Lily.
Roberto no ha llegado a casa en toda la semana.
Él solo lo hace cuando me pone golpizas de muerte. Comparado con eso, es ridículo que ahora lo haga por una bofetada a Nicole.
La diferencia es notable, y es una cosa realmente sorprendente saber cuánto me odia.
—Fernando nos ha invitado hoy a su casa —mi hermana dice. Su rostro sigue tan liso y bonito como siempre. Es una suerte que el golpe de Roberto no le haya dejado marca. Exterior, claro.
—¿Ah sí? —pregunto, sin apartar los ojos del periódico que hojeo.
—Sí —ella me agarra el cabello acariciándolo con suavidad—. Deberíamos ir.
Suspiro—. Si quieres ir puedo llevarte —le digo.
—¿Por qué no vienes conmigo?
—¿Qué se supone que haría allí, Nic? Esa gente no me quiere cerca.
—No digas eso.
—Es la verdad. La única razón por la que me soportan es por ti.
Ella guarda silencio, pero sé que quiere decirme algo.
—¿Qué sucede? —pregunto.
—Es solo que siempre te empeñas en pensar eso —explica—. Pero yo sé que no es verdad.
—No necesito esto —respondo—. No me van las mentiras, lo sabes.
—No estoy mintiendo.
—Para, Nicole —la interrumpo con brusquedad—. ¿Crees que no puedo adivinar lo que piensan de mí? Basta con que mire sus ojos para saberlo. Ellos creen que soy una fracasada, un terrible ejemplo para ti, y tal vez tengan razón, pero hago lo mejor que puedo para mantenerte a salvo. No necesito a esas personas, no me importa si no les agrado, si no sienten ningún afecto por mí. Pero aun así, no voy a incomodarlos con mi presencia.
Mi hermana se queda quieta un segundo, pero luego suspira y sigue acariciándome el cabello—. Eres la persona más malditamente terca que conozco.
—Cuida esa boca —respondo.
—Sí, mamá —dice.
Mi corazón me duele por un segundo.
—Perdón —ella se disculpa al darse cuenta de lo que ha dicho.
Le sonrío, pero sé que mi rostro refleja lo triste que me se siento—. Eres igual a ella —digo.
—¿Ah sí? —pregunta, y en sus ojos hay una ilusión preciosa.
Asiento—. Tienes todo, sus facciones, su cabello, su voz, su amabilidad.
—¿En serio?
—Así es. Ella era así, recuerdo que nos contaba historias fantásticas, y también que nos hacía reír hasta que nos dolía el estómago.
—Ojalá lo recordara.
—Ojalá yo no lo hiciera.
Nicole me mira, y sé que ella entiende.
Es una adulta en la piel de una niña.
—¿Qué crees que él esté haciendo en estos momentos? —mi hermana pregunta, y no necesita decirme nada para saber que se refiere a nuestro padre.
Me encojo de hombros sin sentir nada. Ni dolor, ni pena. Solo la dulce nada—. No tengo la más mínima idea.
—¿Piensas en él?
—Jamás.
Ella no podría saberlo, pero estoy mintiendo. Pienso en él todo el tiempo, y aunque me gustaría decir que ya lo he superado, no sería verdad.
Lo odio incluso más que odio a Roberto. Y eso sí que es decir algo.
—A veces lo imagino, feliz, muy lejos de aquí. Tal vez con otra mujer.
Yo también lo hago, y no puedo decir que eso ayude en algo.
—Déjalo, Nicole —digo—. Ni siquiera merece un solo segundo en tus pensamientos.
—Yo solo... me pregunto si él piensa alguna vez en nosotras.
—Él nos dejó —hablo con la voz tan fría que ni yo me reconozco—. ¿Tú qué crees?
—Tal vez él no quería...
—Basta —gruño—. ¿Estás tratando de entenderlo? Porque déjame decirte algo, él pudo haberse ido y dejarnos con la madre de Fernando, o con alguien que no fuera un maldito sádico, pero en vez de eso decidió dejarnos con su hermano, a quien claro, conocía perfectamente. Él lo sabía, la forma en la que Roberto es, y aun así nos dejó con él. Dame una sola razón que lo justifique, una sola, y me retractaré de mis palabras.