Capítulo 10.
¡Ataquen!
Monique no esperaba que su primera visita al centro comercial de Gray Peaks fuera para pasear a tres mil esqueletos vivientes, e intentar encontrarles un nuevo propósito a sus vidas, que no fuera servirle fielmente para toda la eternidad. Pero ahí estaba, y bien o mal tenía que salir adelante de esa situación.
Por supuesto, resultó imposible no llamar la atención de las demás personas mientras entraban por las puertas de la fachada principal, subían por las escaleras automáticas, y avanzaban por los coloridos y concurridos pasillo frente a los escaparates de las tiendas. Monique al menos agradeció que la mayoría de la gente se fijara más en los esqueletos, y no tanto en ella.
—Lo primero será ver un poco de ropa nueva —propuso Karly, al tiempo que caminaba al frente de todos como una guía. Se veía bastante confiada moviéndose en ese entorno—. Sus atuendos son tan viejos como… no sé, ¿cómo mi abuela?
—Sólo le erraste por uno par de siglos —señaló Billy, con desgano.
—Karly, no tengo dinero para comprarle ropa a tres mil esqueletos —susurró Monique, preocupada.
—¿Quién dijo algo sobre comprar? Probarte la ropa es gratis.
Monique pensó en alguna forma de rebatir eso, pero técnicamente estaba en lo cierto.
Se dirigieron entonces a la que aparentemente era una de las tiendas predilectas de Karly, una grande de paredes colores pasteles, y ropa en los estantes que se veía minimalista y, por supuesto, muy costosa. Como obviamente los esqueletos no iban a caber todos al mismo tiempo en el interior, eligieron a cinco de ellos al azar para que los acompañaran, y Karly pudiera escogerles algunos conjuntos a cada uno. El resto aguardó paciente en el exterior de la tienda, cosa que de seguro no agradó mucho a los empleados, pues nadie lo pensaba demasiado antes de pasarla de largo al ver a todas esas criaturas raras paradas ahí afuera.
—No, definitivamente no es tu color —masculló Karly, mientras sujetaba un vestido color azul frente a uno de los cinco esqueletos—. Pero, ¿qué combina con piel inexistente y huesos color jade?
Soltó un pequeño quejido reflexivo, y se viró de regreso a los estantes en busca de alguna otra prenda.
—¿Cuánto pesas?
—Unos diez kilos, quizás —respondió el esqueleto, aunque un tanto dudoso.
—Cielos —masculló Karly, sorprendida—. Ventajas de no tener musculo… grasa… carne… Bueno, ser literalmente sólo hueso.
Tras varios intentos de prueba y error, Karly eligió un atuendo para cada uno, bastante diferentes y únicos entre sí, y se fue con ellos hacia los probadores. Monique y Billy aguardaron afuera, ante la mirada aguda de los empleados, cuya paciencia con su presencia ahí estaba peligrosamente llegando a su límite.
Una vez que los cinco se vistieron, Karly los guio de regreso a la tienda, y en especial hacia Monique para que ésta pudiera contemplar sus selecciones.
Uno de ellos usaba un vestido largo de fiesta color rojo, con un blazer negro.
Otro usaba una blusa verde olivo con pantalones anchos azules.
El tercero un traje de pantalón y saco morados con camisa blanca, e incluso un sombrero al juego con el traje.
El atuendo del cuarto esqueleto se componía de un suéter rojo oscuro y pantalones beige.
Por último, para el quinto habían elegido un vestido fucsia corto, y un abrigo color rosa palo sobre los hombros.
Los cinco se pararon en hilera uno al lado del otro frente a su nueva ama, firmes como si estuvieran en una formación de soldados.
—¿Cómo exactamente supiste cuáles de estos esqueletos son hombres y cuáles mujeres? —cuestionó Billy, mientras le echaba un vistazo desde su posición a los cinco atuendos, que al menos tres de ellos eran claramente del apartado de mujer.
—Qué mente tan limitada la tuya, Billy —le reprendió Karly, pasando una mano con jactancia por sus largos cabellos rubios—. La ropa no tiene género. Mientras te sientas bello con ella, lo demás no importa.
—¿Y por qué nunca te he visto usar ropa de hombre, entonces? —inquirió Billy, cruzándose de brazos con actitud defensiva.
—¿Quieren dejar eso para después? —exclamó Monique con tono de regaño—. Lo importante son ellos —indicó con firmeza, girándose hacia los esqueletos y dando un par de pasos más hacia ellos para mirarlos mejor.
—¿Esta apariencia le complace, mi señora? —preguntó con entusiasmo uno de ellos, el del vestido rojo.
—No, no estás entendiendo el punto, Bob —mencionó Monique con reprobación.
—Creí que yo era Bob —susurró otro de los esqueletos, el del traje morado.
—Lo siento, Bob —murmuró Monique, apenada—. Aún no los distingo. Pero como te decía… —Pensó rápidamente por un minuto en algún nombre adecuado—. Jaime… El punto no es que me complazca a mí, sino que te complazca a ti.