Cassie pocas veces en su vida se había visto en una situación que le generara ansiedad y terror a la vez. A pesar de que Lysander la miraba, no podía apartar sus ojos de la chica a su lado, quien la observaba sin un atisbo de emoción.
Era la primera vez, desde su llegada a L'hiver Institut, que tenía la completa atención del mayor enigma del lugar: Lysander. Los ojos árticos del joven estaban clavados en Cassie con una pizca de curiosidad, era la primera vez que ella le veía tan cerca, lo que más le impacto fue el espesor y largo de sus pestañas, e incluso logró que Cassie sintiera el dulce picor de la envidia, ya que ella a duras penas tenía pestañas: eran largas, pero pocas y nada curvadas, siempre batallaba con la pestañina para lograr resaltarlas.
Contrario también a la chica frente a ella, Cassie era incapaz de mirarla directamente, sobretodo porque parecía haberse inmiscuido en un momento privado. Se armó de valentía y se regañó a si misma por estar pensando en cosas sin importancia cuando tenía algo por hacer.
Sin más dilación, alzó la libreta mostrándosela a Lysander.
El susodicho miró el objeto, la portada negra y frunció el ceño.
— El día del incidente en la biblioteca tomé está libreta por error, lamento la tardanza para entregártela — se explicó Cassie cuando notó la mirada confusa de Lysander, tal vez ella había tenido algo de suerte y él no se había percatado del cambio, por ende, tampoco leyó el contenido de su libreta.
Aún así, sus siguientes palabras la dejaron sin aliento y sin pulso.
— Lo sé.
Aquellas dos simples e insulsas palabras fueron suficientes para detener el corazón de Cassandra, para hacer que el mundo diera vertiginosas vueltas a su alrededor y que su estómago se sintiera como una caída en picada. En pocas palabras, Lysander desató un holocausto en Cassie.
Ella empalideció.
— Estaba demasiado ocupado para buscar al dueño y devolverla, sobretodo porque no está marcada — habló él con voz plana mientras con una ceña le pedía al hombre que tenía su mochila que se la entregara, sacó del interior otra libreta y se la tendió con amabilidad a Cassie.
Por supuesto, un grave error por parte de Cassie jamás haber puesto su nombre en la libreta, aunque no cayó en cuenta de ello hasta este preciso instante.
Mientras se dio el intercambio, ella rozó la mano de Lysander, la piel estaba fría y tirante; alejó su mano con insana y evidente rapidez, como cuando la apartas si te hubiera quemado. Rezó porque Lysander no notara aquel imperceptible toque, sobretodo porque él no tenía una reacción similar a la de Cassie.
Pero cuando alzó la mirada, sus ojos no se cruzaron con los de Lysander, fueron más allá, a la chica que estaba parcialmente tras él, cuya mirada contenía ira, desprecio y disgusto... Y que si las miradas matasen, Cassie yacería muerta en el suelo.
— Lysander — soltó ella, contrario a la marea emocional que reflejaban sus ojos, su voz era el epítome de la indiferencia. Cassie hizo una imagen mental de la escena en su mente: ella era un punto de color en el paisaje invernal que Lysander y la chica componían, junto con la gabardina roja de la joven, el resto estaba cubierto de blanco, negro y una enorme cantidad de gris.
El joven que inundaba los pensamientos de Cassie se giró hacia la joven, él notó algo en ella y le hizo tensarse visiblemente.
— Hora de irnos — Lysander asintió hacia el hombre, el conductor del coche, quién guió a la chica hacía el interior del vehículo. Ella entró sin reticencia pero no sin antes darle una mirada cargada de odio a Cassie, logrando que la joven tragara con dificultad y se removiera incomoda en su lugar.
Miró el suelo y pasó nerviosamente una uña sobre la caratula de su libreta.
— Gracias — esta vez, la gratitud estaba presente en la voz de Lysander. El joven le dio una mirada a Cassie y subió en el auto, ella simplemente se quedó ahí, miró mientras el auto salía a través del portón metálico ornamentado del instituto y luego se sentó ahí, con la mirada perdida.
No entendía por qué su interior, su alma, se había llenado a rebozar de un decaimiento asfixiante. Ni siquiera tenía fuerzas para irse, solo quería permanecer ahí un minuto más, un segundo más y sin razón alguna para justificar aquel sentimiento: solo porque sí. El día se fue y junto con un cálido atardecer la noche llegó en silencio, el cielo se tiñó de negro con un millar de puntos de luz, uno en particular resaltaba más que los demás, mostrándose completamente, con su forma circular y luz resplandeciente, la luna iluminó el instituto con palidez fantasmal.