Alejandro apoyó su mano en el barandal de madera de su casa, contempló el cielo y terminó frunciendo sus labios mientras se acercaba a ella. Ambos detestaban los días soleados porque Stephanie tenía que irse, y él tenía que quedarse buscando cómo matar su tiempo hasta que ellos regresaran.
—¿Durante cuántas semanas no voy a verte?
Ella aceptó la caricia que él le ofrecía en el cuello.
—No lo sé. Quizá el tiempo que dure el clima así—. Un suspiro sonoro escapó de sus labios cuando dirigió su mirada hacia los árboles—. Vengan aquí, ya olí a Niar.
—Oye, eso no pasaba antes. Malditos ojos poderosos —Niar y Steve salieron de los arbustos, y de un salto tan elegante, Steve consiguió llegar hasta el balcón con Niar en sus brazos.
—Solo veníamos a hacerles una cordial invitación. Stephanie, mañana a estas horas el sol nos estará quemando como nunca, y esta vez decidimos que queremos visitar las montañas de Calabón.
—¿Ir a otro lugar que no sea Vermont? Eso suena interesante.
—Y espera, eso no es lo mejor. Alexa dijo que podrías… ¡Aaaaaaaaaah!
—¡Niar! —Alejandro, Stephanie y Steve se asomaron a través del barandal por donde Niar se había caído al vacío. Steve lo cruzó de un salto y arrodillándose a donde su amigo había caído, movió su mano con desdén.
—¡¿Está bien?!
—Sigue vivo. Alejandro, Alexa dijo que también tú podrías venir con nosotros, si es que aceptas, claro.
—Por supuesto que acepto.
Niar levantó su mano y le mostró el pulgar.
Al amanecer, decidieron reunirse en la casa de Edwin, pues según él y Derek, les tenían una sorpresa preparada.
—¿Esa cosa es tu sorpresa?
—Oye, ten más respeto Danisha. En primera, esa “cosa” tiene un nombre, y se llama Charlotte. Y en segunda, fue un regalo de mi padre. ¿No es increíble?
Todos, absolutamente todos contemplaron la extraña combinación híbrida de una Van Volkswagen Transporter con una camioneta Citroen del año 2000, pintada de amarillo neón con seis asientos traseros y dos delanteros, cortinas en las ventanas y una pequeñísima nevera que apenas y funcionaba solo si le ponías hielo. Y que por cierto se llamaba Charlotte.
—No puede ser cierto —Alexa cerró los ojos.
—Bueno, ¿y qué esperan que hagamos con eso? —Dani se cruzó de brazos.
—Esperamos que cierres la boca y te subas. Charlotte nos llevará a las montañas.
—Yo puedo correr —aseguró Danisha.
—Yo también —concordó Steve.
—Arriba —pero Stephanie señaló el vehículo.
—No pensarás que nosotros, siendo vampiros vamos a perder horas de viaje en esa cosa.
—¿Y qué esperas hacer? Derek y Edwin vienen con nosotros. No vamos a poder cargarlos a todos hasta Calabón. Cierren la boca, guarden sus quejas y suban a la Van. Ya verán que el viaje resulta ser divertido.
El interior estaba lleno de sábanas, manteados de lona, golosinas, galletas, refrescos y hasta un estofado con olla y su respectiva tapadera. Era cierto que a Edwin le gustaba cocinar, y que para variar todo lo que preparaba resultaba ser delicioso.
—¿Están listos?
—Si llegas a frenar, y me golpeo en alguna parte, lo lamentarás. ¿Entendiste?
—Tranquila mi vampiresa, ahora tienes una anécdota divertida para contarles a nuestros futuros hijos.
Edwin manejaba mientras Derek se hallaba sentado a su lado; pues fueron ellos dos quienes ocuparon los dos primeros asientos del volante mientras que Alejandro, Danisha, Steve, Alexa, Niar y Stephanie se las apañaban para sostenerse en la diminuta cabina trasera. Quizá no era el mejor transporte del mundo, quizá el motor y la carrocería se parecían bastante al cochecito de Alejandro, pero al menos tenía algo especial, y es que por primera vez después de hace varios meses, estaban todos juntos. Y no importaba que se mirasen como amigos, pues en el fondo todos ellos sabían que eran familia.
Dani y Steve tuvieron que llevar sus narices pegadas a la pequeña ventana que daba un poco de ventilación, pues el aroma de la sangre de Alejandro se estaba volviendo una cuestión infernal.
—¡Edwin!
—¿Qué pasó mi amada vampiresa?
—¡¿No pudiste encontrar un camino con menos baches?! Me duele el trasero de tanto saltar, y ni siquiera debería sentir dolor.
—Mi estimada… ¡No hay otro puto camino!
Casi seis horas y media después, por fin Stephanie logró distinguir las hermosas montañas de Calabón en el horizonte de la carretera.
—¡Por fin! —gritaron Steve y Dani cuando Charlotte se detuvo—. Comenzaba a marearme con ese aroma.
—Este lugar es perfecto para practicar mi magia de los cuatro elementos —Alexa tampoco tardó en salir corriendo.
Y entonces y sin que nadie se lo esperara, Danisha tomó a Niar del cuello y lo lanzó contra los árboles.
—¡Las traes! —gritó y todos comenzaron a correr.
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Editado: 07.05.2024