Llevaba alrededor de veinte horas tirado en la cama, hacía tanto que no estaba en reposo al enfermarme que no tenía ni una tira de ibuprofeno que no estuviera vencida.
La tarde anterior, había llegado a casa con las últimas energías, me tiré en la cama y no pude moverme más, tantee la mesa de noche esperando dar con mi celular y así llamar a alguna farmacia que me envíe la solución a mi malestar. Al agarrar el aparato, me encontré con diez mensajes sin leer, quizá para algunos dicha cantidad no era algo extraño, pero para un hombre como yo, reacio a la adaptación tecnológica, eran muchos.
Me dirigí al único chat que utilizo con frecuencia, la farmacia más cercana a la villa donde me desempeño como pediatra… bueno… como pediatra, enfermero, cocinero, mozo, mediador, técnico en reparaciones de cualquier tipo. ¡La lista es interminable!
La vida entre el centro de salud y el comedor comunitario de la villa me ha enseñado todas las profesiones y aunque solo me había educado para una, las otras las había aprendido a fuerza de horas de trabajo voluntario, el cual había consumido mi vida por completo.
Los primeros mensajes que respondí, luego de pedir ibuprofeno, fueron los de mis compañeras de trabajos, madres del barrio que trabajaban mano a mano para que las infancias no se vieran marcadas por el hambre, el frío y las miles de carencias que allí encontrabas. Los mensajes siguientes, eran de los proveedores que la municipalidad solía enviarnos, era día de recepción de mercadería y lo había olvidado por completo. Organicé la situación lo mejor que pude y volví al último mensaje que tenía sin leer, un número que no formaba parte de mi lista de contactos.
#1433 en Novela contemporánea
#9204 en Novela romántica
mensaje inesperado, encuentro de almas, vocación de servicio
Editado: 26.04.2024