Míster problemático

Capítulo 22

Había pensado que jamás lo haría, pero en el fondo me siento sádica al pensar que en serio puedo jalarlo por ella para que haga lo que yo quiero. El sacerdote sigue con el ritual ceremonial y todo pasa como de manera automática, y por un momento me encuentro reviviendo la boda de Alaska, aunque a ella se le veía más feliz que a mí. No es que me muestre enojada, más bien conforme, sobre todo mirando de reojo las expresiones de mis padres. Es obvio que mi madre se guardó todas sus lágrimas.

―Puede besar a la novia ―dice el sacerdote, llegando a ese punto álgido y conclusivo de la ceremonia.

«No hay vuelta atrás», me digo. Ambos nos miramos y me pregunto quién de los dos dará el primer paso. Sin embargo, es él el que se inclina.

―¿No piensas besar a tu marido? ―murmura la pregunta acercando su cara.

Suspiro hondo antes de tomar sus mejillas rasuradas y juntar nuestros labios.

―¿Contento? Esposo ―digo cuando nos separamos, aunque la sensación que me deja ese arrebato es algo extraña.

Allan sonríe y luego me hace dar la vuelta tomándome de la mano cuando el sacerdote nos da la bendición. Es el momento en que todos llegan a felicitarnos, mis padres, mi hermana, los familiares, con la indudable excepción de Amadeus y familia, y comienza la fiesta.

En medio de todo, al final resulta en un buen festejo, donde de forma momentánea nos divertimos y olvido lo que acabo de hacer. Bailo con papá, con Arnie, con cada tío y primo que me lo pide y que debo complacer hasta que vuelvo a juntarme con Allan, solo para despedirnos de los demás, porque tenemos que irnos al hotel, y mañana temprano a nuestro viaje de bodas.

―Por qué no te adelantas, tengo algo que hacer ―me dice mostrándome la llave, sorprendiéndome bastante.

―¿Quieres que entre sola? ―pregunto y luego quiero darme un golpe en la cabeza. Porque estamos frente a la entrada de la suite nupcial.

―¿Quieres que te cargue?

―¡Para nada! ―chillo y le doy la espalda luego de arrancarle la llave de las manos.

La paso por la ranura y entro de inmediato azotándole la puerta en la cara. Luego que estoy recostada en la puerta, busco el interruptor en la pared, enciendo la luz y me quedo observando todo a mi alrededor.

Después abro la puerta, pero Allan no está allí, en serio se ha ido, y por dentro me pregunto qué era lo que tenía que hacer cuando se supone que dijo que anhelaba que llegara este momento y parece como si estuviera evitándolo.

¡Qué cuernos!

«No, no, que haga lo que dé la gana», me digo y camino hasta la habitación, es una suite doble, por lo que eso de dormir juntos no es una obligación. Allí se encuentran mi maleta ya preparada. Las horas pasan mientras ordeno mis cosas y tomo una ducha para quitarme el cansancio del trajín del día y no vuelve. No quiero preocuparme por ello, pero la verdad es que me gustaría saber que está haciendo el idiota.

Me meto en la cama, pero no puedo dormir y luego de un rato escucho la puerta de entrada. Quiero ir a preguntarle en qué andaba, pero me contengo y solo me quedo a escuchar lo que hace. Pensé que iría a su habitación o se asomaría a esta, pero no hace más nada luego que entra.

¡Qué le pasa! ¿Y qué me pasa a mí?

Bajo de la cama y voy hasta la sala y para mi sorpresa se ha quedado tirado en el sofá y por el olor que emana, parece borracho. Me acerco.

―¿Allan? ―le llamo y no contesta―, ¡Allan! ―exclamo.

―Ve a dormir Luisi ―dice dándome la espalda.

―¿Por qué estás borracho?

―Porque estaba bebiendo, ¿no es obvio?

―¿Y por qué estabas bebiendo?

―Porque es lo mejor para ti.

―¿Eres idiota? Se supone que debemos hablar de lo que sigue.

―Espero que no lo digas en serio.

―¡Pues sí! ―espeto agarrándole de la corbata para que me mire―, y ahora mismo te vas a quitar esa borrachera ―agrego jalándole, así que ven.

―¿Me vas a llevar a tu habitación? ―pregunta jocoso y quiero creer que se está haciendo el borracho.

―Muy gracioso ―mascullo jalándolo.

Pensé que no me haría caso, pero se pone en pie y me sigue, pero lo llevo hasta el baño donde hay una tina con adornos bastante sugestivos y románticos que no vienen al caso con nosotros.

―Entra allí ―le exijo.

―Es broma.

―Claro que no.

―Quieres que me quite la ropa.

―¡Estás de coña! ―farfullo agachándome para llenarla de agua.

―Está bien, pero si me resfrío vas a tener que cuidarme.

―En primer lugar, escogiste un mal momento para emborracharte.

―Te dije que es lo mejor ―arguye metiéndose en la tina luego de quitarse la chaqueta y los zapatos, pateándolos lejos, y en efecto se mete con el resto de ropa puesta.

―¿Feliz?

―¡No! ―exclamo molesta.

―Entonces báñate conmigo ―repone tomándome del brazo y jalándome con tanta fuerza que hace que caiga sobre él.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.