Mujer de alas.

Capítulo 32

Capítulo 32

Lily

―¿Se acuerda de mí, señorita Mondragón?

Es la segunda vez que me hace la pregunta.

―No ―respondo.

El hombre me sonríe con dureza―. Yo sí la recuerdo ―dice―. De hecho, recuerdo cada palabra que salió de su boca por ese entonces.

―¿Ah sí? ―pregunto―. Debe tener una opinión agradable, entonces.

Por las arrugas que se le forman alrededor de la boca sé que mi comentario no le hace una pizca de gracia―. Sin duda, eso lo recuerdo.

Tengo una idea de por qué estoy aquí. Nunca vine antes a una estación de policía, pero no es tan diferente de lo que vi en prisión, así que me resulta un poco familiar. La comparación por sí sola habla del horrible ambiente que abunda aquí.

El caballero que me evalúa con la mirada me interceptó de camino al trabajo, me pidió que lo acompañara―básicamente, sin mi consentimiento―y me dijo que necesitaba que respondiera algunas preguntas.

La cosa es que no tengo muchas ganas de colaborar, ni ahora, ni nunca. Y Nicole no es mi única razón.

¿Por qué habría de querer ayudar a quien no me prestó ayuda alguna cuando la necesité con desesperación?

―El cuerpo de policía del estado fue quien llevo su caso, ¿correcto?

Asiento.

―Tuvo suerte, entonces ―el hombre afirma, y hay orgullo en su voz―. De haber sido los federales tal vez no habría salido tan airosa.

―¿Llama a una condena salir airosa? ―pregunto.

―Pudo ser peor.

Él lleva la razón. Quizá, la policía federal habría hecho las preguntas que no fueron hechas. Quizá, ellos no habrían aceptado con tanta facilidad mi confesión.

―Seguro que sí ―replico.

Me examina con sus ojos claros. Tiene las cejas pobladas y arqueadas con gracia. Pero su gesto se suaviza ligeramente al notar mi aceptación sincera. Se inclina un momento sobre su silla y sus manos emergen con un folder que coloca sobre la mesa entre nosotros. Lo abre y lee por encima por menos de un minuto.

―Al parecer, se ha adaptado bien a su libertad provisional ―comenta.

Mi boca se tuerce en una mueca desinteresada―. Podría pasar por una ciudadana modelo ―apunto.

Él parece divertido―. ¿Pero? ―inquiere.

Resoplo, negando apenas con mi cabeza―. Ambos sabemos que no me acerco siquiera. Bebo, salgo de fiesta, me meto en peleas.

―Tiene una lista ―el hombre sonríe abiertamente.

―Hago lo que puedo, señor ―le respondo en el mismo tono amistoso con el cual él se está dirigiendo a mí―. Me temo que no podría cambiarlo aunque quisiera.

―¿Y eso por qué?

―Digamos que es así como lidio con mi día a día.

No parece estar de acuerdo, pero asiente de forma respetuosa―. Pronto tendrá su audiencia para determinar si su libertad condicional será retirada ―hace una pausa―. Para obtenerla completa, claro.

―Lo sé.

Él se revuelve, incómodo.

―He de serle franco, señorita. Hemos tenido cierta presión en lo que su caso concierne.

Esto no me gusta. No me gusta nada.

―No me diga ―suspiro.

―Al parecer, existen algunas opiniones que ponen en duda su declaración.

―Ajá ―asiento, dejando que un poco de ironía luzca en mi expresión―. ¿Y qué quieren hacer ahora? ¿Encerrarme de nuevo?

―Reevaluar el caso ―el hombre no se molesta en responder a mi pulla―. Aclarar lo que sucedió.

Le sonrío―. Asesiné a mi tío ―anuncio, alto y claro―. ¿Qué más hay por aclarar?

―Hay algunos que se ven inclinados a pensar que no está diciendo la verdad ―él hace una pausa, poniendo atención a mi reacción―. Que está encubriendo a su hermana.

Alzo las cejas, sin intentar siquiera fingir sorpresa―. ¿Ah sí? ¿Y cómo es que eso importaría ahora? ¿Qué cambiaría?

―Todo ―dice, contundente.

Me echo a reír―. ¿Y qué? ¿Me ofrecerían una disculpa por encerrarme y acto seguido aprisionarían a mi hermana?



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En el texto hay: romance, drama, ficcion

Editado: 03.01.2021

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