¿Fue la mejor decisión?
Aún sigo debatiéndome sobre ello y aunque algo me dice que terminaré arrepintiéndome; sin embargo, en el fondo tengo la esperanza de no equivocarme. Aunque con Allan nunca se sabe. Cuando llegué a casa y luego de hablar con Allan, hice lo propio con mis padres.
En principio parecieron muy sorprendidos. De mi padre y Dennis lo esperaba, pero no de mi madre, quien al contrario de lo que pensaba, no parecía contenta con mi elección, por lo que tuve que reafirmarla con una expresión más seria y serena pata que no pensaran que me estaba volviendo loca. Ambos saben que Allan Woods siempre fue un idiota conmigo.
Papá no aplaudió la elección, pero estuvo conforme, porque si algo bueno trae que haya escogido a Allan es que la posición de Dennis no se verá afectada como si lo hubiera sido si el matrimonio entre Albert y yo se hubiera concretado, ya que él está al margen de todos los negocios de los Woods.
Lo siguiente fue comunicar mi decisión, por ahora en secreto, y convocar la reunión para hacerlo oficial. Se hará el próximo martes donde Allan y yo seremos anunciados como prometidos y de allí solo pasará un mes para que se realice la boda. Sin embargo, antes de que todo eso pase, Allan y yo tenemos que dejar algunos asuntos en claro, y como este asunto debe quedar solo entre los dos, le he citado en el loft de Suzanne, que me lo ha prestado de forma gustosa para que podamos hablar de forma privada.
―¿Podrías dejar de reír? ―le increpo porque desde que le dije que quería tener una charla a solas con Allan, ella solo se ha inventado un millón de ideas locas.
―¡Te lo dije! ―exclama divertida―, pero como te envidio.
―¡Ya basta!
―Ay Lou, no sabes la suerte que tienes, y me vas a dar la razón cuando lo veas desnudo en tu noche de bodas.
―¡Estás loca! ―farfullo, alejándome de ella.
Lo cierto es que escucharle decir esas cosas me pone colorada, y hasta un poco frenética. Ni siquiera quiero pensar en lo que será esa noche. Además, que hay espacios a los que no estamos obligados a compartir, y eso incluye la cama.
¡Me lleva!
Voy hasta ella y la empujo para que se vaya, Allan quedó de llegar a las ocho y ya casi es hora.
―Dejé algunos regalitos por allí ―dice antes de que la saque de la casa y cierre la puerta.
¿De qué regalitos habla? Me pregunto sacudiendo la cabeza. Una vez me quedo sola, reviso que todo esté en orden, pero es cuando estoy dando un repaso que me fijo en eso de los regalitos. Su puso preservativos en el cenicero que no usa porque no fuma.
Mascullo una maldición porque no creo que sea el único lugar donde dejó sus regalitos, así que me pongo a revisar cada uno de sus adornos y termino encontrando más.
¡Qué le pasa!
Solo voy a hablar con Allan y en esas estoy recogiéndolos cuando suena el timbre, así que me guardo con rapidez los que encuentro en el bolso y voy a abrir la puerta un poco azorada.
―¿Ansiosa por mi llegada, mi adorable futura esposa? ―dice con petulancia y yo refunfuño de nuevo.
Huele a perfume varonil fresco y parece recién duchado. Su cabello luce rebelde como si se lo hubiese peinado con las manos y la ropa, una combinación entre formal e informal. Luce condenadamente bien. Supongo que esa es una parte por la que no me arrepiento.
―¡Pasa y cierra la puerta! ―exclamo dándole la espalda y yendo a sentarme. La verdad es que un poco inquieta por la broma de Su. Solo espero que no haya más de esas cosas por allí―, ordené la cena para las ocho y media, así que podemos empezar con ese asunto mientras llega ―añado mientras él se acomoda en el sofá del frente.
Ver la radiante calma de Allan me descoloca. Al menos quisiera tener un poco de ella, pero lo cierto es que por dentro solo quiero gritar fuerte. Aún sigo preguntándome si fue una buena decisión decidirme por él.
―¿Tan mal te fue en la cena con los elitistas que te has decidido por mí? ―Allan pregunta bastante ávido.
Refunfuño con fuerza, porque ahora sé, aunque solo de manera ínfima de dónde le viene tanta perspicacia.
―Digamos que tienes razón en algo ―repongo, alzándome de hombros.
―¿En qué?
―En que puedo deshacerme de ti.
―¿Eso piensas?
―Lo dice el acuerdo que vamos a firmar ―expongo y deja de reír.
―Bien, pero no te olvides de la cláusula de permanencia.
―¿Juntos para toda la vida? ―pregunto con sarcasmo.
―O hasta que la muerte nos separe.
―Quizás tu muerte ―repongo engreída.
―¿Vas a matarme de amor fierecilla?
―Ya basta ―digo para acabar con su parloteo. Busco por mi tableta para mostrarle el documento que he preparado―, estas son mis reglas ―agrego extendiéndosela.
Allan la toma y se pone a mirarla mientras yo le miro a él respirando con fuerza, como si necesitara aliento.
―Límite de convivencia de dos años, contacto entre los dos, limitado, solo el necesario. Durante ese tiempo debo comportarme de manera decente y no avergonzarte. Ninguno invadirá el espacio del otro. Ambos debemos aparentar que nos llevamos bien y nadie debe dudar de ello y etc. ¿Qué es esto, Luisi? ―termina con su pregunta.