―¿Ahora si podemos hablar? ―pregunto a Allan, quien se acerca al comedor para dos en la terraza.
Son casi las diez de la mañana de un día cálido y soleado y hace poco nos han traído del desayuno. Me he despertado desde las seis porque luego que abrí el ojo ya no pude volver a conciliar el sueño, y es que no sé si era peor eso porque lo único que ronda mi cabeza fue la estupidez que hice anoche.
Su buen humor, a pesar, seguro de su resaca, estropean el mío. A diferencia mía que me estoy tapada con la bata hasta el cuello, él solo lleva pantalones de pijama y sin camisa. Con eso logra que mi intento de olvidar lo de anoche se evapore. Desvío la mirada la parte baja de su abdomen cuando toma asiento con una postura relajada y cruzándose de piernas.
―¿No hablamos anoche? ―pregunta provocando que de un respingo.
―¡Bien sabes que no! ―replico.
―¿Entonces qué pasó? Recuérdamelo ―dice irritándome.
―No te hagas el tonto.
―Y tú la mojigata ―repone alzándose de hombros haciendo que se ondule la musculatura de sus hombros.
No dudo que su masa muscular sea dura, porque anoche pude sentir lo bien que se ejercita.
¡Qué diantres!
No puedo creer que, por eso, empiece a fantasear con Allan, quien me mira como si tratar de adivinar mi pensamiento.
―No es sobre eso de lo que tenemos que hablar.
―¿Por qué no? Estoy un poco molesto porque primero me asaltas y luego te vas corriendo.
―¡Yo no hice eso! ―exclamo. Le observo y su cara risueña, me demuestra lo mucho que se divierte con eso. Lo cierto es que no sería difícil dejarse llevar…―, en fin, fue tu culpa, tú lo provocaste ―le reclamo.
―Y yo te dije lo que prefería, así que fue mejor emborracharme.
―No me digas, ¿supongo que es lo que harás de ahora en adelante?
―No, a menos que lleguemos a un acuerdo.
―Allan…
―Soy hombre y tengo necesidades, y no creo que prefieras que vaya a saciarlas con otra.
―¿Es broma?
―¿Me ves que bromeo? Ya no somos niños, somos adultos y no creo que esté mal hablar de estos temas de forma abierta.
―No estamos obligados.
―Entonces prefieres...
―¡No! ―exclamo cortando sus palabras.
Frunzo la mirada mientras él me insta a que le explique mi reacción.
¡Qué cuernos!
―¿Y bien?
―¿Estás chantajeándome?
―Para nada ―responde con una expresión bastante ufana en su mirada.
―Está bien, tú ganas ―mascullo.
―¿Y qué gano?
―¿Ahora te haces el gracioso?
―La verdad no, porque podría decirte que ya no me interesa si te pones de acuerdo o no ―repone dejándome sin aliento mientras le observo tomarse todo el vaso de jugo de naranja.
―¡De que vas!
Su cara por un momento luce sería, pero luego rompe a reír.
―Deberías ver tu cara en un espejo en este momento ―dice bastante jocoso haciendo que resople con fuerza―, no sabes cuanto me encanta saber que no deseas compartirme con nadie y cuenta con que no volveré a emborracharme ―agrega poniéndose de pie luego de dejar el vaso sobre la mesa.
―¿¡Qué es lo que intentas!? ―le increpo cuando me da la espalda para volver a la habitación.
―Ya te lo dije, volverte loquita por mí ―añade hablándome por sobre su hombro y apenas mirándome de reojo―, tomaré una ducha, si gustas puedes meterte conmigo. Hablaremos después de que me bañe.
―¡Vete al cuerno! ―espeto y él se echa a reír burlándose de mí.
Sin embargo, luego que se va, tomo la taza de café con nata y bebo un poco. Medito en que no debía haber reaccionado así porque es obvio que a él siempre le gusta sonsacarme. Sabe cómo hacer para conmocionarme y ese tema de la intimidad, aunque no soy una mojigata como asegura, tampoco es que sea una experta, pero aun así es un tema que no quiero tomarme a la ligera.
Creo que en parte mamá estaba preocupada por eso, pero viendo bien como salió el asunto con Albert a quien estaba gustosa de dejarle ser el primero, ahora le parece un horror que sea con Allan, de allí sus mil recomendaciones y que si algo sale mal él será quien cargue con la culpa. Eso es absurdo, porque independiente del trato, yo también acepté este matrimonio.
Dejo la taza y doy por terminado el desayuno, lo que comí ya fue suficiente. Al pasar por su habitación, en efecto, está metido en la ducha. Puedo escuchar como corre el chorro de agua y me voy rápido de allí antes de que su imagen desnuda con toda el agua corriéndole por todo el cuerpo inunde mi cabeza.
¡Te odio!
En mi habitación busco mi teléfono, pero lo sigo dejando apagado, la última vez que lo miré tenía mensajes de mi madre, de Suzzane, de los cuales ya imagino el tono, y de Alaska, el único que leí porque me deseaba que tuviera una linda luna de miel.