Pensó que era una locura. Muchas veces se replanteó la idea de estar ahí sentada, con las piernas cruzadas y las manos apoyadas en la roca húmeda mientras lo esperaba. Lo esperaba a él. Hubo momentos en los que dudó y se arrepintió; estaba por marcharse, largarse y mandar todo a la fregada mientras se repetía que él no era para ella, pero cuando bajó de la enorme roca, un ahogado grito la hizo darse la vuelta y regresar.
—¿Pensaste que no vendría?
—De hecho, pensé que te habías perdido —ella le sonrió, pues una parte de sí misma se alegraba de verlo.
—Eso nunca. Lo que me agotó fue tener que subir algunas colinas.
Stephanie le había dejado una nota sobre su pupitre, donde le describía la dirección a la cual él debía llegar. Se trataba del mismo arroyo en el que se vio con Scott en la última conversación civilizada que ambos lograron sostener.
—Bien, señorita Anderson, aquí me tiene. ¿Qué puedo hacer yo por usted?
—Deja de utilizar ese tono. Me deja un poco incómoda.
—¿Quieres que sea un grosero patán de mierda?
—¿No ya lo eres?
—Lo que soy, en realidad, soy todo oídos, Steph. ¿De qué quieres hablar?
—De lo que está pasando contigo. ¿A qué juegas, Alejandro?
—No estoy jugando, Stephanie, mucho menos cuando hablo de mis sentimientos.
—Tus sentimientos. ¿Y qué con tus sentimientos?
—Mis sentimientos hacia ti.
—¿De verdad no te dolió cómo te traté aquella vez?
—Debo decir que sí fue un golpe fuerte, pero al menos ahora sé que no todas tus palabras fueron reales.
—¡Ja! Y según tú, ¿por qué no fueron reales?
—Porque lo vi en tus ojos esta mañana.
—¿En mis ojos? Te equivocas, Alejandro, en mis ojos no hay nada.
El muchacho se apretó la tira de su mochila en la que seguía cargando los libros. Pero no, aún no era el momento.
—Steph…
—Basta. Esto es una locura.
—¿Por qué es una locura? ¿Qué te hace catalogarla así?
—Porque aunque lo deseara, nunca podríamos ser iguales.
Y cuando Alejandro levantó una mano para tocarle la mejilla, ella simplemente se alejó.
—Steph… ¿A qué juegas?
—¿Quieres jugar de verdad? —una esgrimida sonrisa de crueldad se apoderó de sus labios—. Ven. Intenta seguirme el paso, si puedes.
Alejandro se echó a correr detrás de ella; resbaló un par de veces por el musgo de las rocas y se lastimó los dedos con la corteza de los árboles, pero aquello no le impidió lograr su cometido de alcanzarla.
—Deberías ser más rápido —Steph se burló. Su cuerpo se mecía sobre una gigante roca grisácea.
—La pregunta es —Alejandro recuperó el aliento—: ¿cómo demonios llegaste tan rápido a ese sitio?
—Tengo condición.
—Sí, ya te creo.
—¿Por qué te estaría mintiendo?
El chico escaló, apoyó sus codos en la piedra y de un impulso bestial consiguió acomodarse cerca de ella.
—Qué hermoso clima.
—No has respondido mi pregunta.
—¿Ya es la hora de las preguntas estúpidas?
—Mi pregunta no ha sido estúpida.
—Shhh. ¿Hueles eso?
—Adivino. Es el aroma del silencio.
—Exacto. ¿Cómo lo supiste?
Un agrio recuerdo se agolpó en su pecho.
—¿No te has aburrido de vivir en Balefia?—le preguntó.
—¿Por qué debería aburrirme?
—No hay muchas cosas por hacer, casi siempre está lloviendo y las calles suelen ser peligrosas durante la noche.
—Pero como pueblo tiene una excelente historia. Cuando tú te fuiste, en algo tenía que matar mi tiempo. Fui a la biblioteca…
—¿Balefia tiene biblioteca?
—Sí, eso mismo dijeron mis compañeros cuando les mencioné que iría. Bueno, el punto es que, logré extraer algunos libros de ella. Los tengo en mi mochila —esto último fue más bien un susurro.
—¿Qué investigaste?
—Mi idea era buscar un hecho histórico que hubiese marcado al pueblo, pero como bien dicen, llegué buscando oro y encontré diamantes.
—¿Quién dice eso?
—Me lo acabo de inventar.
Stephanie soltó una carcajada.
—¿Y qué encontraste?
—Omitiré todas las cosas feas, pero, ¿sabías que hace muchos años existió un hombre llamado Guillermo Salamón?
—Nunca había oído hablar de él —la respuesta de Stephanie era sincera.
—Se hacía llamar un Erradicador.
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Editado: 07.05.2024