Mystic

Capítulo I: Sueño

Leo abrió sus ojos con cierta dificultad, para descubrir que se encontraba en un lugar que apenas reconocía. Una extraña luz rosa se colaba a través de la ventana, iluminando la habitación en la que se encontraba. Al momento, un fuerte dolor en la cabeza se hizo presente y frotó con su mano el sitio afectado para calmarlo.

Apenas recordaba lo que había pasado. Todo era borroso en su mente asi que se dispuso a observar su alrededor para encontrar respuestas. Era un cuarto normal; había una mesita de madera tallada a su derecha con una especie de lámpara, continuando la travesía con su mirada, pudo ver un pasillo que unía aquella zona con el resto del edificio. Pronto, sus ojos se toparon con una figura familiar, era la dependienta de aquella pastelería. 

Al verla el candado que bloquea sus recuerdos desapareció, trayendo consigo un torbellino de imágenes que regresaron a toda prisa a su cabeza, recordándole todo lo que había sucedido horas antes.

Su corazón iba muy rápido, en apenas unos segundos, había comenzado a latir tan rápido como lo hizo en la tienda. Rápidamente, un color rojo en sus mejillas se hizo presente, al recordar una escena en particular.

¿Cómo es posible? —se preguntaba al recordar el beso que dio a la chica. —En ese momento, no era capaz de controlar mi cuerpo... —continuaba perplejo sin saber las razones de su anterior comportamiento —¿Tal vez fue por ese hechizo que mencionó?

Tras eso volvió a ser consciente de la realidad que le rodeaba y la observó avergonzado: estaba sentada en un pequeño sillón de la esquina, cruzada de brazos. Instintivamente, al pensar lo que ella podría decirle por todo eso, se tapó parte de la cara para ocultar su rostro sonrojado.

Momentos después, se fue destapando poco a poco la cara extrañado, porque la chica no había pronunciado ni una sola palabra. Al fijarse con más atención pudo ver cómo su pecho bajaba y subía a un ritmo tranquilo, ya que en realidad, estaba durmiendo.

Ese hecho calmó levemente a Leo y así, lentamente, comenzó a levantarse  para averiguar dónde estaba. Pero de repente, una persona apareció a su lado tomándole por sorpresa.

—Ten cuidado, no vayas a despertarla. Cuando está cansada es insoportable —afirmó susurrando una mujer de grandes y redondas gafas.

—¿Dónde estoy? —Ella suspiró pesadamente cerrando los ojos.

—Acompáñame, iremos a la cocina, allí podremos hablar mejor.

Sigilosamente, Leo salió de la cama y siguió a la pelirroja hasta la zona de la casa mencionada.

—Antes de nada, ¿te encuentras bien? —cuestionó preocupada observando la cabeza del castaño.

—Sí, no es nada grave, tranquila. Tan solo un pequeño chichón —contestó quitándole importancia —Pero menudo chichón —dijo para sus adentros, palpando cuidadosamente el lugar afectado.

—Comenzaba a preocuparme porque tardabas en despertar. Pido disculpas de su parte —miró hacia la habitación en donde se encontraba la chica. —Arelis puede llegar a ser muy impulsiva —puso su mano en la frente y negó con la cabeza apenada —¿Ocurrió algo antes de que vinieráis? —Por un segundo, Leo volvió a sonrojarse pero sus labios no formaron palabra alguna.

—De la nada un portal apareció en mi salón y ella emergió de él junto a ti. Me llevé un susto tremendo... —suspiró de nuevo —Me perdí el capítulo inédito de mi telenovela favorita —hablaba molesta, de una forma graciosa, recordando el momento. 

—Entiendo —sonrió incómodo —. Entonces... —carraspeó intentando cambiar de tema —¿Dónde estoy exactamente?

—Oh, cierto, disculpa. A veces pierdo la noción del tiempo mientras hablo. Ya sabes, soy ese tipo de personas que puede estar hablando durante horas y horas y no cansarse nunca. Es como...

—Estás en Zeelabias, la ciudad de las brujas —interrumpió Arelis, que acababa de despertarse, dejando a Leo completamente sorprendido.

—¿Eres... una bruja?

—¡Lo somos! —gritó la pelirroja de gafas mientras la otra chica, que acomodaba el vendaje de su mejilla, le miraba con indiferencia.

Había oído hablar de esos seres, aunque la mayoría de cosas no eran para nada buenas. Antiguas historias las describían como grotescas criaturas que habían vendido su alma al diablo, para así conseguir poder para su propio beneficio. Gran parte de ellas fueron quemadas en la caza de brujas existiendo tan solo en las conversaciones u obras literarias. Pero al parecer aún quedaban algunas. Un sentimiento parecido al miedo apareció de nuevo en el cuerpo de Leo, el cual, las observaba intranquilo.

—¿Qué es lo que queréis de mí? —con cierto reparo finalmente el chico se atrevió a preguntar.

Arelis acercó su rostro al de él de forma algo intimidante mientras sonreía de forma exagerada, mostrando su blanca y excelente dentadura.

—Eres perfecto para el sacrificio que llevamos planeando desde hace más de una semana. 




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