Esa misma noche, Pol abandonó el hospital. Lo despidieron, diciendo que sería temporal, solo mientras las cosas se calmaban y se esclarecía la verdad detrás del repentino momento de caos que casi cobró la vida de una de sus mejores trabajadoras… Y que le arrebató a una familia la única fuente de sustento que tenía.
La víctima había sido la mujer que manejaba la cafetería, quien se encontró a Mattia cuando este salía a gatas de la cocina.
Aparte de ella, todos se encontraban a salvo. Incluso la enfermera. Sus heridas, aunque graves, por fortuna no pasarían a mayores y con suerte volvería a sus actividades en unas cuantas semanas.
Sin embargo, la tensión todavía seguía palpable en cada habitación del hospital e incluso se decidió detener los preparativos de Navidad hasta que la pesada nube que se había instalado sobre el personal y los pacientes se esfumara.
Haines prohibió todo contacto con Mattia.
Por precaución.
Él mismo sería a partir de entonces quien se encargaría de llevarle las comidas y los medicamentos, escoltado de al menos una decena de hombres.
Por precaución.
Se había planteado la opción de abandonarlo o entregarlo a la policía, pero ninguna de las dos salidas resultó sensata y se limitaron a dejarlo bajo llave como el animal descontrolado que era, custodiado siempre por cuatro guardias.
Por precaución.
De un día a otro, todo era más estricto. Ninguno de los enfermeros con los que había logrado establecer un poco de contacto le devolvía ahora el saludo. Estaba libre y aún permanecía bajo el cuidado de Haines, pero no era lo mismo.
Llegó a creer después de días que incluso él sospechaba a veces, cuando se le quedaba viendo demasiado tiempo desde su sillón.
También le habían arrebatado su llave y cada vez que quería subir al estudio o salir de él debía pedir permiso primero. Su pedacito de privacidad, lejos de los ojos de Haines o cualquiera de los gorilas; y debía permanecer siempre junto a uno de los pocos miembros calificados para situaciones de emergencia.
Por precaución.
La policía fue un par de veces al hospital. Al parecer, debían llenar un registro de «incidentes». Serge los vio, oculto detrás de los muros, durante horas. Abrían cada puerta y entraban en cada habitación.
Los siguió mientras escaneaban el hospital de pies a cabeza hasta que llegaron al ascensor y Haines les guio a la planta inferior. Se preguntó si habrían abierto la puerta, si conocieron a Mattia.
O si, quizá, Haines aprovechó el momento a solas, en medio del oscuro pasillo.
«Al fondo tenemos un caso perdido. Peligroso. Solo reservamos ese cuarto para los pacientes que son de difícil… manejo. Nos sirve a modo de advertencia. Para que nadie olvide lo que puede pasar si se descuidan al tratar con ellos».
Los policías tal vez intercambiarían miradas, unos más o menos preocupados que otros, y luego sugerirían que en cuanto tuvieran la edad legal, transfirieran su caso para que el cuerpo policial se hiciera cargo de esos criminales.
«¡Oh!, muchas gracias. De verdad, gracias», diría Haines. «Ya que estamos hablando de eso, hay uno más. No está suelto, pero también estuvo donde se encuentra ahora aquel. Mató a tres en una noche y luego intentó asesinarme a mí. Está deambulando allá arriba, pero no ha visto la luz del sol en años porque sabe lo que le espera en cuanto ponga un pie. Cree que estoy de su lado, pero conozco a los de su tipo. Jamás cambiará. Solo dele un arma o algo con un poco de filo y tendrá una pequeña pila de cadáveres para el anochecer. Llévenselos a los dos, oficial, por favor. ¿Pruebas? Claro, por supuesto. Dígame, ¿recuerda a la señora Luciana Cavalli…? Sí, pobre, que en paz descanse. Bueno…»
Serge sacudió la cabeza, rendido ante la expectativa de lo que podía suceder bajo sus pies; sin embargo, cuando dio con Haines esa misma noche, este le sonrió como hacía antes de todo el problema de Mattia, con una botella en cada mano y la cena servida sobre su escritorio, cartas y documentos más antiguos que él aparte.
—Ven, la comida todavía está caliente. —Serge cerró con seguro. Se había dado cuenta de que lo hacía de manera inconsciente y supuso que al igual que todos, tenía un par de secuelas.
Se sentó frente a Haines y tomó los cubiertos que le brindó, envueltos con esmero en una servilleta.
—Haines. —Fue todo lo que dijo.
—¿Hmm? —Tenía la cabeza metida en el plato de sopa.
Lo dudó un segundo, pero decidió ser directo.
—¿Qué hablaste con los oficiales?
Haines alzó la mirada, se limpió las comisuras de la boca y carraspeó.
«Trata de ganar tiempo».
—Les conté lo que sucedió. Uno de nuestros pacientes en contención escapó por una… falla de seguridad y atacó a una de nuestras enfermeras.
Serge se percató de que estaba inclinado hacia adelante, atento a cuando mencionara su nombre. Haines sorbió otro poco de la sopa y señaló el plato de Serge con la cuchara.
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Editado: 13.06.2024