Seguimos un ida y vuelta que duró varias horas, era la primera vez en la vida que agradecía la existencia de ese bendito aparato móvil. Luego de dos días de reposo obligado, me levanté para volver a la villa. Me costaba muchísimo concentrarme al estar pendiente del celular, a nadie le pasó desapercibido mi cambio y me lo hicieron saber, no tardaron en llegar las bromas y aunque lo intentaba, más de una vez me descubrieron sonriendo como un boludo frente al móvil.
El día de mi cumpleaños, me desperté con un sentimiento en el pecho que me dejó un tanto pensativo. No solía ser un día en el que me sentía feliz, más bien siempre trabajaba horas extras para no volver y encontrarme solo en casa. Llegué al barrio y me puse a revisar a mis pacientes con cierto apuro por salir con tiempo, tenía ganas de preguntarle a Valeria, si tras tres semanas de chateo intensivo, creía posible cenar conmigo. No alcancé a mandarle ningún mensaje porque el trabajo fue intenso de una manera casi inexplicable, parecía que todo el mundo se había puesto de acuerdo para requerir algo de mí y lo más extraño es que nadie se había acordado de felicitarme.
Me escondí en el baño un par de minutos, mareado de atender tantos temas diferentes al mismo tiempo. Me lavé el rostro y las manos, saqué el celular de mi bolsillo para comprobar que Valeria había elegido ese día para no enviar ningún mensaje a parte del "buenos días" que me había respondido diez horas atrás.
Abrí la puerta, la oscuridad repentina me puso alerta, quedé expectante, en silencio y aferrado al picaporte un par de segundos hasta que la música invadió el espacio.
Oír el feliz cumpleaños me relajó, la torta iluminada con las velas que se acercaba a mí me hizo sonreír, mi corazón se saltó varios latidos al descubrir el rostro de la persona que la traía en sus manos.
—Feliz cumpleaños, Feli —leí sus labios porque las voces a nuestro alrededor no me permitían escuchar nada más.
Cuando mi mente por fin reaccionó, sólo atiné a murmurar su nombre.
Sí, seguro hasta el estúpido de Hermes hubiera actuado mejor, me quería morir.
Sin embargo, todos a nuestro alrededor salvaron mi momento de shock, entre aplausos, besos y abrazos. Nos obligaron a acercarnos a la mesa con la torta a cuestas para cumplir el ritual, Valeria interrumpió para explicarnos que al fuego no se le pedían deseos, todos la escuchaban atentos, yo la adoraba con la mirada. Si en fotos y video me había parecido hermosa, en vivo y en directo me robaba el aliento. Compartió con todos como si fuera una más del equipo de trabajo, terminamos de comer la torta y nos fuimos caminando hacia la salida de la villa.
—No te he preguntado cómo hiciste para estar acá hoy, ni cómo te enteraste de que era mi cumpleaños porque le temo a tu respuesta.
—Tenés un celular al que no le ponés contraseña, Feli, no es muy difícil sacarte información, tus amigos buscaron mi contacto y me invitaron.
—Nunca antes la había necesitado.
—Y agradezco que hayas sido tan “descuidado” —enfatizó la palabra al decirla lentamente— ¿No pensabas decirme que hoy cumplías cuarenta años?
—No acostumbro a celebrar.
—¿Hoy podrías hacer una excepción? —preguntó con un brillo en su mirada.
—Si supieras todas las excepciones que ya he hecho solo por vos.
La tomé de la mano y la guié hasta mi auto, abrí la puerta del acompañante pero antes de cederle el paso, la encerré entre mis brazos y la besé.
Sus labios me provocaron la misma calidez que llevaba sintiendo en el pecho desde que su inesperado mensaje llegó a mí por equivocación.
—Te debo una cena —habló sobre mis labios.
—No me debés nada, Vale. Quiero con vos un amor que no se trate de deudas, ni de necesidades ¿Te tirás a la pileta? —insistí con la misma pregunta que le había hecho días atrás.
—¿No ves que ya estoy empapada?
María Florencia.
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Editado: 26.04.2024