Capítulo 30
Lily.
―Eres una idiota ―Kat repite, por décima vez―. Pero una verdadera, no una simple tonta redomada, sino idiota en serio.
Mi ojo morado palpita en respuesta.
―Pudieron haberte matado ―Kat sigue desportillando―. Mira que andarte metiendo el peleas, con vagos. Tuviste suerte de que el cuchillo no te rajara la maldita garganta.
Le sonrío, solo para picarla un poco.
Ella gruñe―. Podría matarte ahora mismo ―escupe―. ¡Y deja ya esa sonrisa o te juro que terminaré el trabajo de esos borrachos!
Mi sonrisa se suaviza―. Estoy bien ―digo, con toda la calma que soy capaz de transmitir―. No fue más que un rasguño.
Kat niega con la cabeza―. ¿Qué estás haciendo, Lily? ¿De verdad quieres echarte a perder?
―Solo tuve una noche difícil ―replico―. Y no es tu asunto.
―¿No lo es? ―ella inquiere, furiosa―. Te guste o no, soy tu amiga. Desafortunadamente para ambas ya no hay nada que pueda hacer contra eso, y francamente, idiota, tus jodidas aventuras me están empezando a irritar. No puedes seguir así.
―¿Así? ―finjo demencia.
―Sabes perfectamente de lo que hablo ―Kat alega, cada vez más y más enojada―. Sin importarte una mierda lo que te pase.
―Solo así puedo soportar ―respondo, con seriedad.
Su gesto se congela―. ¿Qué?
Desvío la mirada―. Vivir.
Nadie sabe mejor que yo lo que pasaría si eso cambiara.
Lo intenté, una vez. Pero fue terrible. Terminé tirándome a un abismo que casi me acaba por completo. Y hasta yo sé que es mejor vivir de esta manera que no hacerlo en lo absoluto.
Kat suspira, desinflando su enojo un poco―. Puede ser mejor que esto ―dice.
Por primera vez en toda mi vida, siento deseos de hablar de todo. Es extraño que quiera hacerlo precisamente con ella, con quien al principio no creí tener ninguna afinidad. Sé que ella quiere que se lo cuente, aunque no me lo ha pedido.
Sin embargo, hay muchas cosas que es mejor dejar encerradas y enterradas en donde están. Así puedo pretender que nunca pasaron. La mayoría del tiempo, al menos.
―Nunca he conocido otra cosa ―respondo, sincera.
Kat no dice nada. La escucho sentarse en la silla colocada a un lado de mi camilla. Coloca su mano encima de la mía y me da un apretón que apenas noto. Volteo mi rostro para poder mirarla.
Tiene la expresión más triste que he visto en mucho tiempo, sus ojos están llenos de lágrimas que se niega a derramar, sus labios tiemblan pero los mantiene obstinadamente juntos y apretados.
―Eso es jodido ―finalmente dice. Su voz, normalmente dura se quiebra.
Volteo mi mano y le devuelvo el apretón―. No tanto como la cara que pones cuando ves a tu novio.
Ella se echa a reír, aceptando mi cambio de tema―. Eres insoportable ―declara, pero sus ojos se despejan y su boca vuelve a su habitual expresión juguetona.
Un calor de lo más raro se instala en mi pecho. Es suave, como el algodón, gentil y emocionante. Y comprendo, cuando Kat me sonríe con complicidad, que sin pretenderlo, ella está cerrando algunas heridas de mi corazón. Esas que la soledad alimentó por tanto tiempo.
El saber que cuento con su amistad es un bálsamo.
Uno que quizás no me merezco.
***
Estoy parada en medio de la habitación de Nicole. Su cama es individual, y una colcha en tonos rosas la cubre uniformemente. Contemplo sus estanterías, llenas de muñecas y juguetes sin abrir colocados uno a un lado del otro. La luz de la mañana entra por sus ventanas, y un suave olor a lavanda llena el ambiente.
Me siento en la cama, sin poder apartar mi vista de la bonita colección que tengo enfrente. Mis dedos cosquillean, deseando tomar tan solo uno de aquellos insignificantes objetos, pero mi sentido común me detiene como si una correa me estuviera anclando.
Poco después, el peso de alguien más se hace patente cuando siento cómo se hunde el colchón.
No estoy sorprendida cuando mi tío habla.
―¿Vas a portarte mal, Lily?
Mi voz de niña le responde.
―No, tío.
Su mano aprieta mi hombro. Solo un poco, sin dolor. Mis rizos apenas y alcanzan a rozar su piel―. No me llames así ―escupe―. Yo no tengo nada que ver contigo.