Maggs mencionó a una decena de abogados que me podían dar una orden de alejamiento para que pudiera obtenerla en favor de Cristin, y de Nash. Les había contado lo ocurrido de aquella tarde, el casual resurgimiento de las fechorías de Upsilon y el novedoso interés que presentó Nash porque me guardase el nombre de Clarisa.
Una parte de mí se arrepintió de habérselos dicho: mamá quería hablar con el rector de la universidad. Ni siquiera había pensado en ir con el decano, sino que ella consideraba la amenaza de Cris la mejor manera de comprobar que la escuela no cumplía su labor enteramente.
Mi otra parte decidió quedarse callada, porque, a decir verdad, no tenía manera alguna de resolver nada sin la ayuda de mi familia.
—Encima me quedé sin teléfono —comentó mi madre.
Parecía león enjaulado.
Arrugué la frente para observarla con más atención, confundida por lo que acababa de decir.
—¿Cómo que te quedaste sin teléfono? —inquirí.
Yo deseé que fuera una casualidad.
Suzanne me miró durante un par de segundos y al final, con gesto de aflicción y los brazos cruzados en el pecho, me dijo—: Pues ha sido lo único que despareció de mi bolsa, cuando me olvidé dónde había aparcado el auto del aeropuerto.
Eso le dijeron las autoridades. El guardia del fraccionamiento no recordaba haberlo visto salir, y las cámaras de vigilancia habían comprobado la teoría; pero mi madre aseguró que sabía muy bien dónde había dejado del auto. Yo preferí, en ese sentido, no jugar a llevarle la contraria, pero tampoco me lo creí del todo.
A veces podía llegar a ser despistada y olvidadiza. Sin embargo, la noticia de que su teléfono había desparecido en ese lapso, me hizo consciente de que quizás no estaba mintiendo. Jugué con mis dedos al tiempo que contemplaba la cara de rareza que había puesto Daryel.
—Mamá, un abogado va a necesitar de pruebas para presentar delante del juez —dijo.
Tía Margaret se volvió hacia su hijo y, con las manos en la cadera, sacudió enérgicamente la cabeza, como si no pudiera creer que le estuviese llevando la contraria.
—Tal vez lo exageré —murmuré. Clavé la vista en el suelo y emití un gemido; me dolía la cabeza por tanto pensar—. Estaría conforme con mudarme del campus, y listo.
No quería levantar la mirada; sabía que me iba a encontrar con expresiones llenas de preocupación. Y no tenía ánimos de enfrentar nada semejante; pero parecía que su deseo era obligarme a permanecer en la intemperie de una situación que nos sobrepasaba. Mientras ellos discutían sobre lo que era mejor para mí, escuché la voz de mi interior.
Linda me había dicho en repetidas ocasiones que ninguno de mis allegados podía tomar una elección por mí, aunque me doliera decirlo en voz alta. Mi tía y mi madre aseguraban que podían mover un par de influencias para que la orden saliera sin necesidad de presentar una prueba contundente; bastaría con mi palabra y mi tranquilidad sería el resultado.
—No voy a mentir delante de un juez —murmuré.
En lugar de mirar a mi madre, busqué el rostro de Sam entre los presentes. Se encontraba sentado en el apoyabrazos del sofá más grande. Tenía los brazos alrededor de su pecho y me observaba con aire dubitativo. Esbocé una sonrisa trémula y él torció una también. Me inyectó un poco de energía, así que me atreví a volver la atención a mi madre.
Su cara era de confusión, pero estaba de pie a un par de metros de distancia. Aguardó pacientemente a que yo quisiera hablar.
—Puede que sea lo mejor, cariño. No es lo más ético, y… —se excusó mamá.
—Sí, no es ético. Pero esa no es la razón por la que me estoy negando a cometer perjurio —le respondí, hundiéndome en mi sitio.
La voz de mi tía Maggs llenó el espacio de la sala. Fue un siseo por parte de Dary lo que la hizo callarse. Mis ojos se anegaron en lágrimas en cuanto oí que mi tía mencionaba que había cosas que sucedían porque una se las había buscado.
Mamá la miró con un aspecto amenazante.
—Penélope no tiene la culpa de que la chica esté tan perturbada —dijo Sam, interviniendo.
—Y de todas formas la única manera en la que podemos evitar que la molesten es si ella así lo desea —replicó Maggs.
En ese momento, la paciencia de Daryel estalló. Lo vi ponerse de pie para quedar justo frente a su madre. No me sentí orgullosa al escuchar cómo le hablaba:
—Me importa una mierda la reputación de la familia. ¿Entendiste o no lo que le dijeron a Pen? La hija de tu hermana, me permito recordarte.
—¡Claro que lo entiendo! Pero me doy cuenta de que, sean cuales sean sus motivos, siempre intenta buscar la forma de que no embarremos al susodicho —insistió mi tía. Se llevó una mano a la frente y, tras hacer un ademán de indiferencia, se dio la vuelta para decir—: Necesito un trago.
Vi que se contoneaba al alejarse de la estancia. Mi madre se había desplomado en el sofá en el que se encontraba Sam. Él, en su misma postura, negó con la cabeza, tal vez para sugerirme con un silencio y una mirada que guardara mi lengua. Quizás eso era precisamente lo que tendría que haber hecho; pero no pude.
Me levanté, inhalé profundo y, mirando a mi madre, dije—: Voy a salir del campus sin hacer ninguna denuncia. A Myers le diré que estoy en todo mi derecho de guardarme lo que sé porque, en su momento, a mí no me prestaron la ayuda que pude haber necesitado. Y, si no te importa, mamá, preferiría que respetaras mi decisión al escoger dónde voy a vivir.
Di un paso lejos de ella e ignoré su gesto de estupefacción. Luego cerré los ojos y, al abrirlos, me acerqué a Sam para pedirle que me llevara de regreso a mi edificio.
—¿Quieres que te enseñe mañana los mejores sitios cerca de Stiles Hall?
Asentí hacia Daryel. Mamá se puso de pie y se acercó para abrazarme. La rodeé con mis brazos e inhalé profundamente su aroma.