Nicole.
Mauro lleva en silencio varios minutos. Su expresión normalmente cálida y familiar está ausente, y sus ojos marrones se estrechan como si estuviese demasiado ocupado juzgando a alguien invisible delante de él.
―¿Mau? ―le llamo suavemente.
Él se sobresalta.
―Lo siento, ¿qué cosa decías? ―inquiere.
Le sonrío con picardía―. ¿En qué estás pensando?
Mauro compone una cara inocente―. En nada ―responde.
Alzo las cejas, indicándole que no le creo ni una palabra―. Vamos, cariño. Te conozco mejor que eso. Parece que quieres ahorcar a alguien.
Él suelta un suspiro y desvía la mirada. Contempla la sala a nuestro alrededor, cálida con los rayos del sol entrando por la ventana.
―Tu hermana me está volviendo loco ―dice.
―Eso no es raro ―replico―. ¿Ahora por qué se han peleado?
Parece un poco avergonzado cuando habla―. La besé.
Me quedo en blanco por unos segundos, pero luego comienzo a reír―. Sí, claro, y yo he decido dedicarme a estafar bancos.
Espero pacientemente, con una pequeña sonrisa en la boca, pero Mauro no reacciona a mi comentario estúpido, solo me mira. Y no hay ni rastro de burla en su expresión. Solo confusión. Añoranza. Y enojo. Mi boca cae abierta.
―Mierda ―digo.
―Sí, mierda ―él repite, negando.
―¿Qué pasó? ―pregunto, empezando a sentir la esperanza florecer en mi pecho―. ¿Cómo pasó?
Mauro sonríe un poco cuando empieza a contar―. Fue un impulso. Ella estaba hablando, haciéndome enfurecer, como siempre hace, y de repente yo… yo estaba besándola.
―¿Y ella? ―inquiero―. ¿Qué hizo? ¿Te devolvió el beso?
Mi lado romántico está dando brincos de felicidad.
―Me mordió ―Mauro dice―. Y luego me tiró al suelo.
Proceso sus palabras, y me echo a reír con ganas.
El estómago me duele tanto que casi se me salen las lágrimas.
―No le veo la gracia ―Mauro comenta una vez que mi risa se ha calmado, pero su expresión es suave e incrédula―. Me mordió ―dice, rindiéndose a la risa que ya se le escapa.
―Eso suena mucho a ella ―digo, todavía sin poder creerlo del todo.
―Yo solo… ―Mauro suspira y se acaricia la frente como si le doliera―. Apenas nos soportamos el uno al otro ―dice―. Antes, cuando éramos más jóvenes y no sabíamos nada de este desastre, yo realmente la odiaba.
No son sus palabras las que hacen que mi corazón me duela, es su expresión, tan triste y arrepentida.
―Oh, Mau…
―Creía que era mala para ti ―dice, resoplando―. Creí… solo quería que se fuera, que desapareciera para que tú estuvieras más segura.
―Ella nunca me habría dejado ―digo, un poco a la defensiva―. Jamás.
Mauro sonríe con tristeza―. Lo sé. Tan solo desearía haberlo sabido antes.
―El pasado no puede cambiar ―respondo―. Y Lily no te culpa. Ella se reiría si te viera tan melancólico, ¿no crees?
Él niega suavemente―. Me diría que soy un imbécil sentimental.
Me río, porque es cierto.
―En verdad me preocupa ―Mauro confiesa―. Parece siempre tan triste. Y sola.
―Creo que ella lo prefiere de ese modo.
―No ―Mauro niega firmemente―. Yo creo que no nos hemos esforzado lo suficiente.
Quiero hacerme de oídos sordos, porque sus palabras me duelen. Quiero decirle que es mentira, que yo he hecho de todo para que ella mejore, pero sus ojos, duros y francos, me quitan la venda que había aferrado con fuerza sobre los míos.
La culpa me cae sobre el cuerpo como una cubeta de agua helada.
Y sé que tiene razón.
***
Lily.
―Te ves hermosa esta mañana, cariño ―Oliver dice, con una sonrisa irónica estampada en la cara. No hay forma de saber si lo dice en serio o no. No es que importe, de cualquier modo.
―Lo mismo digo ―respondo, apenas echándole un vistazo mientras me llevo la manzana a la boca.
El aire se siente fresco y frío. Y aunque es temprano, la gente ya ha empezado a salir de los rincones más alejados de la ciudad. Los domingos siempre son así, con el centro repleto de gente. Y lo mismo sucede con esta cafetería. Especialmente en los exteriores.