Lily.
—¿Qué demonios miras? —pregunto—. ¿Es que tengo algo en la cara?
Mauro sonríe, como si no tuviese nada de extraño que los últimos diez minutos ha estado con los ojos pegados a mi rostro.
—Me recuerdas a alguien —responde, luciendo tranquilo y pensativo.
—Bueno —compongo un gesto indiferente—. Considerando que el bastardo de mi padre ya se ha unido a su círculo íntimo, eso es obvio.
Sus cejas se elevan, pero su sonrisa no desaparece—. Cuánto rencor, Liliana.
—Mi nombre es Lily —replico, irritada.
—El cual, curiosamente es un diminutivo de Liliana —alega, haciendo que me ponga de los nervios, como siempre.
Odio mi nombre completo, junto con muchas otras cosas en las que ahora mismo no me apetece pensar. Clarissa lo usa porque sabe que me molesta, y en mis tiempos oscuros, era el detonante perfecto para despertarme de mis estupores. Algo me dice que Mauro ha llegado a la misma conclusión, y todo lo que sé es que no puedo dejar que vea lo mucho que me afecta.
—Haz lo que quieras —siseo, pensando en la razón desconocida por la cual estoy aquí.
Hoy, al salir del trabajo y cuando ya hube cerrado la cortina de la tienda con la ayuda de Kat, Mauro simplemente apareció y me arrastró hasta este estúpido bar a unas cuantas cuadras de distancia. Es muy bonito, elegante y la clase de establecimiento que la gente con mucho dinero frecuentaría. Sobra decir que yo no soy una de ellos, pero Mauro… lo cierto es que combina bien, y tampoco es como que me mienta a mí misma. Los años le han hecho crecer de una manera llamativa y hermosa.
Pero a pesar de que el lugar es confortable y tranquilo, odio la oscuridad en la que el ambiente está sumido. Las luces son tan tenues que apenas puedo ver las facciones de la gente que nos rodea, y honestamente, no es algo a lo que me sometería a voluntad.
No me gusta la oscuridad ni los lugares tan cerrados, no después de estar metida en ese hoyo tanto tiempo. Imagino brazos tratando de alcanzarme, voces y llantos que no me dejan estar relajada. Siento la impotencia de no poder escapar, por mucho que grite.
Odio lo vulnerable que me hace sentir. Aunque claro, jamás lo admitiría, y mucho menos con Mauro presente.
—¿Te das cuenta de que, tengamos la conversación que tengamos, siempre acabamos peleando? —él pregunta, llevándose una mano a la barbilla en un gesto irónico.
—Es la historia de nuestras vidas, ¿qué esperabas? —replico, dándome cuenta de que hablo en plural a propósito. El singular sería demasiado… personal, como si él y yo compartiéramos algo además de mi hermana.
—No lo sé —vuelve a sonreírme, y por alguna extraña razón esta vez me hace sentir un poco incómoda—. Madurez.
Sus palabras me hacen sonreír—. Entonces, deberías empezar a esperar que el sol salga por el lado opuesto.
—O que Alex Turner deje de mover las caderas cuando está en el escenario —Mauro bromea.
El silencio que sigue a eso es cómodo y extraño. Extraño porque me pregunto si así es como se siente tener amigos normales. No es que me lo esté planteando, claro, pero de cierta forma… tengo un poco de curiosidad.
—¿Por qué me trajiste aquí? —pregunto, mirando las luces que cambian de color sobre mi cabeza.
Mauro suspira, poniéndose serio de repente—. Quiero preguntarte algo —declara.
—Dispara —digo, clavando mis ojos en los suyos.
—Nicole nos contó algunas cosas —él empieza a hablar—. Lo que ella sabía que Roberto te hacía.
—¿Fue una descripción lo suficientemente detallada? —inquiero, intentando quitarle peso al tema—. ¿O quieres escucharlo de primera mano?
—Lily —Mauro sisea dedicándome una mala mirada.
—Bien —levanto las manos en señal de derrota—. ¿Qué con eso?
—Él te hacía cosas delante de ella —él continúa—. Pero también nos dijo que a veces no le decías lo que pasaba cuando ella no estaba presente.
—¿Y? —replico, obligándome a encerrar mis recuerdos al fondo de mi mente—. Una chica tiene sus secretos.
Mauro frunce el ceño y me mira como si fuera quien provocó la inquisición.
—Estoy preocupado —sisea, irritado—. No juegues conmigo, no con esto.