El viento voló las hojas secas del pórtico. Todo estaba en silencio, las luces apagadas y el correo de aquella mañana seguía en el buzón.
—¡¿Danisha?! —Stephanie se pegó a la ventana con la esperanza de poder ver algo, o verla a ella.
Finalmente decidió que entraría, pues al ser una mítrida, ella no necesitaba de alguna invitación para poder adentrarse a la casa. Si bien el lugar en donde vivía Danisha no era enorme, tampoco era tan pequeño como el departamento de Stephanie. Ella recuerda que en algún momento de su pasado, se había preguntado de dónde sacaba Danisha tanto dinero para darse lujos que sinceramente muy pocos tenían.
Steph había llegado al pasillo que conducía a su recámara; un corredor lleno de fotografías enmarcadas que develaban muy poco de su vida, pues a simple vista solo había imágenes de ella, de una mascota y algunas premiaciones de belleza que había ganado en los concursos escolares. Cuando Stephanie consiguió acercarse a la puerta, su impresionante oído captó el casi silencioso goteo de una llave. Seguramente era el agua que escurría de la regadera.
Con cuidado, la muchacha abrió la puerta del baño y se asomó. Danisha se hallaba sentada en el suelo de la ducha, tenía el cabello empapado y sus brazos rodeando parte de su cuerpo desnudo.
—¿Estás bien? —se arrodilló a su lado.
Para Dani no era un escándalo que su mejor amiga la viese desnuda, ya que muchas veces la había visto así debido al exigente control de vestuarios en los certámenes en los que ella participaba. Danisha necesitaba ayuda para cambiarse de ropa cada cinco minutos, y quién mejor que su amiga de casi toda la vida para ayudarla.
—No lo sé.
—Estás helada —Stephanie se estremeció al tocarle un hombro—. Te traeré una toalla.
—No. Por favor no te vayas.
—¿Qué nos ha pasado, Danisha?
—¿Qué me ha pasado a mí? —su tono de voz no era el mismo. La joven quería llorar, deseaba hacerlo, pero por algún motivo no pudo.
—¿Quieres hablar de ello?
—Fue espantoso. Le dije adiós a mi vida.
—Todavía tenemos una oportunidad.
—Tú no lo entiendes —una sonrisa amarga destrozó sus labios. Stephanie deseaba sacarla; su cuerpo estaba blanco y pronto comenzaría a arrugarse si no abandonaba la humedad del suelo y de las pocas gotas que todavía quedaban en su piel.
—Él me mordió —Steph se descubrió el cuello. Ahí estaban los dientes de Scott clavados en su piel.
Dani la miró. Sus ojos no eran amarillos o verdes. Eran rojos.
—¿Y qué hiciste?
—No lo sé. Alexa, Niar y Steve llegaron a rescatarnos, pero todo se volvió un caos. Lo último que supe fue que Alexa me dio un menjurje de plantas extrañas que ella sabe manipular.
—¿Bebiste sangre?
—No. Eso me lo impidió.
—¿Y por qué no me lo dio a mí? Yo también lo necesitaba.
—Desapareciste. Steve me dijo que antes de que Scott me mordiera, tú comenzaste a correr hacia el bosque.
—Anoche… —ella cerró sus ojos. Recordó los gritos de una mujer. Recordó que él estaba sobre ella y le arrancaba el vestido para abusarla. Y recuerda cómo se lanzó sobre él, lo mordió, lo mató y después corrió— Pasaron cosas… y yo…
—¿Bebiste sangre?
Dani asintió.
Stephanie la imitó en el gesto de los ojos. Tampoco deseaba plantearse su futuro, si es que lo tenía.
—Scott me mordió.
—Lo lamento tanto.
—Tengo dos opciones. O consumo sangre humana y me convierto en una vampira completa, o me quedo así y no tardaré mucho tiempo en morir.
—Stephanie…
—Alexa me dijo que por el momento era una mítrida. Más específicamente un ser que ha brincado de una vida a otra, o un vampiro recién convertido.
Danisha regresó a la misma posición del principio. Hundiendo su rostro entre sus piernas, dejó que Stephanie la abrazara e intentara consolarla.
—Yo… —se quedó callada.
—Tranquila, todo está bien.
—Yo no maté por diversión. Él estaba…, ella no quería… Pensé…, pensé que la iba a lastimar y no podía permitirlo. Stephanie, mis pensamientos no me dejaron en paz. Eran miles, miles de voces que hablaban unas y otras y no se callaban.
—Dani…
Pero ella no la dejó terminar la frase.
—Vete por favor. Necesito un momento para reponerme.
—Amiga…
—¡Vete! ¡Quiero estar sola!
Stephanie se levantó y salió del cuarto de baño. Ahora lo mejor que podía hacer por ella, era dejarla sola. Además, ella también tenía muchas cosas en las qué pensar.
Las llaves de su departamento cayeron sobre la mesa de entrada. Ella puso verlas, y también vio cada una de las pequeñas partículas de polvo que se levantaron a su alrededor. La desesperación la consumía, y al estar totalmente entregada a la espantosa soledad de su casa, las preguntas que en ese momento tenía irían empeorando.
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Editado: 07.05.2024