Nasty

Capítulo 14

Mi tía Margaret era idéntica a mi madre; modales perfectos, ningún tono de voz vacilante y jamás se las escuchaba hablar de cosas que no fueran sus problemas. Fuertes como robles en el exterior, incapaces de aceptarse dolidas, débiles o necesitadas de cariño; también tenían en común que se habían quedado sin marido, y con una cuantiosa fortuna para invertir en frivolidades.

De cualquier forma, Daryel y yo habíamos aprendido a lidiar con todo eso; si en mi caso me sentí abandonada, nunca se lo dije a nadie, ni siquiera a él, que había enfrentado el divorcio de sus padres como todo un adulto. Sin embargo, sí notaba que nos llevábamos bien debido a nuestros caracteres.

Él también tenía la meta de graduarse para poder tomar su puesto en la inmobiliaria en la que su padre y el mío habían sido socios.

Por mi lado no tenía ningún deseo de adquirir mi herencia sentada frente a un negocio que no había surgido de mi esfuerzo; pero Dary quería hacerlo con genuino encanto. Era bueno en las ventas y lo había demostrado desde siempre: cuando pequeños, jugábamos a los negocios para que él practicara, y tratábamos de parecer lo más adultos posible.

Muchísimos años después de eso, él se convirtió en un adulto emprendedor, lleno de convicciones, decisiones buenas y un historial académico intachable. Su reputación, intacta como buen representante de nuestra familia, era algo que cuidaba como algo sagrado. Igual que había hecho yo mientras ninguna calamidad rondó mi vida.  

—No le veo el problema —dijo él. Me sirvió el sándwich que acababa de prepararme. Lo sujeté con ambas manos y le di un mordisco. Cuando me detuve para limpiarme la boca, él asió las manos del granito en la isla de la cocina y clavó su mirada en mí—. Sam es buen muchacho.

—Tampoco te lo tomes a pecho. O cásate tú con él si tan buen partido es —le dije, gruñona.

La madre de Siloh había venido de visita desde California, así que ellas iban a pasar un sábado familiar. Iba a conocerla mañana, domingo. Daryel insistía que era una treta de Sam para involucrarme de lleno en su familia.

Estaba de acuerdo en ello. Pero, aparte de sentirme incómoda, no me resultó agraviante. Sam y Siloh Mason se habían convertido en personas importantes dentro de mi círculo tan reducido de personas a las que podía confiarles algo de mí.

—Si pudiera, lo haría —se rio mi primo, sentándose frente a mí—. Yo sé que piensas que Nash…

—No tengo ganas de hablar de él —lo callé.

—Conmigo no tienes que fingir, Penny —dijo, el ceño fruncido—. Te conozco mejor que nadie. Y sé lo que estás pensando. Nash no es un ratón de laboratorio y tú no tienes materia para soportar a alguien con el calibre de su ego.

Preferí masticar mi emparedado, hasta la médula de molesta. Para mi primo, yo tenía muy poco carácter para hacer nada. Y si quería ser sincera, de cierto modo tenía razón; por eso Sam había tenido que defenderme de Cristin. Por eso Nash me decía cosas hirientes y yo me alimentaba de la sensación dolorosa que provoca el vaticinio: a lo mejor, Nash sí había tenido una vida difícil, pero fuera del sexo, su interés por mí era casi nulo.

Eso me hizo recordar las palabras que Dary me acababa de decir minutos atrás, cuando le conté lo de Cristin y el café. La gente como él es indescifrable. No hermética. Son como un narrador equisciente: te dicen lo que les conviene para manejar tus hilos a su antojo. Algunas personas le llaman Benching a esa práctica tan desagradable. Como si jugar al «te quiero, pero no te soporto» fuese algo divertido —había relatado, con su voz de abogado ampuloso y experimentado en líos del corazón.

Si me lo hubiera dicho un desconocido, quizás habría dudado de la veracidad de aquel significado. Pero Dary era una de las personas que sabían todo de mí, y me seguían queriendo. Así que, al finalizar su discurso, me limité a decirle que tenía hambre y aquí estábamos ahora, hablando acerca de Sam; o, en el lenguaje de mi primo, la clase de tipos que las chicas dejan en la friendzone.

El hecho de que esté interesado en mí no me obliga a corresponderle. La friendzone es machista. Por donde quiera que lo mires. Nadie da nada solo por caridad, o por buen samaritano. Y quien vive a la espera de recibir lo mismo que da, se irá a dormir todas las noches sobre una mullida cama de decepción.

—Entonces háblale claro y dile que no te interesa. —Parecía molesto conmigo, pero ignoré su semblante.

A mí no me amedrentaba que una persona me acusara de egoísta. Si no lo hubiera sido, ahora mismo estaría recogiendo mis pedazos en casa de mi madre, lamentándome el que mi padre hubiese muerto. Pero no. Mi decisión había sido justamente la contraria: había sacado buen promedio en la preparatoria, y pedí mi matrícula en una universidad que me aseguraba, con esfuerzo, un futuro independiente.

Mi mayor anhelo.

—Lo haré. Lo prometo. —Con la mirada puesta en mi sándwich a medio terminar, intenté imaginarme de qué forma les pondría punto final a las cosas con alguien a quien, en el fondo, necesitaba tener alrededor de mi vida.

Fue mucho más difícil contemplar esa idea mientras recordaba la pequeña caricia que le había permitido días atrás. Por supuesto, eso no me hacía acreedora de un compromiso para con él, pero se sentía… extraño el marcar un hasta aquí cuando lo que quería decir no se acercaba ni siquiera al estoy muy confundida.

E hice la cosa más racional tratándose de un músculo que no obedece de razones: pensé en lo que sentía con Nash. Pensé en lo que me pasaba al estar en sus brazos y en la sensación de abandono que me provocaba su ausencia.

Aun cuando era mi primer año en la universidad, y no llevaba las suficientes materias profundizadas en la psicología, era muy consciente de mis síntomas de dependencia emocional luego de experimentar sensaciones nuevas, adictivas y tóxicas.




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