Míster problemático

Capítulo 40

―¿Qué tal? ―Allan pregunta jactándose de su logro luego de cortar y comer un trozo de pollo.

Supongo que el éxito en la enseñanza de cómo preparar la cena dejó de lado cualquier presunción por mi parte; y aunque convertirme en una abnegada ama de casa que es una experta cocinándole al marido no está en mis planes, reconozco que no es algo que tampoco vaya a desestimar y creo que puedo aprender un poco.

―No está mal, para ser alguien que aprendió a cocinar con su abuela.

―Nana Elsie es la mejor, aunque no lo creas.

―¿Por qué elegiste ir con ella?

―¿No es obvio?

―Quizás tu padre hubiera preferido que fueras a casa de los suyos.

―Eso era lo que me había dicho cuando le manifesté que me iría de casa, pero no iba a hacerlo porque sería como seguir en la misma línea. En cambio, con mis abuelos maternos me sentí más libre para elegir mi camino y sin nadie que me dirigiera la vida.

―Entonces solo querías seguir siendo un rebelde ―comento al tiempo que como un poco de la ensalada que preparé también con su ayuda.

―Supongo que no seguir la norma impuesta me convierte en uno de forma irreversible.

―No se trata solo de «normas» ―emito haciendo comillas con mis dedos.

―¿Lo dice la señorita que solo hace lo que le dicen los demás? ―increpa y sus palabras me enojan.

―Eso no es cierto.

―¿No? ―me cuestiona―, si mal no recuerdo solo hacías lo que te decían.

―¡Nadie me dijo que tenía que aprender a montar en bicicleta! Tampoco que debía ayudarte con las materias que ibas reprobando ―mascullo las palabras y él abre los ojos.

¡Qué diantres!

―Había entendido que mi madre le había dicho a la tuya que te obligara a eso.

―¡No es cierto!

¡Mierda!

―¿Entonces, ¿debo entender que la estirada de Louisiana hizo aquello porque se compadecía de mí?

Allan me hace tragar con fuerza con esas palabras. Si bien tiene razón en que muchas de las cosas las he hecho porque siempre fui obediente con lo que me decían en casa, en especial mi madre, también es cierto que algunas de ellas fueron decisiones tomadas de forma impulsiva, y que después mamá me echaría encara por querer ser demasiado buena con un incorregible.

Esa es la razón por la que lo detestaba, porque ella suponía que yo quería ser buena, pero nunca entendió que en el fondo solo estaba siendo egoísta cuando él empezó a prestarle atención a las demás chicas que le perseguían, cuando desde que le conocí siempre tuvo ojos para mí.

Tomo un poco de agua para hablar.

―Así es ―digo y él lanza un bufido, porque siento que si admito lo otro solo se reirá de mí.

Allan siempre me trató como si yo fuese inalcanzable para él, y eso era algo a lo que me había acostumbrado.

―Vale, nunca pensé otra cosa de mi adorada Luisi ―responde haciendo que suspire profundo, porque a pesar de su media sonrisa en el fondo, siento que hay deje de decepción en sus palabras.

Después de eso comemos en silencio, como si no quedara nada por decir.

Eres cruel Luisi, eres malditamente cruel, me repetía cuando decidía no hablarle por días, luego de arruinar alguna cita con Albert.

―Creo que ya comí suficiente ―digo dejando los cubiertos a un lado del plato―, yo… lavaré los platos.

¡Me lleva!

Jamás en mi vida he lavado un plato. Él se carcajea cuando me ve ponerme en pie.

―Es muy fácil usar el lavaloza eléctrico.

―¡No dice que lo usaría!

―¿Untarás tus delicadas manos de jabón?

―Supongo que existen los guantes.

―Vale, ya que yo preparé la cena en su mayoría, no está mal que laves los platos ―aduce y luego se limpia con la servilleta dejándola sobre la mesa. Después se pone en pie―, me voy, tengo que hacer un par de llamadas.

―¿Puedo saber cómo te fue con tu padre? ―pregunto cuando me da la espalda.

―¿Eso te interesa?

―¿Podrías solo decirme?

―Bien, lo de siempre. Me ha dicho que puedo seguir haciendo lo que me da la gana, pero que no pondrá ni un peso para ello, por lo que ya me lo esperaba ―expone y luego se va.

Me quedo allí en la cocina terminando de recoger los platos y pensando si intento lavarlos o solo los meto al lavaloza como insinuó, no obstante, después de tropezar mi vista con ese lado de la isla donde nos tomamos un tiempo para pasarla bien, medito mordiendo mi labio, en que quizás debería decirle la verdad.

Qué si sentía algo por él, pero que también era cierto que no podía darle rienda a suelta a eso porque estaba segura de que no tendría futuro. En el pasado era Albert quien estaba designado para mí, y no él, y eso de alguna forma que quizás otros y ni él entiende pesaba por, sobre todo.

Que las cosas hubieran cambiado, solo fue una anomalía; pero también me ha ayudado a darme cuenta de los errores que he cometido y que me convirtieron en una mujer fría y calculadora, y la verdad es que nunca había anhelado ser diferente, hasta que él regresó otra vez a mi vida, volviéndose otra vez la excepción a mis estrictas reglas de comportamiento.




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