Las trompetas ceremoniales sonaron anunciando la llegada de la nueva Mandata del reino de la muerte. Los guardias estaban a bordo de sus hermosos caballos, y cómo no aquellas bestias iban a tener dicho porte si eran espíritus de militares que combatieron en alguna guerra.
—Es increíble que voy a presenciar otro nombramiento —le susurró el Cazador de las Altas Mareas en el oído a Kharo, quien, enfundada dentro de la larga túnica ceremonial, se hallaba a su lado.
—Bruce. Extrañas a Magnus, ¿no es cierto?
—Era mi mejor amigo. Durante la Guerra de los Condenados le juré que cuando nos encontráramos en combate, daría mi vida por él. Yo caería antes para evitar que él lo hiciera, y no pude cumplir mi juramento.
—Magnus no fue abatido en combate, Bruce.
—Pero los años pasan y yo sigo sintiendo la misma culpa de aquel día.
—¿Y qué esperabas hacer? ¿Impedir que Recitara la Gran Magia? Sabías que Magnus pasaría sobre ti y cuanto vampiro o criatura se le parase enfrente. Hécate murió como todo un líder; protegiendo y amando el palacio. Y ya es hora de que nosotros nos encarguemos de que Stephanie pueda hacer exactamente lo mismo.
—¿Crees que intente asesinarla hoy?
—No lo creo. Estoy segura. ¿Avisaste a los guardias?
—Al menos al ejército que no trabaja para “ella”, pero la verdad es que no sé cuántos estén de su lado.
—Los que estén. Tenemos que impedir aquel asesinato. Y en caso de que no logremos controlar las cosas, recuerda el plan B.
—Scott y Kerry.
Los zapatos de Stephanie hicieron eco al caminar sobre las baldosas blancas de la capilla. Los vampiros la estaban recibiendo con benevolencia; algunos sonreían, otros le lanzaban pequeños pétalos de rosas rojas, y había incluso quienes le agradecían por su presencia.
Al frente y sentada sobre un hermoso trono de oro y madera estaba Märah, la Mandata actual. Y en cada lado de ella estaban los Pulcros; Zairé, Kaín y Alabaster en un lado, y Cross y Bram al otro. Y en el lado derecho, opuesto al trono y a la Mandata, estaba Selem sosteniendo una enorme esfera de cristal.
Stephanie estaba a nada de dar los últimos pasos que la llevarían al Sacerdotico, cuando de repente, la azotó un enorme temor. Tenía miedo, pues no quería volverse Mandata de un palacio que ni siquiera consideraba su hogar. Deseó salir corriendo, arrancarse el vestido y los broches del peinado para huir y ser libre. Pensó que si hacía eso, sin duda le estaría fallando a Zacarías y a Magnus, pero también pensó que aquello no le daba obligatoriamente la penitencia de cargar con una condena eterna de prisión.
—¡Silenciaos! —Alabaster fue el primero en hablar, y cuando lo hizo, ella ya había llegado al centro del altar—. Queridos hermanos, ¡semejantes! Hoy, el palacio tiene la dicha de celebrar el cuarto nombramiento de nuestra tierra.
—¡Mortum, muerte y fortaleza! —corearon el resto de vampiros.
—El palacio ha pasado por muchos acontecimientos, y de todos hemos salido victoriosos. ¡Vamos por más!
—¡Mortum, muerte y fortaleza!
A Stephanie le temblaban las manos, y su terror se acrecentó cuando por fin pudo ver a la Mandata. Märah tenía casi toda la piel levantada, sus ojos estaban blancos y sus labios comenzaban a perderse entre el borde de su rostro y el borde del agujero de su boca.
—No creo que en ese estado la Mandata pueda hacerle daño a Steph —Steve se reclinó sobre el hombro de Danisha y le habló en el oído para asegurarse de que los demás vampiros no pudieran oírlo.
—De todas formas, no le quites los ojos de encima.
El Sacerdotico le quitó la corona a la tercera Mandata y después se colocó detrás de Steph recitando las siguientes palabras antes de colocarle el símbolo de poder sobre la cabeza:
—¿Jurad lealtad a todo vuestro pueblo y el respeto eterno que el primer Mandato ofreció a sus conocedores de la muerte y la paz?
—Lo juro.
—¿Jurad benevolencia tras nombrarse como la gran Monarca de Mortum, la señora del palacio soberano, poseedora de la muerte y emperatriz del sexto reino?
—Lo juro.
***
—¡Ahí está! ¡La gran cascada, puerta hacia el Otro Mundo! —Alexa gritó y sus ojos irradiaron felicidad.
El dantesco tamaño de la catarata dejó mudos a Derek, Edwin y Alejandro; quienes contemplaron no solo su inmensidad, sino también las tierras que se extendían a su alrededor como algo inalcanzable, algo surrealista, imposible, inexistente y como algo fuera de este mundo; y no era para menos. La Provincia de Nueva Lenoa tenía lugares que el ser humano todavía no se aventuraba a descubrir.
—¿Cómo vamos a cruzarla? ¿Qué tan poderoso es el encantamiento?
—No tienes idea de lo que preguntas.
—Alexa, ¿crees que si utilizas tu magia, el agua pueda cortarse al menos un segundo?
—Voy a intentarlo.
La wicca se levantó las mangas, se quitó los lentes y elevó sus manos sintiendo todo el ácido sabor de su poder en la lengua y en el correr de su sangre. ¿Qué le diría su Nana si la viera? Seguramente lloraría de felicidad. Desgraciadamente el encantamiento de la Gran Magia era un poder todavía mayor al que Alexa podía controlar.
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Editado: 07.05.2024