Legarreth miró el contenedor una vez más antes de alejarse, pero la desesperación de los pequeños por aferrarse a la vida la hizo vulnerable.
Los convirtió en vampiros.
Con Hécate Magnus todavía vivo y al mando del trono, decidió que no haría de un conocimiento público su adopción a esos dos pequeños infantes. Decidió que era momento de adentrarse a las partes bajas de Mortum y buscar ayuda en la bruja que sirvió durante muchos años a Zacarías. Fue así como llegó a las manos de Poliska.
El día, uno de tantos, en los que Legarreth fue en su búsqueda, la vio saliendo de una arbolada. La mujer llevaba la boca cubierta de sangre y una canasta con flores en la mano derecha.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Habían pasado años desde que Legarreth no había vuelto a ver los rostros endemoniadamente angelicales de aquellos dos pequeños.
Poliska se había encargado de cuidarlos mientras las cosas en el palacio cambiaban. Los chicos detuvieron su crecimiento a los veinticuatro años, que por lo que había escuchado, era devastador. Según Poliska, los niños aumentaban de tamaño cada dos días, y antes de que se diera cuenta, habían alcanzado la mayoría de edad en tan solo tres años y medio.
Por algún extraño motivo, Märah se detiene en esta parte del relato. Ella está sentada en su silla que ahora ha dirigido hacia la ventana, tiene los ojos clavados en el horizonte y un tremendo nudo de ansiedad en el pecho, pero no se atreve a comentarlo. Ha terminado, y si deseara agregar algo más a su historia, no podría hacerlo. Es lo máximo que ella misma se permite contar.
—¿Entonces Legarreth fue la primera mujer en convertirse en Mandata de Mortum? —pregunta Stephanie.
Ella le regresó la mirada, le regala una tierna sonrisa y se pone de pie.
—Sí. Ella fue nuestra primera Mandata mujer. Un paso gigante para los mortuanios.
—Es una historia muy triste, pero bonita a la vez. ¿Qué pasó con los chicos, con los bebés que ella adoptó? Por lo que entendí, ellos habían crecido.
—Es verdad, ellos crecieron.
—¿Volvieron alguna vez al palacio?
—A veces suelen pasearse por aquí.
—¿Algún día los conoceré?
Pero aquella pregunta fue el ancla de su interés.
—Eso me da una alta esperanza de que vas a quedarte.
—No estoy tan segura de ser aquella persona que ustedes buscan.
—Lo eres, Stephanie, créeme que lo eres.
—No estoy familiarizada con el palacio.
—Podrías comenzar a hacerlo.
—¿Puedo hacerle una pregunta?
—La que gustes.
—Si Scott era un kaenodo, ¿me buscaba para matarme?
La Mandata frunce los labios, es apenas una expresión imperceptible, pero está ahí. Tarda algunos segundos y al final responde:
—Es posible.
»Stephanie, tú tienes un don que ningún otro vampiro tiene, ni siquiera yo. Tienes el poder con el que Zacarías construyó este lugar.
—¿Cuál es ese?
—Tus ojos. Los dos colmillos adicionales que tienes pertenecen a tus ojos. Una antigua magia realmente poderosa y letal.
—Pero, no he sentido nada.
—Tranquila, despertarán cuando las personas que ames estén en peligro.
—Ya lo han estado y no… —entonces recordó su último enfrentamiento con Scott y la descomunal fuerza con la que lo lanzó hacia la montaña— ¿Cree que pueda lograrlo algún día?
—Creo que eres mi futura soberana, y desde ahora debo venerarte.
»Has iniciado tu camino, Stephanie, y ahora te pido que no te detengas ni te acobardes. La noticia ya se esparció, habrá vampiros que intentarán matarte, pero tus ojos te protegerán. Naciste para ser vampira, el don de tus ojos desde que eras humana lo dijo todo, pues esa premonición siempre estuvo guardada para ti.
—Me estoy muriendo de miedo.
—Y a pesar de eso no has salido corriendo. Te he contado gran parte de… la vida de Legarreth, y eso debió darte una advertencia para salir huyendo, pero al no hacerlo, una parte de ti desea convertirse en Mandata. Ten, toma esto —de su cuello, Märah se quitó un hermoso collar de oro con un enorme zafiro en el centro, y colocándoselo a ella, le acarició el segundo collar, aquel que Alexa le había confeccionado esa misma tarde—. Esto también ayudará a protegerte. No te lo vayas a quitar por nada.
—Los vampiros… —Steph levantó la vista hacia ella. Vaya que Märah era gigante—. Bueno, he de suponer que tenemos muchos más mitos que los que he escuchado a lo largo de mi vida, ¿cierto?
—No creas todo lo que se dice —caminó hasta un enorme librero de madera y de él cogió un pesado libro con letras rojas y doradas que rezaban: “El día que el primer Mandato habló sobre el castillo y sus secretos”—. Igual que tu amiga pelirroja, deberías leer un poco más. Stephanie, el que comas ajo solo afectará tu mal aliento. Y otra cosa, cuando tus ojos despierten, tendrás que aprender a controlarlos, pues como te dije en un principio, su poder es arrasador.
Steph la miró una última vez, le sonrió y finalmente salió cerrando la puerta a sus espaldas.
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Editado: 07.05.2024