Nasty

Capítulo 13

La enfermera de la universidad me puso una especie de ungüento que había controlado el ardor de mi piel; apenas hacía un par de horas de que, en la cafetería, la exnovia de Nash me hubiera tirado accidentalmente un café encima.

Muchas cosas me pasaron por la cabeza mientras percibía cómo el líquido caliente traspasaba la tela de mi cárdigan hasta que logró quemarme.

Me encontraba tirada en mi cama, con la vista clavada en el techo. Marzo había comenzado con un par de días muy soleados, así que la nieve estaba cediendo con rapidez. Shon y Siloh cuchicheaban acerca del comportamiento de Cristin; dos compañeras de mi carrera acababan de contarme que su personalidad era casi siempre así de errática.

Se la conocía por ser implacable respecto a su círculo social, y además muy inteligente. Pero para mí, su inteligencia había quedado relegada a un vil infantilismo causado por los celos. En cambio, yo preferí decir que había sido un accidente, como ella les señaló a todos con el argumento de que era muy torpe como para fijarme por dónde ir.

—Sus padres son de ese tipo de personas que nunca están en casa —comentó Shon hacia mí. No dije nada ni me moví, todavía sintiendo el dolor punzante en el antebrazo izquierdo—. Antes no era así. Solía ser una persona muy cándida.

—Puede que Nash tenga que ver con eso —señaló Siloh.

Me rasqué la frente y cerré los ojos; no se los dije, pero estaba cansada de que, para referirse a mis problemas, siempre habláramos sobre Nash, como si el hecho de verme metida en un lío fuera su culpa.

Hacía casi dos semanas que no teníamos ningún tipo de contacto; ni siquiera en las clases de literatura, donde se mantenía concentrado en tomar notas, con la mirada clavada en su cuaderno.

Siloh y Shon continuaron con el hilo de la conversación sin despegar sus miradas de mí. Agradecí en silencio que no tuviera que hacer tantos deberes para el día siguiente, y al tiempo que ellas discutían mis comportamientos —Siloh culpando de todo a Nash, Shon diciendo que Cristin no había sido un emisario de la Calamidad—, respondí un par de mensajes a Sam, que me preguntaba si podía pasar a saludarnos.

Cuando llegó, se sentó junto a mí en la cama e hizo hincapié en los días de asueto que se venían la siguiente semana; trató de no mencionar el exabrupto con Cristin y resistió los ataques de su hermana cada vez que esta le decía que era muy lento en ciertos asuntos.

A lo mejor no me podía sacar de la mente a Nash, pero estar en la compañía de Sam logró que me concentrara por lo menos en su sonrisa, en el tono apacible de su voz y en la forma desinhibida en la que demostraba interés por nuestros problemas académicos.

Tanto él como Shon estaban de acuerdo en que el nivel que exigía aquella universidad siempre era demasiado alto, y yo no pude refutarlo. Vivía cansada, durmiendo poco, y víctima del estrés, pero se sentía como si fuera el inicio de una meta. Lo que hacía que valiera la pena diez veces más.  

Como Siloh estudiaba medicina, le teníamos que dar el crédito de ser algo así como una esclava de su sistema estudiantil.

Minutos después de entablar un debate con su hermano respecto a sus horas de sueño y el tiempo que perdía en caso de querer salir a distraerse, ellas fueron a por comida y nos dejaron a solas. En mi habitación.

Yo podía notar el esfuerzo tremendo que hacía él por no emitir ningún comentario, y por eso decidí terminar con su tortura.

—Fue un accidente —le dije, convencida.

Sam se había sentado en la cama de su hermana, con las piernas abiertas y los codos clavados en su regazo. Hizo una mueca de hastío y se llevó una mano al cabello, que mesó con pereza al tiempo que suspiraba sonoramente.

Un escalofrío me recorrió la espina dorsal en el momento en el que él negó con la cabeza, y se echó para atrás, apoyando su peso en las palmas de sus manos, que recargó en el colchón.

La habitación quedó sumergida en un silencio únicamente interrumpido por el sonido de su respiración; a través de la ventana entraba un halo de luz vespertina. El paisaje que ofrecía aquel escenario no era muy atractivo por la reciente nevada, pero las pistas de la primavera comenzaban a asomarse.

Aún hacía frío. Lo bastante como para tener que ir con abrigos a las clases, o vestir suficiente ropa como para no sufrirlo.  Y yo lo sufría mientras Sam me miraba de vez en cuando, pero en el fondo yo sabía que si no me increpaba con nada era porque, cualquier cosa de la que pudiéramos hablar, solo llevaría a un sitio.

No era tonta. En realidad, me daba cuenta perfectamente del interés de Sam sobre mí; no le era indiferente del todo, pero se sentía incorrecto mirarlo con otros ojos que no fueran los de la amistad.

—¿Quieres que hagamos algo para salir de aquí? —inquirió.

—Por favor —respondí sin un titubeo.

Salimos de la habitación con rumbo a los jardines principales. Sam se ofreció a enviarle un mensaje a su hermana para que no se preocupara por mí y después de eso nos dirigimos al área del complejo en la que estaban dispuestas las mesas de concreto, para estudio.

Me había puesto otro abrigo que protegía mi cuerpo del frío, pero mis brazos se entumecieron de todas maneras. Sam, a diferencia de mí, iba vestido con unos vaqueros y una chaqueta; era seguro que, con el clima, no estaría cómodo afuera, así que me arrepentí de haber dejado la pieza.

Su semblante no anunciaba disconformidad. Mientras caminábamos por el sendero adoquinado, me contó que tenía planeado ir a una de las playas cercanas; una casa de su tío estaba ubicada en alguna y él, junto a un par de amigos, iban a quedarse allí.

En una de las mesas, para mi sorpresa, se encontraba Nash junto con dos muchachos a los que yo conocía de su curso, y que había visto por ahí. Su edificio se hallaba a tan solo un kilómetro, lo que hizo de su presencia en el lugar algo entendible.




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