La cafetería comenzaba a llenarse. Stephanie y Dani estaban juntas, sentadas en la misma mesa y a la expectativa de lo que podría decir los demás. Las dos amigas no habían dejado de mirar sus platos, pues sabían que en cuanto decidieran probar bocado, lo vomitarían de inmediato.
Y así sucedió. Cuando Danisha se llevó un trozo de nugget a la boca, tuvo que escupirlo porque no le gustó el sabor.
—¡Ya está! ¡Dame ese maldito termo ahora mismo!
—¡Aléjate de mí!
Las dos comenzaron a pelear, y cuando creyeron que Stephanie iba ganando, el termo cayó al suelo partiéndose en pedazos y desperdiciando todo el líquido de su interior.
—¡Mira lo que hiciste!
—La culpa fue tuya por no querer dármelo.
—¡Yo lo necesito más que tú!
—¡No es cierto!
—¡Sí es cierto!
—¡Basta, las dos! —Alexa se metió entre la pelea—. Así nunca vamos a llegar a ningún lado. Les he dicho que eso no es sangre de verdad, por lo que no pueden depender para siempre de ello.
—Entonces, pequeña Polly Pocket bruja de llavero, ¿Cuál es tu idea?
—Aunque no lo parezca, sí tengo una idea.
Niar, Steve, Danisha y Stephanie comenzaron a seguir a Alexa como escoltas que resguardaban a su soberana. Salieron del instituto y se perdieron entre los callejones arboleados que bajaban las veredas hasta que el pavimento comenzaba a desvanecerse y solo quedaban las hiedras, rocas y ramas.
—¿Qué hacemos aquí?
—Queridas amigas, estáis viendo su comedor recién servido —señaló el interior del imponente bosque de Vermont.
—Alexa, te he dicho que no voy a matar animales.
—Lo siento, Stephanie, pero no tienes otra alternativa. Tranquila, no porque consumas sangre animal te convertirás en una vampira.
—No me gusta la idea de cazarlos.
—Apártate —Danisha abrió la boca, y fue impresionante la manera en la que sus colmillos crecieron atraídos por el aroma de la sangre—. Si tú no quieres desayunar, yo sí quiero.
En un abrir y cerrar de ojos, la vampiresa desapareció.
Alexa apoyó su mano sobre su amiga.
—Tienes que comer, Stephanie, o vas a morir.
A Steph no le quedó otra alternativa más que aprender a cazar y aprender a cerrar los ojos cuando tuviera a cualquier animal entre sus brazos.
—Está bien. Voy a tratar de hacerlo.
Corrió kilómetros que parecían reducirse en medio de los caminos rocosos y sumidos en la penumbra de los árboles, y entonces sucedió; un instinto depredador le abrió tanto los ojos. Era el sonido seco de un par de pisadas que caminaban abriéndose paso entre la maleza.
—Muerde —pensó—. Vamos, tienes que morder —luchó contra su instinto— ¡Muerde! —se arrojó al cuerpo de un ciervo que apenas y consiguió altivar la cabeza para verla llegar.
La sangre bajó por su lengua hasta su garganta. El primer día de su vida, el primer día de tantas tardes de cacería.
Dejó que los días trasgredieran sus esperanzas. En algún momento deseó poder hablar con alguien sobre lo que sentía y sobre el espantoso miedo que le daba el no saber exactamente qué pasaría con su vida, sin embargo, siempre supo quedarse callada.
El domingo por la tarde, todos se reunieron en el departamento de Stephanie, o la Cazona blanca de los vampiros, como Niar y Steve le comenzaron a llamar. Edwin y Derek también asistieron, y por supuesto que seguían desconociendo en lo que Danisha y Steph se habían convertido.
—Niar, ¿cómo demonios te lesionaste la cabeza? —le preguntó Edwin, con la boca llena de palomitas de maíz.
A Niar todavía no le habían quitado las vendas, y aunque el muchacho decidiera callarse, los dolores de cabeza seguían en aumento, cada vez peores.
—Ya te dije que me he resbalado.
—Steve —Danisha se sentó a su lado y acunó el brazo del muchacho entre los suyos con la idea de frotar sus pezones sobre su piel—. Hueles fascinante.
—¿A perfume? —le susurró él.
—No. A sangre.
—¡Basta, Danisha! ¡Ni se te ocurra!
—JA, JA, JA, JA, JA, JA, JA, JA.
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Editado: 07.05.2024