Hubieron días en los que Bruce no podía hacer otra cosa más que mirar hacia el horizonte donde las nubes de humo y arena seguían expandiéndose constantemente. Pensaba en su tierra, en Magnus y en lo que estaba haciendo. Una parte de él se sentía como un cobarde. ¿Por qué no simplemente lanzaba el barco de nuevo al océano, se subía en él y regresaba a su tierra? ¿Por qué no se olvidaba de todas sus intenciones heroicas y regresaba para entregarle la princesa a Magnus? ¿Qué sería de Magnus? ¿Estaba vivo, estaba muerto o había sido capturado? No tenía forma de averiguarlo porque él no estaba ahí. ¿De verdad valía la pena lo que estaba haciendo? ¿Cuál era su afán de mantener a salvo a Samira? ¿Qué pesaba más; su querido amigo y rey que le dio todo a manos llenas, o una princesa de la tierra que les había declarado la guerra? Regresa Bruce, regresa.
El soldado se llevó las manos al rostro. Tenía rato nadando en un amplio campo de agua cristalina. Se había internado detrás de unas gigantescas montañas para que el agua abrazara y limpiara cada centímetro de su piel desnuda, pues estaba cansado de llevar ropa puesta a todas horas, y cuando por fin creyó tener un momento para él, una criatura emergió del fondo marino y se abalanzó sobre su cuerpo.
—¡Samira!
—¿Te asusté? —la sirena reía a carcajadas.
—Samira, ¡¿qué estás haciendo aquí?! ¡Maldita sea! —Bruce trató de cubrirse sus partes íntimas, pero era difícil concentrarse en sí mismo cuando también tenía que apartar su mirada de los senos desnudos de la mujer. Afortunadamente la princesa estaba utilizando su aleta de sirena, de lo contrario su distracción estaría en aumento.
—Abre los ojos, no es para tanto.
—Samira.
—Mercenario —de pronto, la mirada de la sirena reposó sobre una enorme montaña rocosa que se hallaba al otro lado de la isla. Quizá nunca la habían visto porque solo podía verse desde ese lugar, y ellos no habían estado antes ahí—. ¿Qué es eso?
—¿Qué es qué?
—Bruce —nadó hacia él y cuando le tocó el pecho desnudo, el vampiro se estremeció—. Abre los ojos y mira hacia allá. De verdad, creo que es…
—¿Un volcán? —Bruce también se quedó sorprendido.
—¿Sabes lo que puede significar eso?
—Que si hace explosión, ¿estaríamos muertos?
—No, tonto. En el Otro Mundo la única tierra que tiene volcanes, y de sobra, es el reino de los Ikarontes.
—¿Y?
—Bruce, ¿qué tal si estamos en una isla perteneciente a Ikaronte? Podríamos ir al volcán y saber quién la gobierna.
—Ah no, no, no, no. Samira, es una isla desconocida. No sabes nada de ella y qué tal si hay caníbales.
—Mercenario, tú serías lo más letal para ellos. Vamos, Bruce.
—¿Qué ganaríamos con ir? Samira, eres la princesa de Alta Marea. Suponiendo que esta isla realmente pertenece a los Ikarontes y que hay soldados de su corte instalados aquí. Te podrían capturar y negociar con tu padre.
—No lo veas de esa forma. Podemos ir, podemos pedir ayuda y entonces como los Ikarontes también están en contra de mi padre, podrían ayudarnos. Yo les daría toda la información necesaria para…
—Samira.
—Quiero ir, y lo haré con o sin tu ayuda.
—No vas a ponerte en ese plan.
—¿Cuál plan? —y con una despiadada sonrisa y una mirada lasciva, la mujer se acercó más a su cuerpo, le rodeó el cuello con sus brazos y casi se frotó contra su entrepierna que Bruce seguía cubriéndose firmemente.
—¡No hagas eso! —los ojos del vampiro se pusieron rojos.
—¿Me vas a llevar?
—Eso es chantaje… —los senos de la princesa habían crecido y, ayudados por el movimiento del agua, era imposible que sus pezones no se tocaran contra el pecho desnudo de Bruce—. ¡Está bien, está bien, ya suéltame!
Samira se echó hacia atrás, dio una voltereta en el agua y gritó de felicidad.
—Te voy a llevar hasta el volcán, pero lo haremos a mi manera. Si llegases a hacer alguna estupidez como desviarte o ponerte a jugar en el bosque, daremos media vuelta y regresaremos aquí. ¿Entendiste?
—¡Sí, mi general!
—Ahora vete de aquí para que pueda vestirme.
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Editado: 07.05.2024