Los dos vampiros comenzaron a avanzar, llegaron al establo y fue inevitable que los caballos no se sintieran amenazados. Relincharon tan fuerte que aquello puso en alerta a los guardias. Pero ojo, que no hay que olvidarse de quién estamos hablando. Hécate Magnus, el segundo Mandato de las tierras mortuanias, el rey y emperador de las noches y la leyenda que logró hacerle frente a los tritones en la Gran Guerra de los Condenados. Magnus lo podía todo, tan imponente y bestial que solo necesitaba una pequeña distracción para atacar y asesinar a quien lastimara a los suyos.
—Buenas noches —el Cazador de las Altas Mareas se presentó ante ellos, se quitó el sombrero y antes de que los dos centinelas pudieran decirle algo, una sombra endemoniadamente rápida cruzó a sus lados y les destrozó el cuello con un imperceptible movimiento seco de sus manos.
Bruce rompió el candado y cuando Magnus sacó el cuerpo, se dio cuenta de que aquello se trataba de una joven muy bonita, muy bajita y muy blanca.
—Tranquila —el Mandato le acarició la frente.
—Van a quemarme —la muchacha apenas y pudo articular palabra.
Magnus inspeccionó su cuerpo, pues muy aparte de tener heridas que comenzaban a sanar, él pudo encontrar la fuente de su abatimiento.
—Ayúdame a quitarle toda la verbena. Maldito desgraciado, así logra sodomizarlos.
Una vez que ambos vampiros lograron desatar a la joven y retirarle hasta el último pétalo de verbena, Magnus la cargó entre sus brazos y se la entregó al Cazador de las Altas Mareas.
—Tienes que irte —le dijo—, y no te preocupes por mí.
—Magnus, tienes la obligación de estar bien.
—Aguarda que aún me falta un acto de heroísmo más.
Bruce se llevó a la joven, mientras que Magnus prefirió permanecer oculto entre los abrevaderos, esperando a que Guillermo entrase y se encontrara con la sorpresa, pero eso nunca sucedió. El que entró fue un tercer guardia, quien sorprendido y pálido por el miedo, salió corriendo y gritando que la criatura había desaparecido.
Aquello molestó bastante al Erradicador, quien con un grito fulminante cacheteó a su guardia y dio la orden de levantar una cacería masiva.
Magnus se cubrió con su larga capa de seda y comenzó a seguirlo, pues sabía que en cualquier momento ese hombre debía regresar a sus aposentos, tal vez para cambiarse la ropa sucia.
Y así fue. Guillermo se quitó los guantes, los apretó con su mano derecha y echó a andar hacia su departamento en la plaza principal de Balefia. Cuando Magnus pudo distinguir en dónde se había metido, decidió que su misión estaba cumplida. Huyó al estrecho del mar que separaba la provincia de Bertucio con la de Nueva Lenoa, un lugar que más tarde sería llamado Las Ascuas de Quitakram. Pero lo que nunca imaginó, fue que Salamón lo vería alejarse hacia el bosque de Vermont, y aquello despertaría su curiosidad.
—¡Philip! ¡Philip! ¡Philip!
—¿Me ha llamado, señor?
Salamón lo sujetó del cuello.
—¿Viste a alguien acercarse al establo?
—Hay muchas personas en el jolgorio, señor, casi todo el mundo se acercó al establo.
—¡Alguien! ¡Debiste ver a alguien!
—Dos hombres —dijo una tercera voz. Quizá era algún guardia que sí prestó atención a lo sucedido.
—Es el mismo que huyó a Vermont. ¡Suelten a los perros! ¡Que vayan al bosque!
Aquellas criaturas sí parecían ser sacadas del infierno, pues un lobo les tendría miedo. Los seis perros corrieron detrás del Mandato, olfateando y destruyendo troncos a su paso. Terminaron guiando a Salamón hasta la cima de las montañas y luego de regreso hasta el estrecho del mar, en donde perdieron completamente la pista.
—¡Vamos, bestias, busquen!
Pero de nada le serviría porque lo más lejos que pudieron llegar, fue a donde la cascada descendía sobre un enorme tronco caído.
Guillermo lo vio apasionado, los ojos le brillaban y sus labios temblaban extasiados por la incertidumbre, pero cuando el hombre desenfundó su navaja para entrar, un viento masivo golpeó su cuerpo y lo envió muchos metros lejos. Sus perros incluso se sintieron amenazados y retrocedieron asustados con la cola entre las patas.
—Impresionante.
En algún momento de hace muchos, muchísimos años, Zacarías Carpathia se habría ajustado el cuello de su camisa diciendo con basto orgullo que su tierra tenía vida propia, y si tan solo Hécate hubiera podido ver lo que la cascada le hizo a ese hombre, le habría dado toda la razón.
Las cosas no se detuvieron ahí, pues desde que Guillermo Salamón dio entrevistas sin parar, una gran cantidad de humanos quisieron arriesgarse a intentarlo, pues muchos de ellos deseaban conocer el otro mundo.
Magnus golpeó la madera de su mesa y esta crujió debajo de sus nudillos para después despedazarse.
—Ya no podemos hacer mucho. Nosotros no tenemos el poder de controlar los cuatro elementos y los gernardos no dejan de intentar cruzar.
—Tal vez si destruimos la cascada no tengan posibilidad de entrar —comentó Legarreth cargando entre sus manos el muñequito de arcilla que había terminado.
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Editado: 07.05.2024