Mientras corría para llegar, el collar que Märah le había obsequiado se agitaba fielmente sobre su cuello provocando un suave sonido que solo ella podía escuchar.
Ella llegaba corriendo, jadeando y sintiendo la pena de haber sido tan descuidada, pero antes de que cruzara el portón de entrada, el guardia de seguridad la detuvo.
—¿A dónde cree que va, señorita? ¿Ya vio la hora?
—Lo lamento, Copita —porque sí, la mayoría de estudiantes que ya lo conocían solían llamarle Brian La Copita. ¿Por qué? Porque el muchacho eso parecía. Tenía los brazos y el pecho enormemente gruesos, pero sus piernas apenas y parecían dos delgados mondadientes que luchaban para sostener su peso—. Me desvelé terminando la tarea de cálculo.
—Esa no es excusa, Stephanie.
—Si tuvieras un profesor como el mío, seguramente también dirías lo mismo. Lo lamento, no volverá a suceder.
—Entra, pero si alguien te pregunta, has trepado la barda trasera y te has colado sin que yo me entere.
Ella entró, sonrió y desapareció entre los pasillos que dividían los bloques de los salones. Estaba por llegar, cuando de pronto, una figura esbelta y alta atajó su camino. Aquella persona era un muchacho.
—Disculpa, ¿vas a pasar? —su voz era grave, baja y áspera, pero no fue eso lo que llamó la total atención de Steph, sino el desquiciado aroma de su sangre que nunca antes había sentido.
—Ah… —el muchacho se revolvió incómodo.
—¿Qué pasa ahí? —la profesora en turno levantó la mirada, se acomodó las enormes gafas de pasta y sus hombros cayeron cuando vio a Steph de pie frente a la puerta—. Señorita Anderson, ¿podría dejar de interrumpir mi clase, por favor?
—Me… —Stephanie sintió que sus ojos cambiaban de color, a pesar de estar bien alimentada— Se me hizo tarde, profesora.
—Eso es evidente señorita, no insulte mi inteligencia —pero entonces su atención pareció recaer en el chico de atrás—. Joven Russell, buenos días.
—Ah, buenos días. Me acaban de entregar mis documentos en dirección, por eso apenas llegué.
—Adelante. Puede tomar un asiento. Señorita Anderson, usted también puede pasar, pero que sea la última vez.
—Entendido.
Y entonces el chico entró detrás de ella sentándose en una de las bancas de la primera fila. Era delgado, sumamente delgado, llevaba un par de botas de gamuza color café, pantalones y una camiseta negra, un suéter verde, reloj, anillos y un par de collares a juego.
Si la verdad de los demonios existiese, dirían que aquel joven de cabello castaño y piel canela era magistralmente hermoso. De pómulos salientes, una fuerte mandíbula, nariz recta, labios delgados y ojos claros. Pero una vez más, el dulzón aroma de su sangre fue lo que llamó todavía más la atención de Stephanie y del resto.
A duras penas ella consiguió llegar a su pupitre, dejó colgada su mochila en el respaldo de la silla y se frotó con las manos la punta filosa de su nariz.
—¿Quién es él? —preguntó Alexa mientras se quitaba los lentes.
—Mmmm, un estudiante nuevo —comentó Niar.
—Está guapísimo.
—Y huele delicioso —Danisha se acarició la punta de los colmillos con la lengua—. No me molestaría pasarlo por mi cama antes de pasarlo por mis colmillos.
—¿Estás loca? Los vampiros no pueden fornicar con los humanos. Lo matarías.
—¿Y cuál es el problema?
—Stephanie —Steve se recargó en la banca de su amiga, sabiendo que ni ella había reaccionado desde que se sentó—, ¿lo estás oliendo?
—¿Qué es ese olor? No había conocido a ningún humano que oliera tan bien como él.
Pero indiscutiblemente, en la cabeza de Stephanie se estaban gestando las fantasías más melodramáticas que cualquiera hubiese imaginado. Se vio a ella misma sentada, conteniendo la respiración hasta que el deseo fuera más fuerte que ella. Entonces saltaría, se pondría de pie y brincaría sobre el muchacho hundiéndole los colmillos en la yugular hasta que este se desangrara, después huiría al bosque y no volvería a dar la cara. La policía y los balefianos la buscarían, pero al menos ella habría disfrutado de su única comida humana en toda su existencia.
Pero de pronto, aquellas fantasías que partieron del antojo y la necesidad, se fueron directamente a lo sexual. El chico estaba increíblemente guapo, tanto que imaginárselo desnudo, atado a una cama obstétrica mientras ella danzaba en su regazo, le palmeaba las caderas, el pecho y los hombros, no resultaba una tarea imposible. Le arrancaría ese reloj de marca que tenía en la mano derecha, haría que la tocara con el frío tacto de sus anillos y lo acogería en su interior hasta que él le pidiera piedad. Finalmente le rasguñaría la espalda desnuda hasta poder chupar la sangre que le quedaría en las uñas…
Pero entonces, un golpe debajo de su silla la hizo brincar solo lo suficiente para salir de esos estúpidos sueños diurnos.
¿Qué le pasaba? Se preguntaba, pues jamás había fantaseado con algo así. Comer gente estaba indiscutiblemente mal… Pero entonces, su vista la llevó directamente hacia Danisha y el recuerdo de lo que había pasado meses antes.
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Editado: 07.05.2024