―¿Te acostaste con Saddie Burns? ―pregunto sin tapujos mirando las olas que va dejando el transbordador a su paso.
Allan lanza un bufido.
―¿Por qué quieres saberlo?
―¿Hay algún motivo para que respondas con un simple sí o no? ―inquiero y entonces pasa a mirarse serio.
―Creí que no te interesaba saber con cuantas me he acostado, pero seguro que tienes curiosidad por saberlo.
―¡No es eso!
―¿Entonces? ―cuestiona con un alzamiento de hombros.
―Es porque quizás sé cuándo pasó ―expongo y él alza sus cejas ensanchando la mirada―. Fue ese día, ¿verdad? ―agrego.
Es cierto que había dicho que no quería saberlo, pero Saddie es otra historia porque la conozco.
―La tarde en la que te esforzaste por impedir que me dejaran ir a su fiesta, ¿a ese te refieres?
―¡No hice tal cosa!
―¿En serio? ―repone―, o eso quiere decir que puedo confirmar que lo hacías a propósito.
―Te dije que no ―mascullo, aunque en el fondo es cierto que hice que le regañaran y le castigaran cuando llegué a casa con las rodillas raspadas de las caídas que tuve con la bici.
Puedo admitir para mí que, si tenía ese propósito, pero no para él.
―Pues lo lograste, mi padre ordenó encerrarme en la habitación y me prohibió ir a la fiesta; sin embargo, me escapé. ―Por su parte, él sí lo admite―. La razón es que en ese entonces no tenía sentido que me pidieras que no lo hiciera, no me diste una razón más que una pataleta. Hubiese sido, al contrario, si tu razón fuera que ibas a romper el compromiso con Albert.
―¡No podía hacer eso!
―¿Entonces qué sentido tenía que me dijeras que no fuera a ver a esa chica?
―Saddie había regado en toda la escuela que esa noche iban a perder la virginidad juntos ―digo sintiéndome algo tonta.
Si recuerdo bien ese momento, la sensación que tenía era horrible de solo pensar que era cierto. Como esperaba, Allan se burla de mí enervándome.
―Quédate tranquila, eso no ocurrió.
―Al día siguiente se supo que te metiste en problemas por ir a esa fiesta.
―¿Y dedujiste que me tiré a Sally? ―increpa―, pero quédate tranquila, no fui yo quien se la quitó. Fue Albert ―añade sin darme tiempo a repostar.
Resoplo con fuerza.
―¡Mientes!
―¿Sigues creyendo en ese tonto, luego de lo que hizo? ―inquiere mirándome a los ojos.
―Albert… es tu hermano… ―emito con la voz trémula porque por primera vez escucho algo que me sorprende.
No puedo decir que sentía amor por él, pero siempre lo tuve en un pedestal.
―Y sabía que me gustabas, por eso siempre se reía de mí y mis vanos intentos por conquistarte ―continúa sorprendiéndome aún más.
―¿Portándote como un idiota?
―¿Por qué no agregarle un poco de imperfección a tu cuadrada vida? ―expone―, ¿no crees que eso hizo que por lo menos tuviéramos recuerdos? ―añade haciendo que trague con fuerza.
―Albert…
―Es mi hermano y lo conozco mejor que tú y me hizo feliz saber que no te puso un dedo encima. Así que no te dejes provocar por Saddie ―agrega por último sacándome un suspiro que me sonroja llenándome de vergüenza.
Aunque no lo planee así, al final terminó siendo él.
Después de eso no volvimos a hablar del tema porque en el fondo tiene razón, malos o buenos, tenemos muchos recuerdos en común; sin embargo, esto que ha dicho termina de derrumbar la imagen que aún conservaba de Albert. Arribamos a las siete a la isla, y después de veinte minutos de recorrido desde el atracadero llegamos a la propiedad de mis abuelos. Una enorme mansión de playa ubicada al sur de la isla. Una parte bastante reservada y lejos del centro; también muy lujosa y confortante.
―Tus abuelos sí que viven bien ―comenta Allan después que bajamos del auto y vemos más de cerca la casa, en la que ya se empiezan a encender las luces, dándole un toque más imponente con la brillante iluminación.
El abuelo siempre tuvo buen gusto como buen arquitecto de renombre y la construcción de la casa fue idea suya. Una mezcla de estancia veraniega con un poco de estilo victoriano, lujos y muy elegante.
Al fondo se puede escuchar el ruido de las olas. Ya he estado unas veces aquí, cuando recién se instalaron inaugurándola con toda la familia, y luego cuando vine a pasar una temporada con Alaska. Tenía quince años y mi hermana todavía estaba soltera.
―¿Lo dice un Woods?
Reparo alzando una ceja, sin embargo, a pesar de que su familia también es ostentosa, siempre se ha mantenido como un renegado. Incluso, creo que decidió ir a vivir a Montreal, de donde son sus abuelos maternos, ya que ellos viven de forma un poco más modesta que los paternos, cuya estampa siempre ha sido fina y muy exquisita.
―¿Y eso qué? De todos, soy el más normalito, ya deberías saberlo.
Supongo que, en todo, él siempre ha sido la excepción.