Mon petit amour

Solitude

Los consejos de Lou siempre le ayudaban, pero esta vez no fue así.

Sintió que le había fallado, sintió que todo era su culpa.

Sintió que había destrozado algo que apenas estaba comenzando.

Ahora ni siquiera podía concentrarse en sus clases de teatro, y el profesor le había dicho que si bajaba su rendimiento lo iba a expulsar.

No podía concentrarse en nada, no le salían las palabras cuando se miraba al espejo para practicar su disculpa.

-Si vas a reparar tu error, tiene que ser algo memorable. -dijo Lou-

Y tenía razón. Tenía que ser algo que quedara tatuado en su corazón por siempre.

Pero no sabía que hacer.

-¿Qué tal en el café Des roses?

Antoine recordaba ese café, que le hacía honor a su nombre pues tenía un atrayente aroma a rosas y vainilla.

Recordaba cuando tenía siete años, antes de que la sangre de su madre manchara sus recuerdos.

Antoine recordaba a su madre, una mujer admirable, con su cabello oscuro y liso junto con una sonrisa que se perdía en la oscuridad de la noche y aquel corazón, que él quería conservar por mucho más tiempo.

Y su nombre dulce y melodioso, impregnado de historias de su pasado.

Antoine recordaba como todo el personal de De roses giraba sus cabezas para ver a Amelié Bonheur, una mujer que con sólo una sonrisa lograba explicar por qué sus hijos eran tan felices.

Recordaba las tardes que pasaban juntos en aquel café, comiendo macarons mientras Amelié les contaba que en su juventud había sido modelo o astronauta.

Antoine sabía que eso no era verdad, pero aún así su madre era genial.

Y daría todo, todo por volver a escuchar su voz o a que lo tomara en sus brazos en una sombría tarde de lluvia.

Daría todo por olvidar aquella noche, cuando los mismos maleantes que lo habían golpeado llegaron a su casa, para acabar con la vida de Amelié.

En ese momento hace un par de meses, Antoine no había reconocido sus rostros, pero luego entendió por qué Lou estaba tan preocupada.

-No voy a perderte a tí también. -dijo-

Aquellas palabras sólo le recordaban que su tiempo se estaba acabando.

Y Lorraine no podía saberlo, oh no podía.

Eso sólo la alejaría más de él y era lo último que necesitaba.

Porque en esa noche, donde Antoine sintió la cálidez de sus manos supo que no podía dejarla ir.

Sabía que había muchas cosas que encerraba detrás de aquel cabello oscuro que lo hacía suspirar.

Y la señorita del lazo azul tampoco se podía enterar de su dolor en el pecho, eso sólo la haría pensar que era raro y no la volvería a ver nunca más.

Había veces en que el chico de ojos grises se sentía atrapado en sí mismo. Había veces que deseaba arrancarse el corazón del pecho y huir a un lugar donde nadie conociera su nombre.

Se sentía atrapado entre sus propios secretos, entre el palacio de cristal que constituía su cuerpo y mente.

Porque no sólo era la presión en el pecho, era también la respiración irregular, los temblores y el pánico repentino que experimentaba.

Experimentaba unas crecientes ganas de llorar, producto del miedo que crecía en su alma, el miedo de no saber qué era lo que estaba mal con su cerebro.

Se había encerrado en si mismo y no le había contado esto a nadie. Bueno...Y es que no tenía a quién contarselo.

Siempre había sido un chico solitario, encerrado en aquel palacio de cristal lleno de temblores y lágrimas.

Sólo Lou lo sabía. Sólo ella lo apoyaba...

Y a veces, el muchacho sólo queria gritarlo a los cuatro vientos, gritar hasta que se le desgarrara la garganta y que todo el mundo supiera que su dolor era real.

Porque era demasiado que soportar.

Pero en su lugar, Antoine prefería cohibirse de la fuerza de la palabra, de la fuerza de lo que su historia podría provocar en alguien.

Especialmente en Lorraine.

Porque, ¿qué diría ella si supiera que a veces él empezaba a respirar con una rapidez exagerada? ¿qué diría ella si se enteraba de que alguna vez compararon su comportamiento con el de Emilie Rose?

Seguro diría lo mismo que todos.

Así que, el chico prefería quedarse callado.

-Pensará que soy raro. Como todos. 

-Yo pienso que eres genial. -dijo Lou-

-Porque eres igual de rara que yo. 

Lou se levantó y le sacudió el cabello, lo que cualquier hermana mayor haría.

-¿Te imaginas volver a Des roses? ¿Después de tanto tiempo?

-Me revolvería el estómago.

-Ay, no digas nada. Adrián y yo siempre vamos para allá. Hay bandas que cantan en vivo. Música clásica.

-¿Clásica?. -Antoine alzó una ceja- Pensé que a tu novio sólo le gustaban bandas como Slipknot o Stone Sour.

El novio de Lou se desvivía por rock y metal super pesado. A Antoine le agradaba ese sujeto, porque amaba las mismas bandas que él.

-¿A caso no sabes el concepto de "clásico"? Allá van músicos de nuestro país, tonto.




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