—¿Fue entonces cuando decidiste venir a vivir a Balefia?
—Era eso o quedarme con mi padre, y perdón, pero de él no quiero saber nada. Tiene otra familia, otros hijos y siento que si yo entrase a su vida, así de golpe, ambos nos sentiríamos incómodos. Me pidió que le dijera todo lo que necesitara o si en algún momento estaba en problemas, pero las cosas funcionan mejor así. Él allá y yo aquí, como debe de ser. Oye, que tampoco me va tan mal, yo trabajo de mesero en una pequeña cafetería y lo poco o mucho que gano, me ayuda a pagar las cuentas. No logré quedarme en el colegio de Luz Angelita, pero al menos tenía el instituto de Balefia, el cual es muy bueno si te das cuenta.
—¿Y qué va a pasar con tu…?
—¿Universidad? —ella asiente—. Tal vez no vaya a una, porque si lo hago, indudablemente tendría que pedirle ayuda económica a mi padre, y no quiero hacerlo. Tal vez persiga otro tipo de sueños.
—¿Por ejemplo?
—Volverme carpintero. Me gusta mucho el arte que producen los buenos hombres cuando tienen un trozo de madera en las manos.
—Eso suena muy bien.
—¿Y qué hay de ti, Stephanie? ¿Sigues viviendo con tus padres?
—Ah, pues… —Steph suspiró— Nuestras desgracias no se encuentran lejos. Mi padre murió hace un tiempo y mi madre… En conclusión, mi vida es como la tuya, solo que al revés. Mi madre es la que se fue dejándome al cuidado de mi padre el tiempo que él estuvo vivo.
—Creo que puedo comprender eso —pero entonces el chico se levantó, se había quitado los zapatos y sus calcetines se deslizaron sobre el suelo de madera como si él los estuviese usando como patines. Después, hurgó en uno de sus libreros y regresó con una fotografía.
—Ella era mi madre —se la entregó a Stephanie.
—¿Cómo se llamaba?
—Felicia.
—La mía se llamaba Esther —Alejandro no se lo había preguntado, pero ella decidió susurrarlo como un lejano recuerdo de lo único que seguía atesorando.
—Es horrible, ¿no te parece?
—¿Sonará muy estúpido si pregunto a qué te refieres?
—A nuestras vidas.
«Ni te lo imaginas». Le hubiese encantado responder.
—Es muy feo el saber que la única manera en la que nosotros volveremos a ver a esas personas que tanto quisimos, será hasta que la muerte también nos tome como huéspedes en su mundo.
—Huéspedes en su mundo —repitió.
Si es verdad que a los vampiros se les considera unos seres sin vida, ¿Stephanie era un huésped más? Quizá sí, y quizá la muerte tenía preferencia por ellos. Tal vez por eso los dejaba libres para que se mezclaran entre los vivos, o tal vez… ni siquiera ella deseaba tenerlos cerca.
Después de algunas horas de duro trabajo, Alejandro finalmente pudo lanzar el lápiz y algunos borradores sobre la pequeña mesa de centro.
—Terminamos rápido. Creí que tardaríamos más, y qué bueno que no fue así.
—Sí, yo también pensé lo mismo.
—¿Gustas algo de comer? No tengo mucha variedad en la nevera, pero unas bolsas de tallarines hervidos no creo que nos caigan tan mal.
—Te lo agradezco, pero yo paso. Tengo una dieta algo, estricta.
—¿Cosa de mujeres?
—Algo así.
—Sí, a mí tampoco me apetecería algo como eso.
Pero entonces Stephanie se olvidó de ella misma y soltó una tremenda carcajada que estremeció, no solo al bosque, sino también a Alejandro.
—¡Cielos! —vociferó sorprendido—. Tus colmillos son realmente grandes.
Aquel comentario provocó que Steph se cubriera la boca con las manos y agachara la cabeza en una mentira que simulaba ser vergüenza. Necesitaba pensar en algo pronto o el chico comenzaría a hacer preguntas.
—Discúlpame, discúlpame, no debí comentar eso.
—No te preocupes, es… un defecto de nacimiento.
—No deberías tomarlo como un defecto. Se ven muy bonitos, y no quiero que pienses que mi reacción fue con intención de hacerte sentir mal. ¿Me sorprendió? Sí, pero los encuentro encantadoramente sexys.
—Sexy no es la palabra que yo utilizaría para describirlos, pero gracias.
—Lo lamento, soy un idiota que no sabe hablar con mujeres. Quiero decir, eres muy bonita y tal vez eso me altera…
—¿Disculpa? ¿Qué acabas de decir?
El joven se pasó la mano por encima del cabello varias veces.
—Que estás muy… … Está anocheciendo, ¿te gustaría que te lleve a tu casa? No quiero que te vaya a suceder nada malo, ya sabes, por esto del bosque y algunos locos que puedan estar por ahí.
—Te agradezco el gesto, Alejandro, pero no me gustaría que regresaras solo. Los balefianos aún no se acostumbran a tu presencia y también para ti podría ser peligroso.
—Nunca te dije que iríamos caminando. Para tu información, tengo un auto.
Ojalá pudiera llamársele auto, pero en realidad era un pedazo de metal todo destartalado. Aunque el motor resultó ser muy bueno, los asientos eran un poco incómodos y deformes, el vidrio de la ventanilla no bajaba, no tenía tapetes y dos de sus llantas estaban muy desgastadas, pero al menos tenía un bonito aromatizante en forma de pingüino que colgaba del parabrisas.
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Editado: 07.05.2024