La hermosa pelirroja se le acercó, presionó uno de sus dedos sobre el párpado de su ojo izquierdo y entonces pudo ver el opalescente color amarillo, aquel del que tanto se hablaba en sus libros y que era característico de los nevolones.
—Quiero saludar, pero no sé cómo hacerlo —Niar también se unió al grupo. El muchacho llegó, tenía la cabeza vendada y algunos moretones en la parte derecha de su rostro.
—No puede ser. Niar —Stephanie se acercó a él, y sin ser consciente e ignorando las advertencias de Alexa, envolvió al joven en un inofensivo abrazo que terminó provocándole más daño del que ella podía esperar.
Niar gritó, se quejó y terminó retorciéndose de dolor cuando el cuerpo de su amiga lo estrujó contra el suyo. Stephanie tenía una fuerza titánica, tanto que poco le faltó para destripar al pobre de Niar ahí mismo.
—¡Perdón, perdón, perdón! No era mi intención lastimarte.
—Descuida —el muchacho trataba de recuperar el aliento—, ya extrañaba tus abrazos.
—No lo vuelvas a hacer —Alexa la reprendió mientras le entregaba un vaso hermético con su menjurje de plantas que se asemejaban a la sangre—. Eres una mítrida, pero eso no significa que tus habilidades de vampiro no existan. Ahora debes tener más cuidado con todo, y eso incluye tu fuerza, tu sed, tu oído, tu vista y tu velocidad.
—Esta mañana deseé comerme un Pomerania.
—Tal vez eso funcione…
—¡¿Comerme a los perros de mi vecindario?!
—No precisamente eso, pero sí algunos animales salvajes. En algunos artículos de revista se conocen como vegetarianos a los vampiros que no se alimentan de humanos, sino de animales.
—Por supuesto que no. Esta sangre falsa que tú fabricas me queda perfecta.
—Pero no es lo que necesitas. Lo que tú te estás bebiendo son plantas, no sangre, y en algún momento tú necesitarás consumir algo de verdad.
—¿Los animales muertos cuentan?
—Eso suena… —pero entonces Alexa se dobló en dos, gruñó, lanzó un alarido de asco y trató de arrancarse la nariz con los dedos— ¡¿Qué es esa peste tan horrible?!
La calle parecía pasarela solo para su belleza. Ella llegaba, caminaba en unas hermosas botas góticas, llevaba puesto un vestido cortísimo de encaje oscuro, un arnés sexy y un par de pulseras. Tenía el cabello suelto, larguísimo hasta la cintura, negro como la noche y con destellos plateados. Si antes era bonita, justo ahora Danisha estaba destronando a todas aquellas reinas de belleza que se habían llevado la corona del mundo.
—¡¿Pero qué pasa con ustedes?! Alguien se está pudriendo y no soy yo —Dani puso la misma cara de asco que Alexa hizo al olerla.
Todos estaban demasiados sorprendidos para responder.
—Danisha, ¿qué te ha pasado? —le preguntó Stephanie.
—Sí Danisha, ¿qué les ha pasado? —pero era evidente que Steve y Niar se fijaban únicamente en el par de enormes senos redondos que ahora le levantaban el escote del vestido. El pezón se le marcaba a través de la tela.
—Nadie ha respondido a mi pregunta. ¿Qué huele así?
—Creo que me está pasando lo mismo que me pasó con Scott. No soporto el olor de los vampiros. ¡Qué asco! —Alexa salió corriendo, y solo así Danisha pudo enderezarse.
—¿Era ella la que olía así? ¿Pero qué le ha pasado?
El timbre del instituto comenzó a sonar, y antes de que alguien pudiera seguir diciendo algo más, todos se despidieron y entraron a sus salones.
La mañana pasó tranquila, la hora del almuerzo había llegado, y cuando todos salieron para reunirse en las mesas de jardín, Alexa llegó dejando sobre la mesa una pequeña barita de incienso.
—¿Estás loca? Van a decir que eso es alguna droga ilegal —le recriminó Stephanie.
—Prefiero que digan eso a seguir oliendo el aroma a cadáver de Danisha. Por cierto, ¿en dónde está ella?
—Allá viene.
Dani se acercó, y cuando tomó su asiento al lado de Steph, llevaba puesta una pinza especial en la nariz que le evitaría respirar aquel despreciable hedor.
—Puedes quitártela. El incienso evitará que ambas podamos olernos.
—¿Esa cosa que parece cigarro?
—¿No es genial? La cree con un poco de aserrín, miel, crisantemo y una buena dosis de azaleas.
Danisha se quitó la pinza de la nariz y sonrió.
—Funcionó. Pero no esperarás que estemos cargando un palito de esos cada vez que nos veamos, ¿verdad?
—Trataré de hacer algún collar o anillo que desprenda este aroma.
—Esto es increíble —Niar la observó con asombro—. Alexa, ¿cómo hiciste este tipo de cosas?
Las mejillas de la muchacha se pusieron más rojas.
—Pues verán, todo tiene una explicación, no sé cuál es esa explicación, pero la tiene.
—¡Alexa! —gritaron todos.
—Está bien, está bien. Les contaré cómo sucedieron las cosas. Desde que era pequeña mi abuela se escondía para contarme historias sobre los aquelarres, los hechiceros, las brujas y los encantamientos británicos. Me decía que a los wiccanos les encantaba estar en contacto con la naturaleza y aprovechar sus frutos para engendrar la brujería. Me contaba también cómo en 1930 las mujeres eran juzgadas y asesinadas en la hoguera solo por practicar el ocultismo, y yo siempre supe que aquellas no eran solo historias, que en realidad me estaba hablando de su vida y cómo es que ella llegó a ser una buena wicca. Sabía que la magia estaba en mi herencia. Mi padre también es un wiccano, pero abandonó esa idea el día que se casó con mi madre, pues según ella, los encantamientos eran del diablo y todos moriríamos en el infierno si lo practicábamos.
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Editado: 07.05.2024