Multiversos

El clon

Juan Manuel Escalena se despertó exaltado. No recordaba la pesadilla pero estaba seguro que había tenido una. Todavía respiraba con dificultad y estaba sudoroso. Se levantó de la cama y fue al baño a realizar el ritual matutino. Descargó la vejiga, se lavó las manos, la cara, se cepilló los dientes, volvió a la habitación, se puso su jean nevado roto (por gastado no por moda, cabe aclarar ya que ahora la moda era comprar pantalones nuevos pero rotos adrede en diferentes partes, difícil de entender pero de momento beneficioso para Juan y su actual vestuario) y en el bolsillo sintió algo duro, metió la mano, era su celular, había olvidado ponerlo a cargar a la noche como solía hacer, lo enchufó a la red eléctrica y lo dejó cargándose ahora, se puso una remera gastada que decía “Elvis´56” con la foto de Rey del Rock en blanco y negro (le gustaba la música de esa época, el Rockabilly sonaba habitualmente en su celular), se calzó las zapatillas y bajó a hacerse unos mates con bizcochos para desayunar.

Su casa era una austera construcción de dos plantas, arriba dos habitaciones y un baño, abajo un living comedor, cocina, un pequeño bañito y un bajo escalera que le servía a su vez de galponcito de porquerías varias: tenía desde una caña de pescar con dos usos, un trapo de piso, un escobillón, una lustradora; hasta una computadora de la década del ´80, una “Intel 80286 o i286” como se la denominaba en la época, con monitor monocromo y sistema operativo “MS-DOS”, una verdadera reliquia que sabía algún día debía tirar a la basura o venderla como equipo “vintage” (otra moda que le podía llegar a sacar provecho al momento de decidirse), pero como fue su primera computadora le había tomado cariño al obsoleto aparato, aunque ya le ocupaba mucho espacio en su pequeño cuarto de porquerías.

Al frente la casa tenía un jardín del tamaño exacto de su auto (en realidad le quedaba todavía un cómodo pasillo que comunicaba la puerta de calle con la puerta de entrada de la casa), tenía un Renault mégane azul, cinco puertas, modelo 99 en muy buen estado a pesar de los años. El jardín se había convertido ahora en un lindo garaje abierto desde que adquirió el vehículo. Esa casa la había heredado de su padre al morir éste en un accidente de tránsito, hacía cinco años ya. A su madre no llegó a conocerla, o por lo menos no la recordaba más que por fotos, había muerto de un aneurisma cerebral cuando él aún no caminaba. Entre su abuela paterna y su padre lo habían criado desde la muerte de su madre. Su abuela vivía todavía pero ya no reconocía a nadie de la familia, la demencia senil la había tratado muy mal y tuvieron que internarla en un Geriátrico (su padre vivía todavía cuando la internaron), porque ya no podían darle los cuidados y atención que necesitaba. Semanalmente, los domingos en general, Juan visita a su abuela y le lleva algunos chocolates. Le encantan los chocolates, a pesar de no reconocerlo nunca los chocolates se los agarraba con una tierna sonrisa en el rostro. Esto reconforta mucho a Juan, ella ya tenía 92 años no tan bien llevados lamentablemente, también era diabética, pero Juan no podía negarle ese pequeño y efímero dulce placer a su querida abuela.

Cuando Juan llegó a la cocina se quedó estupefacto ante la escena que se le presentaba.

—¡Hola Juan! ¿Cómo estás?, tenemos que hablar —dijo una persona que estaba parada en la cocina de Juan, tomaba mate y se estaba comiendo los bizcochos del dueño de casa. Pero lo que más le llamó la atención a Juan fue que esta persona era exactamente igual a él. Hasta el último rasgo era igual, tez blanca, pelo corto rubio y revuelto, ojos claros, nariz aguileña, labios finos, todo, excepto la ropa -que tenía una camisa lisa, zapatos tipo leñadores y un jean sano-, todo era igual a él. Era como su gemelo mismo. Claramente Juan sabía que no tenía hermanos, menos gemelos o mellizos si quiera, de hecho, él era hijo único. No entendía nada. Inmediatamente después de que se le pasó el shock inicial Juan se tiró al teléfono que estaba sobre el desayunador de la cocina, marcó 911 y antes de poder contestar el “clon” le sacó de un manotazo el teléfono que fue a parar al piso con un ruido seco.

—¡Para Juan! Dejame que te explique, dame un minuto y vas a entender todo, ¡por favor! —Juan desoyó al “clon” y se tiró nuevamente al tubo del teléfono para volver a marcar. Otra vez el “clon” se abalanzó sobre él y con una rápida y efectiva maniobra Juan quedó contra el piso, boca arriba, inmovilizado, con el “clon” sentado sobre él, con las rodillas sosteniéndole los brazos apretados contra el piso, con una mano le apretó los labios como para que no gritara y con la otra mano le indicó “silencio”, llevándose el dedo índice a los labios cerrados.

—¡Shhh! Pará Juan, escúchame un minuto y si no te convenzo, yo mismo llamo a la policía —le dijo tranquilamente el “clon” mientras lentamente, le sacaba la mano de la boca. Juan no estaba muy convencido pero cierto era que también estaba inmovilizado, mucho no podía hacer, tampoco era muy diestro en la lucha (cosa que su adversario sí parecía serlo), que podía perder, decidió darle un minuto a esa persona rara, igual a él físicamente, que parecía conocerlo y que siempre lo había llamado por su nombre después de todo. De alguna forma lo conocía seguramente.




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