Magnus estaba recargado en una pared, escondido detrás de un muro de granito el vampiro observaba en silencio el botón de oro que casi nunca se ponía, pero que aquella noche sintió que era el único amuleto tan fuerte como para protegerlo. ¿Qué significaba ese pedazo de oro? Bueno, en los recuerdos de Magnus aquel botón tenía un significado demasiado poderoso.
No necesitó mirarse en un espejo para saber que aquellas telas que cubrían su cuerpo eran algo realmente fino. Las ropas de un verdadero príncipe. Sus pies desnudos estaban sobre una suave alfombra gris, su cuerpo ya no tenía cicatrices y ningún otro vestigio que le recordara su pasado. Se había puesto contento, su pecho desbordaba alegría y no podía esperar para salir y recorrer todo el palacio, el reino del hombre que le había salvado la vida y que lo había rescatado de los espantosos fosos esclavistas. Pero entonces, la amargura de una conflictiva realidad lo abrumó.
—Zacarías… —decidió hablar, consiguiendo que el Mandato se diera la vuelta hacia él. Carpathia tenía en las manos un pequeño joyero de obsidiana—. Te agradezco todo lo que hiciste y estás haciendo por mí, pero creo… creo que te has equivocado.
Zacarías no pudo evitar mostrarle una sonrisa.
—¿Por qué lo dices?
—Ni siquiera conocí a mis padres, ¿cómo crees que puedo tener sangre Real?
—Magnus, los vampiros no tenemos sangre.
—Sabes a lo que me estoy refiriendo.
—Mi palacio no se guía por la herencia, solo por el valor personal.
—Y según tú, ¿yo tengo ese valor?
—Ya te dije cómo te encontré. Estuve años enteros buscando en los diferentes continentes del mundo y no lo conseguí hasta que un ser extremadamente poderoso me entregase la respuesta.
—¿Hécate?
—Así es.
—Y decidiste ponerme el nombre de una Diosa.
—Te gustará con el tiempo.
—El príncipe Magnus.
—Y el rey Hécate Magnus —Zacarías estalló en carcajadas—. Con el tiempo entenderás por qué Hécate es tan importante y venerada para mí.
Magnus le sonrió, y entonces vio cómo Zacarías se acercaba a él y le colocaba sobre el cuello de la camisa un bonito botón de oro con el rostro de Hécate grabado en él. Después le sacudió los hombros.
—Estás listo.
—¿Para qué?
—¿Cómo que para qué? Para que conozcas el reino. Los vampiros deben conocer a su futuro rey.
El recuerdo se esfumó cuando las campanas del castillo comenzaron a sonar. Magnus levantó su mirada y comprendió que los habían descubierto. Pronto todos los guardias y soldados de Alta Marea, al igual que las sirenas, se congregarían a su alrededor dispuestos a matarlos.
—Mierda —Hécate se volvió a colocar el botón en su uniforme, debajo de su gruesa capa de seda negra. Cogió con firmeza su espada y se lanzó sobre los tritones.
Dentro del castillo, Celestia, Kiroto y Kariomel se las trataban de arreglar para llegar al balcón en una sola pieza. Los guardias salieron de todos los rincones, algunos empuñaban espadas y otros disparaban flechas que terminaban clavándose en las paredes o en los muebles.
—Son demasiados.
—Tienes que irte, Celestia. Yo me encargaré de ellos.
—¡¿Te has vuelto loco?! Son muchos.
—¡No tenemos otra alternativa. Si está bien, Kariomel se encontrará contigo en el segundo piso. Anda, vete.
La reina se caló su capucha y echó a correr, pues prácticamente su vida, de ella, de sus compañeros y de miles de seres de los demás reinos dependía de qué tan rápido pudiera correr y qué tan inteligente fuese para evadir a todos los centinelas que se fue encontrando en su camino. La sangre escurrió por los pasillos y salpicó las paredes. A Celestia le dolía el alma asesinar, pero una parte de ella le gritaba que aquello era tan solo una pequeña justicia por todos los seres que esos mismos centinelas y su rey habían asesinado.
Se comenzaron a escuchar gritos, explosiones y espadas chocando. Afuera las cosas se estaban quemando, y seguramente aquello habría sido la magia de Kazuko y Katrina. Magnus también se proponía atacar, y aunque solo utilizaba su espada de oro para apuñalar y cortar cabezas, intentaría conseguir el mayor tiempo posible. Las campanas repiqueteaban con fuerza, se golpeaban con la pared de las torres y parecía ser que en cualquier momento se vendrían a bajo. De pronto, un par de gritos captó la atención del poderoso oído vampírico del Mandato de la muerte.
—¡Cortad el contrapeso y cerrad la reja!
Magnus se quedó quieto, vio a seis tritones subir las escaleras y disparar flechas hacia las numerosas cuerdas que cargaban el contrapeso de la reja.
—Ay no… —el vampiro volvió a enfundarse la espada, cruzó la baranda de piedra y se lanzó hacia el vacío. Su agilidad y dureza le permitieron caer de pie sin hacerse ningún daño.
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Editado: 07.05.2024