Hoy es nuestro último día en la isla y en casa de los abuelos y él decidió sacar su lujoso yate para salir a navegar. Es una maravilla en la que ha estado invirtiendo su tiempo y solo lo saca en ocasiones especiales. Allan se ha levantado muy temprano en la mañana para ir con él y hacer todo el trabajo de remolcarlo hasta el puerto y anclarlo al agua.
La abuela y yo nos uniremos a ellos más tarde. De momento nos dedicamos a preparar todo lo que necesitamos porque pasaremos la mayor parte del día en altamar. Al abuelo le encanta navegar, ya que en sus tiempos mozos practicaba la regata, y fue en los tiempos en los que lo hacía a nivel competitivo, que conoció a la abuela. De allí que su yate lo haya mandado a diseñar como una regata a velas.
―Parece que el abuelo está muy emocionado por hacerse a la mar ―comento en lo que termino de ayudar a guardar la comida que vamos a llevar y que la abuela se ha encargado de preparar.
―No imaginas cuánto.
―¿Y eso te molesta o te preocupa?
―Ninguna de las dos, siempre he sabido que hay pasiones las cuales no podría llenar por mucho que lo intentes.
―Debes estar bromeando, el abuelo siempre se ha desvivido por ti, no en vano llevan tantos años.
―Eso es lo que se ve, pero pueda que las apariencias engañen.
―Ay abuela, no me digas que estás pensando en separarte del abuelo.
La sola idea me resulta bastante rara.
―A estas alturas ya vivimos por la costumbre, pero hubo un tiempo en que sí. Sobre todo, cuando empecé a descubrir con qué clase hombrecito me había casado.
―No imagino al abuelo siéndote infiel ―expreso sintiendo algo de zozobra, porque es la primera vez que hablamos de un tema como ese.
―Ni yo, pero sabes, algunas cosas difíciles tienen que ocurrir para luego descubrir que tan fuerte es el lazo que te une a la persona con la que te casaste. Si no lo hubiese descubierto, ninguno de ustedes existiese.
―¿Es un consejo o una advertencia?
―Depende de ti.
―Supongo que no dejarás de tener tus reservas con Allan.
―Nunca, no porque lo odie, es porque espero que en verdad sea un buen esposo para ti.
―No sé si será el mejor, pero, creo que puedo convivir con él ―digo casi que flipando por dentro al recordar la mayoría de las cosas locas que me dice, entre ellas, que, aunque todavía me odia, sigue queriéndome.
―El tiempo lo dirá, ¿no?
―Así es querida, así que hoy disfruten de su último día en el paraíso, porque pronto empezaran a vivir la verdadera vida marital.
―¿No es conyugal?
―Esa solo es la parte divertida del asunto; pero esta no dura para siempre como la otra ―responde ampliando su sonrisa.
Después me hace señas para que terminemos de cerrar las canastas. Una vez todo empacado, ella pide a una de sus ayudantes en la casa que acomode todo en su Volvo. Luego de colocar todo dentro, nos subimos y ella conduce muy feliz hasta el puerto.
De camino hacia allá pone música alegre y empieza a tararear haciéndome reír.
―Vamos, canta también, no seas aburrida ―me insta y lo cierto es que su gusto es demasiado viejo, pero admito que si no fuera así no sabría quién carajos fue Janis Joplin.
A la abuela le encanta su música y creo que representa esa parte hippie de su vida, que no recuerdo si también vivió mi madre. La canción de turno es Piece o my hearth. Y así, amenizadas con ese ritmo un poco estrafalario, llegamos al muelle. Allan nos está esperando, luciendo pantalones de mezclilla ajustados que por cierto no están rotos y camiseta a rayas. También unos lentes de aviador que no le deslucen para nada. Al verlo medito en lo que dijo la abuela sobre la vida marital y la conyugal y que no eran lo mismo y como la segunda no dura para siempre.
Cielos, la verdad es que, viéndolo bien desde todos sus ángulos, creo que hemos empezado al revés. Él guía a la abuela y la ayuda a buscar el lugar donde dejará estacionada la camioneta.
―Hay varias cosas que sacar de la parte de atrás.
―Yo me encargo ―le responde y ella le da sus llaves.
―Buenos días, linda ―me dice zalamero cuando pasa por mi lado para abrir el maletero. Arrugo la mirada y cuando la abuela está distraída colocándose su gracioso sombrero de paja, me roba un beso―, espero que me hayas extrañado esta mañana en la cama ―añade haciendo que resople.
―Podrías no mencionar eso, la abuela te va a escuchar.
―¿Y eso qué? ―repone sacando una de las canastas y poniéndola en mis manos―, adelántense, yo me encargo del resto ―dice y la abuela nos mira.
―Vamos, Luisi, dejemos que el hombre haga su trabajo.
―Está bien ―digo aferrando la canasta a mi pecho―, si necesitas ayuda…
―Yo puedo con todo, anda y ve.
Frunzo el ceño porque es, me lo está ordenando con sutileza.
―Vale ―digo y doy la vuelta uniéndome a la abuela.
Ambas caminamos hacia la parte del muelle donde el abuelo ancla su yate y luego de un corto trayecto bajo el sol que ya está empezando a calentar, llegamos. Él nos ve desde la proa y nos hace señas.