivía lejos y aquella gracia me iba a salir carita.
Cuando la dejamos en su casa ya tenía todos sus datos de localización. Quedamos en llamarnos para dar una vuelta la próxima semana.
-Y bueno qué ¿Valió la pena el viaje?
Me preguntó el viejo nada más me subí en el carro.
-Creo que sí pipo, ya te diré en unos días.
Echamos a andar de vuelta y todo el almendrón venía oliendo a Carolina.