Allan me mira con su característica petulancia luego de meternos a ambos en la habitación, y ponerme en pie a una distancia entre la cama y la puerta, luego de que pataleara para que me bajara. Era un chiste que habiéndonos casado tuviéramos una suite de lujo con cuartos separados; sin embargo, era gracias a la situación en cómo se terminó efectuando todo esto. Quizás daría mala impresión a las personas del hotel, pero también tenemos políticas de convivencia segura para parejas, porque a veces se requiere un lugar para descansar cuando intimar tan pronto no estaba en el radar.
Por lo menos, no en el mío; no obstante, tengo que admitir que Allan siempre ha sido de esas personas particulares que logran cumplir lo que se proponen. Por lo general, en el pasado, solo era molestarme, o hacerse el bruto para que su madre le rogara a la mía que le echara una mano porque sabía que yo era muy inteligente.
¿Lo era?
En este momento, no lo sé, porque al igual que en el pasado siempre se salía con la suya. No logró arruinar el compromiso, pero sí las muchas veces que Albert y yo teníamos un momento para compartir.
―¿Y bien? Dijiste que no era para eso ―repone y yo lanzo un bufido arrugando la mirada.
Observo como va hasta la cama, se sienta en ella y empieza a quitarse los zapatos, también a desvestirse. Entonces me vuelvo hacia la puerta y le escucho reír.
―No tenías que traerme como un cavernícola ―increpo volviéndome hacia él, que ya está soltando los botones de su camisa.
Se ha quitado los calcetines y lleva los pies descalzos. Después se pone en pie y solo con los pantalones puestos camina hacia mí.
―Me dio la impresión de que lo estabas deseando ―aduce haciendo que retroceda hasta chocar mi espalda con la puerta―, ya sabes que no tengo problemas con eso y puedes ser todo lo honesta que quieras conmigo ―añade.
Lo cierto es que sé que solo dice para sonsacarme y no es algo nuevo para mí. En el pasado era su forma para que a veces le dijera las cosas. Como cuando me alejé de él porque su popularidad era tanta con las chicas que algunas tenían celos de verme siempre con él. Era increíble que sufriera acoso escolar porque yo podía tener su atención y ellas no. Solo dejó de ocurrir cuando alguien esparció el rumor de que yo era ala prometida de su hermano.
Lo extraño de todo es que, aunque siempre buscaba poner distancia, él siempre estaba alrededor de mí, e incluso me llegué a enterar por una compañera que no me dejaron en paz por eso sino porque intimidó a muchas de esas chicas para que se alejaran de mí. En el fondo esperaba que solo las hubiera amedrentado con eso, pero, por el contrario, salía con ellas. No sé lo que hacían, pero muchas se regodeaban de cuando las llevaba a las famosas fiestas de chicos y que causaban mucho ruido en el colegio.
Esas a las que yo no asistía, y no por ser demasiado frívola o no querer mezclarme con los demás, sino por ser cuidadosa. Al día siguiente de esas fiestas, solo quedaban los chismes y muchas chicas con la reputación en el piso. Eran las cosas que me hacían odiarlo y recordarlo, ahora me enoja más.
―Está bien ―digo tragando con fuerza.
Ya no somos chiquillos, y no hay ninguna reputación que mantener, por lo menos no entre los dos.
―¿Está bien qué?
―Podemos seguir haciéndolo ―respondo luego de exhalar con fuerza.
Nunca estuvo en mis pensamientos que Allan y yo estuviéramos en estas. No era el plan original. No era con él con quien debía estar en esta situación; no obstante, a veces me pregunto si con Albert hubiese sido de la misma forma.
Supongo que no porque entre ellos siempre hubo una marcada diferencia. Por lo menos lo creía así hasta que se escapó evadiendo el compromiso.
―¿Haciendo qué? ―Allan pregunta.
Su voz resuena por encima de mis pensamientos.
¡Que cuernos!
Abro los ojos y frunzo los labios observándolo, porque si hay algo que es real en este momento es que quienes estamos ahora somos él y yo, y a quien le terminé entregando mi virginidad y no me arrepiento.
¡Cielos!
De inmediato coloco mis manos en su pecho y le empujo con fuerza para que se mueva, pero es tan grande y fornido que no lo muevo ni un palmo. Mis manos se ven pequeñas sobre su tersa y blanca piel.
―¿Qué intentas hacer?
―Solo retrocede ―mascullo.
Él ladea su rostro hacia atrás y mira la cama. Pongo los ojos en blanco cuando vuelve a mirarme.
―¿Quieres ser tú quien me meta en la cama?
―Lo dijiste, ¿no?
―Que dije.
―Que podía ponerte una correa y hacer lo que quisiera contigo si aceptaba casarme. ¿Acaso era broma? ―expongo y Allan me mira con sorpresa, luego bufa una sonrisa.
―No ―dice con tanta seriedad que la risa parecía un chiste de humor negro.
Entreabro los labios cuando toma mis manos, pero lejos de quitarlas de sobre su piel, las aprisiona con las suyas y empieza a retroceder los pasos que hay hasta la cama. Cuando llega me suelta y se recuesta de espaldas.
―Soy todo tuyo ―dice llevando las manos detrás de su cabeza ocasionando que de un respingo y respire con fuerza sintiendo la boca seca.