«Compórtate como una mujer madura, no dejes que Allan te haga perder el control», me repito en la cabeza como un mantra mientras termino de arreglarme. La verdad es que no me sirve de mucho, él siempre me lleva la delantera por más que me he comportado de forma rígida.
En el fondo es porque sigo guardándole un poco de resentimiento a sus actitudes del pasado. Siempre se dijo que Allan era el más incontrolable de todo, pero la parte que yo conocí solía ser amable conmigo. Sin embargo, todo eso termina hasta el día del anuncio del compromiso.
Ahora me pregunto si él tenía alguna expectativa de que eso podía cambiar; no obstante, es tonto porque nunca me dio señales de que deseaba eso, solo se empezó a comportar como un idiota hasta lograr que le detestara. Lo último que hizo antes de marcharse a Montreal fue arruinar el auto donde Albert me iba a recoger para llevarme a mi fiesta de Prom.
Suspiro bajo y me espabilo poniéndome un poco de brillo labial y perfume. Para el almuerzo iremos al restaurante The Monkeys food´s que está dentro del hotel, es parte del itinerario de la luna de miel que organizó mi hermana para nosotros. Después de eso pasaremos la tarde en el centro y para la noche cenaremos en The Monkey´s Bar, y después, ya veremos.
Dijo que no iba a apresurarme, pero sus mensajes son tan contradictorios que en serio va a terminar volviéndome loca de verdad. Después de la interrupción, la verdad es que nos mantuvimos lejos, él revisando algunas cosas de su trabajo y yo del mío que debo atender, así esté de viaje, y solo nos volvemos a juntar para el almuerzo.
No me dio detalles de que haría, solo que tenía que ocuparse con ello, y lo cierto es que todavía no tengo claro que trabajos está llevando. Tampoco sé si tomará el puesto que su padre le dará en el bufete de la empresa.
Me miro al espejo por última vez y tomo mi teléfono y lo meto en un bolsito pequeño. Lo encendí porque necesitaba buscar algunos contactos y de paso respondí a la consulta de mamá sobre si Allan me estaba tratando bien. Me limité solo a informarle que todo iba bien. Encontré también un mensaje de Dariel, que lo he leído solo porque imaginé que era alguna especie de disculpa por no presentarse ninguno de ellos a la boda, pero solo decía: búscame cuando te arrepientas.
Su resentimiento me causa un poco de gracia; sin embargo, aunque esto fracase, no pienso buscarle de nuevo. Al salir de la habitación me dirijo a la de Allan, pero no está allí, le encuentro en la terraza hablando por teléfono, no tengo idea de con quién habla, pero no parece una conversación muy entretenida por como luce su expresión algo adusta. Se detiene cuando me ve y da por terminada su llamada, cambiando su semblante volviendo a verse como el mismo petulante con el que he estado tratando estas últimas semanas.
Me quedo allí esperándole y cuando se pone frente a mí parece inspeccionarme.
―¿Qué? ―mascullo, sintiéndome un poco intimidada por cómo me mira de arriba abajo.
Llevo una blusa de tirantes con una falda larga. No soy asidua a andar con los hombros y el pecho casi descubierto, pero son regalos de Alaska para que estuviera acorde con el clima. De adornos llevo un collar y pulseras que me regaló mamá en algún cumpleaños.
―Me gusta ―dice luego de su escrutinio visual.
Quisiera decirle que no necesito que me dé su aprobación, pero es la segunda vez que no ve como si mirara a una anciana conservadora.
―¿Nos vamos?
―Era un cumplido ―repone cuando camino hasta la puerta.
―¿Te doy las gracias? ―rechisto y él sonríe caminando hasta donde estoy y cuando pienso que abrirá la puerta me arrincona contra ella―, ¿oye?
―¿Qué tal un beso? ―pregunta inclinando su cabeza y acercando su cara a la mía.
―Puedes dejar de bromear.
―Solo si me besas.
―Cielos, pareces un niño ―replico y él se señala los labios con el dedo incide.
Arrugo la cara antes de agarrarle del cabello y besarlo. Solo pensaba darle un besito, pero él empuja su lengua dentro de mi boca y el momento se vuelve intenso robándome todo el aliento. Respiro agitada cuando rompe el beso y me deja con el corazón acelerado y la boca abierta.
―Ahora sí, ¿vamos? ―dice adelantándose en abrir la puerta.
―Sí que eres bajo ―farfullo cuando salimos al pasillo.
―Si te disgusta, prometo que no lo vuelvo a hacer ―aduce extendiéndome su mano y con una expresión de inocente en el rostro que le hace ver rebelde y atractivo.
Sobre todo, porque ha cumplido su palabra de no vestir como un motero o indigente. Si de algo puedo jactarme es que por lo menos me eché un marido sexi al que muchas se detienen a mirar.
¡Me lleva!
Miro su mano y me decido a tomarla y de inmediato la apresa y tira de mí para caminar hasta el ascensor. Bajamos hasta la recepción con varias personas más, por lo que me arrima hasta él.
―No me respondiste ―susurra en mi oído.
―¿Qué no te respondí? ―murmuro ladeándome para verle.
―¿Si te disgusta que te bese? ―pregunta haciéndome resoplar y llamando la atención de unas cuantas miradas.